Paul Gauguin: s¨®lo hay que atreverse
Hacia 1870, con s¨®lo 25 a?os de edad, al cerrar cada tarde su despacho, Paul Gauguin sal¨ªa del banco Bertin, donde trabajaba de liquidador, y atravesaba la rue Laffitte fumando un cigarro ingl¨¦s, vestido con ropa cara, pantalones de tubo bien cepillados, botines charolados y levita de terciopelo con corbata de plastr¨®n. Era la imagen del joven burgu¨¦s respetable, envidiado, bien comido, con las mejillas sonrosadas y as¨ª al caer la tarde llegaba a casa, un hotel con jard¨ªn, en la calle Carcel, y le daba un beso a su mujer Mette-Sophie Gad, una danesa protestante, con cinco hijos. En el banco le permit¨ªan especular en Bolsa por su propia cuenta, lo que le produc¨ªa unos cincuenta mil francos al a?o de ganancia a?adida.
En una subasta se exhibi¨® boca abajo un cuadro que representaba un caballo blanco. El subastador exclam¨®: ante ustedes las cataratas del Ni¨¢gara
En medio de las carcajadas del p¨²blico, un marchante superdotado, Ambroise Vollard, puj¨® por el cuadro y se lo llev¨® por 300 francos
Esta fortuna de Gauguin le proporcionaba el placer de comprar cuadros de algunos pintores malditos que hab¨ªan sido rechazados por el jurado del sal¨®n de la Exposici¨®n Universal en 1867. En este aspecto se notaba que no era un burgu¨¦s como los dem¨¢s. Por quince mil francos hab¨ªa adornado sus paredes con obras de Renoir, C¨¦zanne, Monet, Pissarro, Manet, Sisley y de otros proscritos por la cr¨ªtica del momento. De pronto, un extra?o virus se apoder¨® de su esp¨ªritu. Despu¨¦s del trabajo en las finanzas, Gauguin se pon¨ªa un guardapolvo manchado y comenzaba a pintar. Al principio su mujer consideraba esta afici¨®n un mero pasatiempo, que toleraba a rega?adientes, sobre todo si los domingos optaba por seguir ensuciando lienzos en lugar de llevarla al teatro o a pasear al Bois de Boulogne con sus hijos. Un problema grave con esta mojigata surgi¨® cuando este artista aficionado pidi¨® a su criada Justine que posara desnuda para ¨¦l una noche.
Pero el asunto se agrav¨® a¨²n m¨¢s al saber que uno de estos desnudos de Justine hab¨ªa sido admitido en el Sal¨®n de los Independientes y hab¨ªa obtenido una cr¨ªtica muy favorable y emocionada del gran poeta Mallarm¨¦, un ¨¦xito que acab¨® por romperle la cabeza. Una ma?ana de enero de 1883 Mette se extra?¨® al ver que no se levantaba de la cama para ir al despacho. Pens¨® que estaba enfermo, pero su marido le dijo con un tono resuelto: "Nunca m¨¢s volver¨¦ a trabajar en el banco. He presentado la dimisi¨®n al director. A partir de hoy voy a ser s¨®lo pintor".
Ese d¨ªa comenz¨® su trayecto hacia la gloria, previa traves¨ªa del infierno. Para satisfacer esta nueva pasi¨®n ech¨® mano de los ahorros y al quedarse muy pronto sin dinero Gauguin ensay¨® la bohemia, pero su mujer no estaba dispuesta a soportar penurias, lo dej¨® solo en Par¨ªs y se fue con los cinco hijos a Dinamarca, a casa de los padres. Por su parte el artista recul¨® hasta Rouen donde la vida es m¨¢s barata. Pintaba a medias con el hambre y cuando ya no pudo remediarla acudi¨® con las orejas gachas a casa de sus suegros en Copenhague donde, no sin desprecio y tomado por imp¨ªo, aquellos ortodoxos le asignaron un cuarto con un ventanuco apenas sin luz y en aquel trastero no tuvo otra alternativa que pintarse a s¨ª mismo, su rostro con bigot¨®n, la mirada torva de soslayo ante el espejo y su perfil de cuchillo.
En junio de 1885 Gauguin regres¨® sin dinero a la vida s¨®rdida en Par¨ªs y vivi¨® entre cuatro paredes, con una mesa, una cama, sin fuego, sin nadie. Busc¨® remedio larg¨¢ndose a Pont-Aven donde hab¨ªa una cuadrilla de pintores en torno a una pensi¨®n que conced¨ªa cr¨¦ditos a los artistas. Su due?a Marie-Jeanne Gloanec aceptaba cuadros por una cama y comida. Dando guindas con aguardiente a los pavos y pintando cerdos con colores para divertirse supo que uno de sus hijos hab¨ªa muerto y que su mujer ten¨ªa un c¨¢ncer, pero el artista rez¨® por el muerto, dese¨® que su mujer encontrara un buen cirujano y sigui¨® su destino: algunas modelos posaban desnudas en la buhardilla de la pensi¨®n, pintaba bretonas y verdes paisajes con vacas sin conseguir vender un cuadro.
