Objetivo: ?Derribar a la Estrella?
Si en vez de futbolista, Leo Messi hubiese sido un actor haciendo un casting para una pel¨ªcula de guerra, una de esas al estilo hiperrealista patentado por Stanley Kubrick en La chaqueta met¨¢lica, el director no habr¨ªa dudado ni un segundo en darle el papel. Una bala de los Vietcong en la selva del delta de Mekong no habr¨ªa producido reacci¨®n m¨¢s dram¨¢tica, m¨¢s lacerante para el espectador, que la del barcelonista argentino tras la entrada que le propin¨® Tomas Ujfalusi, defensor checo del Atl¨¦tico de Madrid, en un campo de f¨²tbol hace un par de meses.
El mejor jugador del mundo rod¨® cinco veces sobre el c¨¦sped hasta quedarse bocabajo e inm¨®vil, mordiendo tierra, fulminado. Un par de instantes despu¨¦s volvi¨® a la vida. ?Pero qu¨¦ imagen presentaba! Se le retorc¨ªan la boca, los ojos, la nariz. Le¨ªamos dolor en su rostro; le¨ªamos miedo; le¨ªamos angustia. Un poema. Un horror. No apto para menores. El jugador del Bar?a, como entendiendo que esto los ni?os no lo deber¨ªan ver, se cubri¨® la cara con las dos manos y no se las quit¨® de encima hasta que le sacaron en camilla del campo. Sollozaba -lo delataba el sube y baja espasm¨®dico del pecho- como si hubiera perdido una pierna, un ri?¨®n o una madre.
Para los futboleros, quedarnos sin Messi es como si el Museo del Prado se quedara sin 'Las meninas'
La brevedad de la vida del futbolista le da a la agresi¨®n que recibe una dimensi¨®n que roza, metaf¨®ricamente, el homicidio, o su tentativa
La imagen del tobillo derecho de Messi sin bota y calcet¨ªn dio la vuelta al mundo. Parec¨ªa un mel¨®n. Bueno, un melocot¨®n, pero un melocot¨®n grande. Los peri¨®dicos del d¨ªa siguiente, siguiendo el gui¨®n sugerido por Messi, condenaron la "brutal", "escalofriante", "salvaje" entrada del checo, cuyo look de guerrero apache tampoco ayud¨® a menguar los ¨¢nimos. La blogosfera, que no necesita mucho para enloquecer, enloqueci¨®. Y en todos los idiomas, porque Messi pertenece no al Barcelona, ni a Argentina, sino a la humanidad. Ujfalusi era, entre muchas cosas m¨¢s, un "animal", un "figlio di puttana", un "fucking criminal" que deb¨ªa ir a la c¨¢rcel. Para los que se lo perdieron en la televisi¨®n, ah¨ª estaba YouTube para alimentar la indignaci¨®n general y reavivar la conversaci¨®n que se oye con m¨¢s y m¨¢s frecuencia estos d¨ªas en todos los bares y todos los medios sobre la creciente dureza de las entradas (mentira, era peor antes) o el debate sobre la gran cuesti¨®n de nuestros tiempos: ?los grandes jugadores se merecen un grado especial de protecci¨®n arbitral, o pensar as¨ª es elitista y antidemocr¨¢tico? Y despu¨¦s -otro elemento inevitable del ritual que desata una entrada mala a un jugador bueno- sale la pregunta del mill¨®n, la pregunta a la que nunca tenemos una respuesta segura, mucho menos cient¨ªfica: ?hubo mala intenci¨®n? En este caso concreto de Ujfalusi y Messi, ?quiso el agresor da?ar gravemente a su v¨ªctima?
