Pecadores de la pradera
Hay cosas que se tienen o no se tienen. La chispa, por ejemplo. Uno puede matricularse en una segunda carrera por la UNED, devorar ensayos sobre el ingenio humano o dedicarle el puente de la Inmaculada a las reediciones de Jardiel Poncela. Todo ello resultar¨¢ muy enriquecedor, pero no basta para que luego prenda la chispa. Seguramente haya que provenir de alg¨²n reducto jerezano, acumular mucha socarroner¨ªa en el cuerpo y abastecerse de los mejores cultivos de interior para encontrarle atractivo po¨¦tico a las cacerolas o reinventar el The man in me de Dylan -ahora titulado El hombre que hay en m¨ª- como si el se?or Zimmerman hubiera acabado con las existencias locales de T¨ªo Pepe.
Rat¨®n y Canijo, los cabecillas de Los Delinq¨¹entes, tienen un don natural para el despiporre. Y en el nuevo disco que presentaban anoche en La Riviera, Los hombres de las praderas y sus bordones calientes, han contado, adem¨¢s, con su paisano Tomasito en funciones de colaborador necesario. Se juntan el hambre y las ganas de comer. Tanto que Marcos del Ojo, ese Canijo de voz rasposa, parec¨ªa a ratos un muchacho modoso en contraste con la guasa que no se le borr¨® de la cara en toda la noche a don Tom¨¢s.
Porque puede que no haya nadie en el flamenco tan esp¨ªdico como Tomasito Moreno Romero, un rabo de lagartija vocacional. La alianza funciona por hermandad pura, por muchas horas de vuelo compartido. Y porque este compinche es un terremoto cada vez que yergue su escu¨¢lida figura y prorrumpe en unos zapateados como r¨¢fagas de Kal¨¢shnikov.
Los tres jefes y sus cinco m¨²sicos se sobraron anoche para formular un llamamiento al alboroto. Las apariencias eran de cuadro flamenco, con las ocho sillas alineadas en el escenario y la mesita abastecida de rico jerez, pero Los Delinq¨¹entes siempre dicen que lo del purismo les suena al arte de fumar puros. Por eso la guitarra de Diego Pozo tiene un nombre tan poco jondo como Martina Navratilova.
A falta de soleares, hubo rumba expansiva y sin paliativos. Una versi¨®n m¨¢s quinqui y desharrapada (garrapatera, dir¨ªan ellos) de los hallazgos popularizados por Kiko Veneno. Solo fallaron los chistes, porque abrir un debate sobre si las preferimos rubias o morenas no parece como para desternillarse. Da igual. No son Chiquito de la Calzada, pero s¨ª pecadores (y conspicuos) hombres de las praderas. Su gente de siempre, j¨®venes bellezas de extrarradio, se lo agradeci¨® con sonrisas que dibujaban una peineta a los tiempos perros.
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