Aeropuerto 2010
Detesto volar. Vuelo porque todav¨ªa no se ha inventado la teletransportaci¨®n. Pero no pierdo la esperanza. Las antiguas series de ciencia-ficci¨®n, de Star Trek a Perdidos en el espacio, predec¨ªan un futuro donde la teletransportaci¨®n ser¨ªa la manera habitual de desplazarse. El habitante de aquellos mundos decorados en un pop futurista se met¨ªa en una especie de habit¨¢culo, a camino entre la ducha y la cabina telef¨®nica, pulsaba un bot¨®n y se esfumaba. Pero el futuro ha sido menos higi¨¦nico de lo que preve¨ªan aquellas series que a los ni?os nos fascinaban porque sus habitantes se alimentaban de p¨ªldoras en forma de lacasitos y nunca hac¨ªa fr¨ªo. Era un mundo bajo techado, con puertas que se abr¨ªan autom¨¢ticamente y tripulaciones vestidas con mallas. Pero sin duda el elemento m¨¢s deseado de aquel futuro de Mr. Spock era el transporte mediante la desintegraci¨®n. Lo que cualquier viajero actual (llamado "cliente" en aras de la modernidad) desear¨ªa mientras espera la cola para someterse al control de seguridad del aeropuerto. Yo tambi¨¦n deseo desintegrarme mientras hago equilibrios con todo mi cargamento: en una bandeja, el ordenador; en otra, los zapatos, el cintur¨®n, el reloj, el m¨®vil, el bolso. Llevo una bandeja sobre otra y encima de todo, estupefacta, sentada sobre el ordenador, he colocado a Lolita, mi perra, que temerosa en medio de aquel gent¨ªo abre la boca y jadea. Es su forma de sacudirse los nervios, hiperventilar. El guarda de seguridad, que m¨¢s parece el guarda de una prisi¨®n en la que estamos ingresando que un empleado de la T4, considera que mi cargamento es el m¨¢s chistoso de esa fila de desgraciados, y me chista: "?Eh, se?ora, se?ora! ?Al perrito lo piensa pasar tambi¨¦n por el esc¨¢ner?". Dicho esto se r¨ªe. M¨¢s que re¨ªrse dir¨ªamos que se monda, y mira a su alrededor buscando un p¨²blico que le r¨ªa la gracia. Pero la clientela no est¨¢ para bromas y no le secunda. ?l lo intenta de nuevo: "?Que digo que si al perro lo va a pasar por la m¨¢quina!". "No, se?or", le respondo, "cuando llegue el momento lo bajar¨¦ de la bandeja. Ahora no tengo manos para llevarle con la correa". Me siento rid¨ªcula respondiendo a la pregunta de un cretino que en su calidad de se?or uniformado se cree de pronto en el derecho de criticar la milagrosa manera en que consigo cargar con los trastos y los seres vivos a mi cargo. Me llaman "cliente", pienso. Me llaman cliente porque pago y, sin embargo, me arrebatan mis derechos en cuanto traspaso la entrada del aeropuerto. ?Acaso puedo protestar a alguien por el trato que recibo? Puedo comprender las medidas de seguridad, aunque hasta el momento la p¨¦rdida de tiempo que supone el descalzar masivamente a inocentes no haya evitado que se manden paquetes bomba o que se cuelen malotes, pero lo que no entiendo es este trato abusivo que est¨¢ convirtiendo volar en algo insoportable. Si a eso le sumamos el nulo confort de los vuelos, el mezquino espacio que las compa?¨ªas a¨¦reas han dejado entre asientos y la falta de informaci¨®n sobre los retrasos, conseguir¨¢n que optemos por el tren siempre que podamos. Aunque eso no me hace compartir esa obsesi¨®n por el AVE de algunos de nuestros pol¨ªticos. Babosean con un elemento tan agresivo con el medio ambiente y no rentable si no hay un flujo alto de pasajeros. Tan cegados con el AVE est¨¢n que no les importa dejar que se mueran de cutrez los trenes regulares. Les quitaron la cafeter¨ªa sustituy¨¦ndola por unas tristes m¨¢quinas expendedoras de ganchitos, o como se llamen en la actualidad los queridos ganchitos. Eso s¨ª, se?alar¨¦ un detalle entra?able que como consecuencia de este abandono viv¨ª hace unos d¨ªas: en un trayecto de C¨¢diz a Ja¨¦n compart¨ª vag¨®n con varias familias que sacaron la tartera. Ay, el espacio se llen¨® de ese olor antiguo mezcla de viaje y tortilla. Mir¨¦ con los ojos de pedir, pero como no tengo cara de hambrienta ni de aceptar un currusco, llegu¨¦ a mi destino a punto de besar el suelo, no por bendecirlo, como el Papa, sino por puro desfallecimiento. Pero a Am¨¦rica solo se viaja volando. Es lo que tiene. Se monta una en el avi¨®n, feliz y agradecida por haber superado todas las pruebas de esa gincana en que se han convertido los aeropuertos, cierra los ojos y el relajo se convierte en sue?o. Dos horas despu¨¦s, al despertar, esta pasajera advierte (como en un sue?o de Monterroso) que el avi¨®n todav¨ªa sigue ah¨ª, sobre la pista, y escucha al capit¨¢n informar a los clientes de que deben cambiar de nave porque hay una aver¨ªa ?y de las gordas! La sumisa clientela, con cara de derrota anticipada, vuelve a la sala de espera. Habr¨¢ de pasar otra hora hasta que al fin nos veamos en el aire. Pero la desesperaci¨®n y el aburrimiento hacen que seamos felices con cualquier golosina. ?La cena, la cena!, me veo celebrando en voz alta. Entonces, como si se tratara del ¨²ltimo gag de una pel¨ªcula mala, observo que el carro viene disparado hacia m¨ª, pesado, amenazante. Por fortuna, tengo reflejos y lo paro con las manos (si llego a estar dormida me parte la boca), pero no puedo evitar que varias bandejas salgan despedidas y las cenas se desparramen por el suelo. Vaya, se ve que a la azafata se le pas¨® poner el freno. Que ya, que ya s¨¦ que un fallo lo tiene cualquiera. Si yo solo lo cuento para que nos riamos.
Comprendo las medidas de seguridad, pero no el trato abusivo que est¨¢ convirtiendo volar en algo insoportable
No comparto la obsesi¨®n por el AVE de algunos pol¨ªticos que dejan que mueran de cutrez los trenes regulares
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