La CNT y el anarquismo
El 30 de octubre de 1910 se reuni¨® un Congreso Obrero en el Palacio de Bellas Artes de Barcelona. Su resultado fue la constituci¨®n de un nuevo sindicato, de composici¨®n b¨¢sicamente catalana, pero de ¨¢mbito espa?ol: la Confederaci¨®n Nacional del Trabajo. La visi¨®n t¨®pica identifica la historia del nuevo sindicato con la del anarquismo hispano, fundiendo de paso anarquismo y anarcosindicalismo, y le asigna un conjunto de valores enteramente positivos, que culminar¨ªa en las colectivizaciones de la Guerra Civil. En esto se encuentran de acuerdo los falangistas que juzgaban que "el anarquismo es lo nuestro" y los defensores de una Disneylandia libertaria, al modo de Ken Loach en Tierra y libertad. Hubo tambi¨¦n falsificaciones interesadas, como aquella que suscribieron algunos historiadores en Catalu?a, atribuyendo a Salvador Segu¨ª, el Noi del Sucre, el m¨¢s famoso de los l¨ªderes anarcosindicalistas, unas palabras favorables a la independencia catalana que nunca pronunci¨®. Y a pesar de la notable historiograf¨ªa sobre el tema, no faltaron tampoco menciones disparatadas, del tipo de las difundidas por Eduardo Mendoza en La ciudad de los prodigios.
La vertiente libertaria m¨¢s fecunda: cultura, fraternidad, educaci¨®n sexual, emancipaci¨®n de los trabajadores
Para empezar, el Congreso constituyente de la CNT (o CGT), cuyas actas publiqu¨¦ en 1974, no dio lugar a una organizaci¨®n anarquista, sino a una organizaci¨®n expl¨ªcitamente sindicalista revolucionaria, en la l¨ªnea de la Carta de Amiens, adoptada en 1906 por la CGT francesa. A los sindicatos era asignada, no solo la mejora de las condiciones de trabajo, por medio de la acci¨®n directa, sino la emancipaci¨®n de la clase obrera, y con la huelga general como instrumento principal. Otra cosa es que los anarquistas pudieran predominar en el obrerismo catal¨¢n, y consecuentemente en la nueva organizaci¨®n. De ah¨ª la tensi¨®n entre anarquismo y sindicalismo que recorre su historia.
Inexplicablemente, se da una curiosa reserva a aceptar la influencia de los modelos extranjeros sobre un anarquismo presentado como aut¨®ctono, cuando desde el principio encontramos como primer referente a Bakunin, y para nada a la imaginaria fusi¨®n de liberalismo y comunitarismo. Al igual que sus seguidores espa?oles, Bakunin dio el salto al antipoliticismo, a la anarqu¨ªa, una vez comprobado por su parte en la Italia del Risorgimento el fracaso del republicanismo democr¨¢tico, a cuyos supuestos seguir¨¢ ligada la mentalidad libertaria; el enfrentamiento radical a la estaticidad rusa hizo el resto. Pugachev precedi¨® a Casas Viejas. M¨¢s tarde, el patr¨®n de la interferencia org¨¢nica -la trabaz¨®n- de una organizaci¨®n anarquista, la FAI, con la CNT, dando lugar al movimiento obrero anarquista a efectos de evitar tanto la desviaci¨®n sin
di-calista como la infiltraci¨®n comunista, lleg¨® en los a?os veinte por el ejemplo de la federaci¨®n obrera argentina, la FORA. Episodio de sobra documentado que los exponentes de la ortodoxia ¨¢crata entre nosotros se han negado a admitir, sin percibir que una cosa era que en Espa?a la supervivencia del movimiento libertario permitiese hablar del "anarquismo en un solo pa¨ªs", parafraseando lo del "socialismo en un solo pa¨ªs", y otra que la trayectoria hist¨®rica del anarquismo espa?ol haya sido siempre end¨®gena.