Se le dieron muchas vueltas al tema hasta que Pep Guardiola, el entrenador del Bar?a, lo zanj¨®, sentenciando con generosidad que no, que el apache checo no hab¨ªa lesionado a Messi a prop¨®sito. Y de paso coment¨® que la lesi¨®n tampoco era para tanto, que Messi volver¨ªa a jugar mucho m¨¢s pronto de lo que nos podr¨ªamos haber imaginado todos aquellos que vivimos el drama de su choque con Ujfalusi en directo. Con lo cual, despu¨¦s de tanto desmadre, todo acab¨® en un susto. No fue una fractura, fue un esguince. A la semana, Messi tocaba bal¨®n con sus compa?eros, y a los diez d¨ªas ya estaba de vuelta en el campo, correteando.
Entonces, ?qu¨¦ nos pasa? ?Estamos todos locos? Y Messi... ?es un farsante? Pues no, y no. Tan locos no estamos. Y Messi, tan falso no es. La verdad es que nos llevamos un susto. Pensamos que Messi se hab¨ªa roto la pierna y que quiz¨¢ no jugar¨ªa el resto de la temporada. Y eso, para un sector nada insignificante de la especie, ser¨ªa una calamidad. Para los futboleros, quedarnos sin ver a Messi es como si el Museo del Prado se quedara sin Las meninas o Par¨ªs sin la Torre Eiffel. Porque Messi es patrimonio planetario, y si por el motivo que sea nos lo quitan, lo natural, si no necesariamente lo cauto y sensato, es reaccionar con furia, con sensaci¨®n de haber sufrido un terrible ultraje. Sergio el Kun Ag¨¹ero es, en cambio, solo un muy buen jugador, que corre el riesgo de que pasen cinco a?os m¨¢s y la gente siga hablando de ¨¦l como un futbolista de un enorme potencial. Por eso cuando el argentino del Atl¨¦tico de Madrid se lesion¨® tras una dura entrada de Carlos Gurpegi, jugador del Athletic de Bilbao, el l¨ªo que se arm¨® se limit¨® al mundillo atl¨¦tico. La lesi¨®n de Ag¨¹ero result¨® ser m¨¢s seria que la de Messi -estuvo fuera cinco semanas-, pero como no es ni remotamente tan famoso ni tan valorado como su compatriota, y como tampoco se retorci¨® cuando le dieron en la pierna izquierda, el incidente pas¨® relativamente inadvertido.
Gurpegi es un cerdo para los seguidores del Atleti; Ujfalusi es un cerdo para medio mundo. Menos mal para el checo que lo de Messi no fue una rotura, porque en tal caso no se lo habr¨ªamos perdonado nunca, como nunca se le ha perdonado a Andoni Goikoetxea, jugador del Athletic de Bilbao, la entrada que le hizo a Diego Maradona en 1983, fractur¨¢ndole el tobillo izquierdo. Su castigo fue una tarjeta amarilla, 18 partidos de sanci¨®n y que su nombre se convirtiera para siempre en sin¨®nimo de maldad. El Carnicero de Bilbao, como se le lleg¨® a conocer, es el Jack el Destripador del f¨²tbol.
En cuanto al histrionismo de Messi, tambi¨¦n es comprensible, tambi¨¦n es natural. La vida del futbolista es tr¨¢gicamente corta. A Messi le quedar¨¢n diez a?os m¨¢s rindiendo a tope, si tiene mucha suerte. Y ¨¦l lo sabe, en sus entra?as, y lo sufre. Porque Messi fuera del campo apenas existe. Vive, respira, vibra con el bal¨®n a los pies. Retirarse con toda la vida por delante es un espanto para cualquier futbolista, pero lo es m¨¢s?para Messi, que tanta adulaci¨®n se ha ganado y tan pocas opciones parece tener de poder reconstruirse despu¨¦s de colgar las botas, de inventarse un nuevo rol capaz de darle un cierto m¨ªnimo de satisfacci¨®n, o incluso de dignidad. No ser¨¢ entrenador, ni ser¨¢ comentarista de televisi¨®n. No le queda m¨¢s remedio que vivir, como Aquiles, en y por el momento. Y si de repente algo ocurre que amenaza con quitarle el poco tiempo de que dispone, como por ejemplo una entrada que le hace mucho da?o y le hincha de manera alarmante el tobillo, entonces reacciona no con dolor f¨ªsico, sino con algo mucho m¨¢s temible: con dolor del alma. Mientras daba su lenta media vuelta al estadio en camilla despu¨¦s de aquella entrada de Ujfalusi, rondaban en su cabeza, con toda seguridad, dos preguntas: ?Y si me quedo sin jugar un a?o? ?Y si despu¨¦s no recupero mi nivel de juego?
