El h¨²sar va a la guerra
En el trepidante mundo de la caballer¨ªa, nada como los h¨²sares. Ante su osado y vanidoso romanticismo palidecen coraceros, dragones, ulanos, cazadores a caballo, cosacos, calmucos, baskires e incluso lanceros tan legendarios como los de Bengala. Cuando Arturo P¨¦rez-Reverte elige como protagonista de su gran novela b¨¦lica hom¨®nima a un h¨²sar no es una elecci¨®n balad¨ª. Los h¨²sares, la ¨¦lite de la caballer¨ªa ligera, ostentosos y fanfarrones, representan la parte m¨¢s deslumbrante de la guerra. Tambi¨¦n la m¨¢s enga?osa. Bajo sus oropeles, sus altos gorros emplumados, sus dormanes, sus rutilantes alamares, sus lujosos portapliegos, los faldones de piel de leopardo de sus sillas de montar, la guerra parece una aventura maravillosa y noble, un fulgor de brida y sable que enaltece la vida y pone alas de ¨¢guila al destino. Mentira, claro.
P¨¦rez-Reverte narra la p¨¦rdida de inocencia de un joven soldado
Los ca?ones despedazan igual la carne aunque vaya envuelta en bonitos uniformes, una carga de caballer¨ªa es siempre una salvajada y una hermosa espada no deja de ser una herramienta concebida para sajar y destripar, un utensilio de carnicero, vamos. Somos muchos los que no cesamos de fascinarnos, incluso contra nuestra propia voluntad, con las falacias de la guerra, las aventuras militares, las haza?as b¨¦licas, el valor bajo las balas, el redoblar de los tambores, una trompeta lejana y dem¨¢s gaitas.
Por eso, aparte de sus bondades literarias, de lo que tiene de magn¨ªfico y emocionante relato de acci¨®n, El h¨²sar (1983) es un libro imprescindible. Como Sin novedad en el frente, con el que no dudo en compararlo -y d¨¦jenme a?adir que a m¨ª me gusta m¨¢s-, desmitifica la guerra y nos recuerda que esta, m¨¢s all¨¢ de los soldaditos de plomo, las hermosas l¨¢minas, las banderas y el sol de Austerlitz y sus mandangas, es en realidad un asunto terrible y sucio, muy sucio. De eso sabe, y mucho, el ex corresponsal de guerra P¨¦rez-Reverte.
El joven protagonista de la novela, el subteniente del 4? regimiento de h¨²sares napole¨®nicos Frederic Gl¨¹ntz, un adolescente alsaciano de 19 a?os con la cabeza llena de ingenuos sue?os de gloria, est¨¢ impaciente por desvirgarse en el combate y devenir un Lasalle, el mete¨®rico paradigma del h¨²sar ("il faut toujours charger!") que escrib¨ªa a su mujer: "J'aime ma fille et toi comme la fum¨¦e du tabac et le d¨¦sordre de la guerre". Observa, Frederic, con admiraci¨®n a su camarada Michel de Bourmont, que ya se ha estrenado como guerrero -en las calles de Madrid, el sangriento 2 de mayo- y como duelista, peg¨¢ndole unos honrosos cortes a un impertinente teniente de cazadores a caballo. Desde las primeras escaramuzas, Frederic va a ver c¨®mo todo su mundo de idealizada vida militar se da de bruces con la brutal realidad de una guerra, la de Espa?a, especialmente salvaje.
P¨¦rez-Reverte, que luego har¨ªa de las guerras napole¨®nicas uno de sus marcos favoritos -La sombra del ¨¢guila, Cabo Trafalgar, Un d¨ªa de c¨®lera, El asedio-, ya demuestra aqu¨ª un conocimiento excepcional de la ¨¦poca y una capacidad sensacional para revivirla. En ese sentido, El h¨²sar es tambi¨¦n una extraordinaria novela hist¨®rica. ?Hay que ver c¨®mo nos mete el escritor en el mundo de ese regimiento de h¨²sares franc¨¦s! Uno lo visualiza como si le estuvieran proyectando Los duelistas, el maravilloso filme de Ridley Scott (sin duda, la mejor ambientada plasmaci¨®n en celuloide de esos tiempos), cuya iconograf¨ªa en buena medida comparte.
El adentrarse de Frederic en la tremenda guerra de Espa?a es un progresivo descenso a los infiernos, un terrible camino inici¨¢tico a la barbarie en el que la belleza de los uniformes del regimiento del chico -azul ¨ªndigo, con pelliza escarlata y botas altas- y la propia apostura de este se disolver¨¢n literalmente en escenas terribles similares a aguafuertes de Goya.
P¨¦rez-Reverte describe con genialidad la mezcla de aprensi¨®n y expectaci¨®n del soldado novato ante la batalla, la descarga de adrenalina cuando esta llega, el miedo diluido en la excitaci¨®n del momento y el impulso de la masa, la embriaguez de la victoria y el terror sin l¨ªmites cuando las cosas van mal dadas y el combatiente se apercibe de su mortalidad y de lo que est¨¢ cayendo (y de lo que se le avecina). Por todas esas fases pasa nuestro biso?o husarcito y nosotros con ¨¦l.
El lector nunca participar¨¢ en una carga de caballer¨ªa con la misma intensidad con que lo hace en las p¨¢ginas de esta novela, a no ser que reencarne en miembro de la Brigade Infernale, terror de los prusianos. Estr¨¦pito, fogonazos, locura. "Vive l'Empereur!". Tampoco comprender¨¢ mejor lo que se siente al matar y al morir, lo que es la guerra an¨®nima y sucia, la soledad infinita de los cad¨¢veres tendidos en el barro, la atrocidad del guerrillero que sigue corriendo como una gallina, lanzando chorros de sangre, cuando un h¨²sar le cercena la cabeza de un tajo, o la del propio h¨²sar ensartado en una lanza y pataleando en el aire... Ca?ones volcados, entra?as desparramadas, el cuerpo a cuerpo a pedradas y dentelladas...
La guerra.
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