Hablar del anarcosindicalismo (identificado err¨®neamente a anarquismo) como contenido ¨²nico de la CNT lleva a no entender la historia confederal desde 1919, a?o del Congreso del Teatro de la Comedia, en el cual se registra su momento culminante tras el despegue de la afiliaci¨®n y del prestigio en los a?os de la Gran Guerra. Es entonces cuando el ideario de Bakunin resulta adoptado como se?a de identidad de la CNT, al tiempo que la adhesi¨®n temporal a la Revoluci¨®n rusa. Es entonces, tambi¨¦n, cuando con Barcelona como epicentro estalla la violencia terrorista entre las organizaciones llamadas libres, con respaldo patronal y militar, y los grupos de acci¨®n anarquistas. En la l¨ªnea de Salvador Segu¨ª, los dirigentes m¨¢s prestigiosos como Pesta?a y Peir¨® intentaron en plena convulsi¨®n conjugar la pertenencia individual al anarquismo con la autonom¨ªa del sindicato frente a los grupos de acci¨®n. En su contra, la exigencia de mantener la ortodoxia revolucionaria, el sello anarquista sobre la CNT, dio lugar en 1927 a la fundaci¨®n de la FAI.
La tensi¨®n entre ambas corrientes presidi¨® la historia confederal a lo largo de la Segunda Rep¨²blica. Los dirigentes anarcosindicalistas, agrupados en el Manifiesto de los Treinta, se vieron desbordados por la corriente insurreccional, impulsada desde la FAI y con el grupo Nosotros, de Durruti, Garc¨ªa Oliver y Ascaso por referente en la acci¨®n y los art¨ªculos de incitaci¨®n al sacrificio revolucionario de Federica Montseny en La Revista Blanca como soporte doctrinal. Sin olvidar que la represi¨®n republicana favoreci¨® la victoria fa¨ªsta.
Recordemos las palabras de Aza?a ante el primer brote insurreccional: "Se fusilar¨ªa a quien se cogiese con las armas en la mano", pues "no estaba dispuesto a que se me comiesen la Rep¨²blica" (Diarios, 23-I-1932). No era tiempo para moderados. En medios anarquistas la proclamaci¨®n del comunismo libertario parec¨ªa al alcance de la mano y para compensar la ventaja comunista con la construcci¨®n efectiva del socialismo en la URSS proliferaron las peque?as utop¨ªas donde era descrito el mundo feliz posrevolucionario. Solo que las insurrecciones bakuninianas de 1933 fracasaron, sobreviviendo la CNT-FAI en permanente crisis hasta julio de 1936, si bien con recursos suficientes para oponerse al golpe militar y ocupar en Catalu?a, Arag¨®n y otros lugares el vac¨ªo de poder subsiguiente.
El legado de violencia se despleg¨® tambi¨¦n, en la doble dimensi¨®n de jacobinismo comunal y terrorismo, al lado de la puesta en pr¨¢ctica de la utop¨ªa con las colectivizaciones. La oscilaci¨®n del p¨¦ndulo lleg¨® al m¨¢ximo entre la participaci¨®n en el Gobierno de Largo Caballero, por responsabilidad antifascista, y la materializaci¨®n a gran escala del insurreccionalismo en los sucesos de mayo de 1937. Nada m¨¢s lejos de las im¨¢genes id¨ªlicas que se han intentado transmitir.
Los valores del anarcosindicalismo quedaron as¨ª sofocados, ocultando la vertiente m¨¢s fecunda del movimiento libertario espa?ol: la configuraci¨®n de fragmentos de una nueva sociedad presidida por ideales humanitarios, de fraternidad, cultura, respeto a la naturaleza, educaci¨®n sexual, emancipaci¨®n de los trabajadores. Lo contrario del "hombre nuevo" de los totalitarismos. No es casual que el treintista y ministro Joan Peir¨® nos haya dejado uno de los testimonios m¨¢s l¨²cidos y sensibles de la guerra en su Perill a la reraguarda. Con una calidad humana que compart¨ªan otros libertarios que a¨²n tuve la fortuna de conocer en los a?os setenta: Domingo Torres, Diego Abad de Santill¨¢n, Ram¨®n ?lvarez, Juanel, Lola Iturbe, Jos¨¦ Peirats, Joan Manent. Pero eso no debe hacernos olvidar la pasada existencia de los "reyes de la pistola obrera de Barcelona", seg¨²n definiera a su grupo Garc¨ªa Oliver, compa?ero de Durruti, cuando a¨²n juzgaba inseparables anarquismo y violencia. Como lo es la idea del para¨ªso con la espada del arc¨¢ngel San Miguel.
Antonio Elorza es catedr¨¢tico de Ciencia Pol¨ªtica.
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