Algunos jugadores se recuperan bien, como el propio Maradona, cuyos mejores d¨ªas llegaron despu¨¦s de su desafortunado encuentro con Goikoetxea; o como Xabi Alonso, al que Frank Lampard, del Chelsea, le rompi¨® el tobillo el 1 de enero de 2005, pero que hoy juega mejor que nunca. Pero otros, por motivos f¨ªsicos o psicol¨®gicos, nunca vuelven a ser los que fueron, o que promet¨ªan ser. Eduardo da Silva, croata nacido en Brasil, sufri¨® una doble fractura en la pierna izquierda jugando para el Arsenal contra el Birmingham City a principios de 2008. Eduardo no volvi¨® a jugar hasta que pas¨® un a?o, y casi inmediatamente se volvi¨® a lesionar. Esta vez fue un problema muscular, pero relacionado con el problema de la pierna rota. Nunca volvi¨® a ser el mismo, y el verano pasado el Arsenal le dej¨® irse, por poco dinero, a la relativa oscuridad del Shakhtar Donetsk, en Ucrania.
Veremos qu¨¦ destino le espera ahora a Hatem Ben Arfa, del Newcastle United, que sufri¨® una entrada -y fractura- casi id¨¦ntica a la de Eduardo el mes pasado en un partido contra el Manchester City. La joven promesa del f¨²tbol franc¨¦s no jugar¨¢ el resto de la temporada, eso es seguro. Las im¨¢genes de la entrada y sus consecuencias fueron, una vez m¨¢s, horrorosas. Una fractura de la tibia y el peron¨¦ es fea en cualquier circunstancia, pero tampoco algo tan fuera de lo com¨²n. Cuando le ocurre una cosa as¨ª a un amigo, o a cualquier persona normal, uno se lamenta, pero cuando le ocurre lo mismo a un futbolista, la repercusi¨®n es enorme. Lo cual es normal porque a) vemos el incidente en televisi¨®n y b) la brevedad de la vida del futbolista, que depende de sus pies como el violinista de sus dedos, le da a la agresi¨®n que recibe una dimensi¨®n que roza, metaf¨®ricamente, el homicidio, o su tentativa. Por eso exageramos en nuestras acusaciones a los agresores (especialmente si la v¨ªctima es de nuestro equipo) y preguntamos siempre si el crimen fue premeditado o involuntario. En la mayor parte de los casos, como en el caso de Ujfalusi, la principal intenci¨®n fue frenar, no herir. Entre otras cosas porque lo que claramente no desea el jugador es recibir una tarjeta roja, opci¨®n cuyas posibilidades se incrementan cuanto m¨¢s da?o se haga el rival. Casi siempre que un jugador se lesiona seriamente en una entrada se trata de un problema de timing; el agresor, que suele ser un defensa, no tiene la rapidez en los pies de su v¨ªctima, que suele ser un atacante. Fue el caso de Ujfalusi y Messi. Si el checo volviese diez veces a intentar pisarle el pie, no lo lograr¨ªa.