Un amigo, Meyer de Haan, hab¨ªa creado una f¨¢brica muy rentable de bizcochos en Holanda. Gauguin acudi¨® a su llamada, prob¨® suerte, pero se aburri¨® enseguida. Sin que el virus del arte le abandonara se abri¨® hacia Panam¨¢ al amparo de unos parientes, trabaj¨® en la perforaci¨®n del canal, parti¨® luego hacia Martinica y all¨ª percibi¨® por primera vez el viento salvaje y la luz pura de primitivismo. Fue una revelaci¨®n. Volvi¨® a Par¨ªs acompa?ado de un macaco que se har¨ªa su pareja inseparable. Iba acumulando cuadros que eran humillados en las galer¨ªas y en las subastas. Enamorado de la obra de Van Gogh parti¨® hacia Arles para trabajar con ¨¦l. Eran dos clases de locura que pronto entraron en colisi¨®n mediante continuas disputas, primero est¨¦ticas, luego con las manos. Al final de una trifulca Gauguin abandon¨® a Van Gogh y este en medio de la tormenta se cort¨® una oreja y se la regal¨® a una puta. Gauguin puso varios mares por medio hasta llegar a Tahit¨ª. All¨ª encontr¨® entre la floresta a Tahura, su modelo ideal. La pint¨® obsesivamente. Expres¨® sus visiones en planos simbolistas sint¨¦ticos y con una carga magn¨ªfica de nuevos trabajos, instalada la felicidad e inocencia preternatural en unos cuerpos ind¨ªgenas volvi¨® a Par¨ªs para mostrar su nueva est¨¦tica. El 4 de noviembre de 1893 expuso cuarenta y cuatro lienzos y dos esculturas en una galer¨ªa de Durand-Ruel de la calle Laffitte. Los burgueses llevaban a sus hijos a la exposici¨®n para que se burlaran de los mamarrachos que pintaba un tal Paul Gauguin. Se dec¨ªa que era un loco que hac¨ªa a?os hab¨ªa abandonado el oficio de banquero, a su mujer y a sus cinco hijos para dedicarse a pintar. La gente arreciaba en las risas ante cuadros de javanesas desnudas junto con el esp¨ªritu de los muertos. En una subasta se exhibi¨® al p¨²blico por error boca abajo uno de sus cuadros que representaba un caballo blanco. El subastador exclam¨®: y aqu¨ª ante ustedes las cataratas del Ni¨¢gara. En medio de las carcajadas del p¨²blico un marchante superdotado, Ambroise Vollard, puj¨® por el cuadro y se lo llev¨® por 300 francos.
Con la promesa de que este galerista le mandar¨ªa un dinero mensual para que siguiera pintando, cosa que no cumpli¨®, Gauguin se despidi¨® definitivamente de la civilizaci¨®n para volver al para¨ªso. La noche antes de poner rumbo a Tahit¨ª de nuevo le abord¨® una ramera en una calle en Montparnasse. Y de ella como regalo se llev¨® una s¨ªfilis al para¨ªso de la Polinesia donde se inici¨® la gloria y la tortura. Rodeado de los placeres de la vida salvaje y del amor de los ind¨ªgenas, adolescentes felices, desnudas entre los cocoteros su pintura no necesitaba ninguna imaginaci¨®n, pero su cuerpo hab¨ªa comenzado a pudrirse. Primero fue un pie, luego la pierna y finalmente el mal le subi¨® hasta el coraz¨®n. Realmente Gauguin ya era un leproso cuando decidi¨® adentrarse a¨²n m¨¢s en la pureza salvaje y se fue a Hiva Oa, una de las islas Marquesas a vivir entre antrop¨®fagos y es cuando sus lienzos alcanzaron la excelencia que lo har¨ªan pasar a la historia como uno de los pintores m¨¢s cotizado. En el lecho de la agon¨ªa lo cuidaban unas j¨®venes polinesias y a su lado estaba uno de los antrop¨®fagos llorando desconsolado, quien al verlo ya muerto le mordi¨® una pierna para que su alma volviera al cuerpo, seg¨²n sus ritos. Los ind¨ªgenas rodearon la caba?a. Vistieron el cad¨¢ver a la manera maor¨ª. Lo untaron con perfumes y lo coronaron de flores. Un obispo misionero rescat¨® los despojos para enterrarlos en un cementerio cat¨®lico. Bajo el jerg¨®n Gauguin hab¨ªa dejado s¨®lo doce francos en moneda suelta. Eso sucedi¨® en Atuona, el 9 de mayo de 1903, a sus 54 a?os. La obra de Gauguin se compone de unos trescientos cuadros y es sin duda hoy el pintor m¨¢s cotizado de la historia del arte.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.