Muy de vez en cuando se puede cuestionar la buena fe de un futbolista, por ejemplo en el caso de un rompehuesos en serie como el holand¨¦s Nigel de Jong. ?l fue quien parti¨® la pierna en tres a Hatem Ben Arfa el mes pasado jugando para el Manchester City. Se trata del mismo De Jong que fue expulsado durante la final de la Copa del Mundo por derribar a Andr¨¦s Iniesta tras no haber sido expulsado una hora antes por darle una patada kung-fu en las costillas a Xabi Alonso. Se puede afirmar que el muchacho tiene precedentes. En un partido "amistoso", unos meses antes del Mundial, entre Holanda y Estados Unidos, De Jong le rompi¨® la pierna a un rival llamado Stuart Holden que, como consecuencia, no viaj¨® a Sud¨¢frica. Brian Kidd, del equipo t¨¦cnico del City, insisti¨® despu¨¦s del asalto a Ben Arfa que De Jong era "un chico bueno y honesto". S¨ª. Fuera del campo lo ser¨¢. Dentro es un peligro. As¨ª lo ha entendido el seleccionador holand¨¦s, Bert van Marwijk, que ha apartado al jugador del combinado oranje.
Otro jugador que fue un peligro constante para sus rivales, en este caso durante una larga y exitosa carrera, fue Roy Keane, capit¨¢n en su d¨ªa del Manchester United y de Irlanda. A ¨¦l se le podr¨ªa haber metido en la c¨¢rcel de verdad. Es la ¨²nica excepci¨®n que se conoce a la regla de que nunca podemos saber con seguridad si una entrada se hace con intenci¨®n delictiva, o meramente futbol¨ªstica; para hacer da?o o para impedir una ocasi¨®n de gol.
Se trata de una vendetta que dur¨® cuatro a?os entre el irland¨¦s y Alf-Inge Haaland, defensa noruego del Leeds United. A principios de temporada de 1997, Keane se lesion¨® seriamente la rodilla tras intentar robarle la pelota con dureza a Haaland. No volvi¨® a jugar durante seis meses, pero, pese a que Haaland no tuvo la culpa, Keane, que fue boxeador antes que futbolista, nunca se lo perdon¨®. En 2001, los dos se volvieron a enfrentar. Ahora Haaland jugaba para el Manchester City. Keane, sin disimulo, le dio dur¨ªsimo en la rodilla. Haaland nunca se recuper¨® del todo y 18 meses m¨¢s tarde, con 30 a?os, se tuvo que retirar. Keane fue suspendido por tres partidos. En su autobiograf¨ªa, publicada mientras Haaland todav¨ªa intentaba jugar, Keane contest¨® la pregunta del mill¨®n: si hubo o?no mala intenci¨®n. Keane confes¨®, incre¨ªblemente, que la entrada al noruego la hab¨ªa hecho con la clara y deliberada intenci¨®n de hacerle da?o. "Mi actitud fue: a la mierda con ¨¦l", escribi¨®. "Hab¨ªa esperado mucho tiempo. Le pegu¨¦ duro... recibi¨® lo que se merec¨ªa. Ojo por ojo".
Keane tuvo que pagar una multa de 200.000 euros y recibi¨® una suspensi¨®n adicional de cinco partidos. Su perversa honestidad quiz¨¢ le salv¨® de un castigo m¨¢s duro, del mismo modo que un asesino que reconoce su culpabilidad ante un juez suele recibir una sentencia menos severa que el que lo niega y despu¨¦s el veredicto va en su contra. Siendo este, se supone (o uno quiere suponer), un caso excepcional de calculada maldad, y suponiendo tambi¨¦n que como regla general un profesional no le quiere destrozar la carrera a otro profesional, uno se ve obligado, tras una fr¨ªa reflexi¨®n, a dar a los agresores en estos casos el beneficio de la duda. Y con m¨¢s convicci¨®n, claro, si la v¨ªctima se trata de un Alf-Inge Haaland, o incluso un Ben Arfa, o un Eduardo. En cambio, al que le llegase a romper la pierna a Messi -o a otro megacrack como Cristiano Ronaldo, o a un santo de la devoci¨®n espa?ola como Andr¨¦s Iniesta- no se le perdonar¨ªa nunca. Por m¨¢s mala suerte que hubiera habido en el choque, a ese jugador le perseguir¨ªa hasta el final de sus d¨ªas, como al desafortunado Goikoetxea, una terrible imagen.?
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