Furia de Goya
Se baja por una escalera de caracol en la Frick Collection hacia una peque?a sala llena de dibujos de Goya y se ha viajado de golpe del orden sereno del arte del pasado a una violenta contemporaneidad que ya es del todo la nuestra. La Frick Collection es uno de los museos m¨¢s civilizados del mundo, m¨¢s gratos de visitar y de volver: todav¨ªa m¨¢s en este tiempo, este noviembre en que el oro del sol en los d¨ªas que amanecen muy limpios despu¨¦s de la lluvia resalta los colores en las grandes copas de los arces y los robles, al otro lado de la Quinta Avenida. En la mansi¨®n del millonario Frick, que hizo su fortuna con la explotaci¨®n brutal de las minas de carb¨®n, los hornos de acero y los ferrocarriles, uno entra como si se le hubiera permitido el acceso a una opulenta residencia privada. Y como est¨¢ dirigida de una manera muy conservadora, cada regreso depara una confirmaci¨®n de lo que uno ya conoce, y tambi¨¦n una oportunidad de comprobar en qu¨¦ medida sutil las obras de arte que m¨¢s nos gustan y que hemos visto m¨¢s veces est¨¢n cambiando siempre, y act¨²an como un espejo que nos muestra los cambios en nuestra propia vida.
Hace veinte a?os me qued¨¦ mirando 'El jinete polaco', atribuido a Rembrandt, y tuve la intuici¨®n de que iba a servirme para algo que no sab¨ªa lo que era
Goya fue el primer artista en atreverse a una forma radical de libertad que se parece mucho a la que cualquiera de nosotros busca a tientas, o intuye, y nunca o casi nunca logra
Estuve aqu¨ª por primera vez hace veinte a?os justos, guiado por el novelista Jos¨¦ Mar¨ªa Guelbenzu, quien me hizo descubrir un cuadro atribuido a Rembrandt que ya no se me quit¨® de la imaginaci¨®n, El jinete polaco. Vuelvo a mirarlo, como tantas veces, y me sorprende de nuevo el acabado sumario de la figura del caballo, enjuto y musculoso, y la indiferencia casi cortesana con que el jinete, que al fin y al cabo est¨¢ cabalgando por un paisaje de oscuridad y peligro, mira hacia el espectador. Y de nuevo, aunque aguzo las pupilas, no llego a distinguir la forma exacta de ese castillo o ruina que hay en el segundo plano, aunque esta vez observo algo que no recordaba haber visto antes: una hoguera, amarillenta y rojiza, uno de esos fuegos que pueden verse de noche desde muy lejos, y que quiz¨¢s se refleja en el agua de un lago o de un r¨ªo. Hace veinte a?os me qued¨¦ mirando ese cuadro y tuve la intuici¨®n de que iba a servirme para algo que no sab¨ªa lo que era. Viajaba por primera vez a Nueva York y luego a Chicago y el estado de sonambulismo inducido por el jetlag y por el deslumbramiento de esas dos ciudades contempladas de noche se mezclaba en mi imaginaci¨®n con la cabalgata de aquel jinete que yo no sab¨ªa qu¨¦ o a qui¨¦n representaba. Las noches iluminadas de Nueva York y de Chicago se prolongaban en el viaje de regreso en la otra noche insomne sobre el Atl¨¢ntico. Con el sue?o cambiado iba despu¨¦s por Granada viendo los lugares conocidos bajo una luz de extra?eza y tanteaba la posibilidad de una escritura que no podr¨ªa parecerse a la que hab¨ªa hecho hasta entonces, porque ten¨ªa que servirme para contar algo nuevo, todav¨ªa ignorado, algo que tuviera que ver con el otro mundo reci¨¦n descubierto en aquel viaje y con la exploraci¨®n de zonas muy sumergidas de mi propia memoria: algo reci¨¦n descubierto con mis ojos y tambi¨¦n reconocido, por tantos relatos que hab¨ªa escuchado, por tantos libros, cuadros, pel¨ªculas, poemas. Me volv¨ªa a la imaginaci¨®n una estrofa de Garc¨ªa Lorca que hab¨ªa memorizado en la adolescencia: "La aurora de Nueva York tiene / cuatro columnas de cieno / y un hurac¨¢n de negras palomas / que chapotean las aguas podridas". Pens¨¦ escribir un libro que se titulara La aurora de Nueva York. Pens¨¦ otro t¨ªtulo de otro libro sobre el que tampoco sab¨ªa nada m¨¢s: El jinete son¨¢mbulo.
Ay, esos libros que uno sue?a, mucho mejores que cualquiera de los que llega a escribir, livianos, directos, un poco nebulosos, originales sin esfuerzo, fragmentarios como secuencias de poemas o anotaciones veloces y al mismo tiempo impelidos por una tersa direcci¨®n de flecha, confesionales sin narcisismo, con iron¨ªa pero sin autocomplacencia, con peripecias de vidas y con r¨¢fagas de historias pero sin la premiosa carpinter¨ªa de lo argumental, libros perseguidos y nunca alcanzados, con algo de Chatwin, algo de Sebald, algo de Pla, con Baudelaire y sus caminatas de fondo, con Pessoa y sus divagaciones por Lisboa, con Jan Morris en Trieste, con el dejarse llevar de Montaigne o de Stendhal.
Ah¨ª sigue el cuadro, veinte a?os despu¨¦s, y tambi¨¦n sigue el desaf¨ªo. Y s¨®lo un rato despu¨¦s, cuando me alejo de las salas de la colecci¨®n permanente, con su orden apacible y sus profundas alfombras, y bajo por una escalera de caracol, encuentro los dibujos de Goya y comprendo que ¨¦l fue el primer artista en atreverse a una forma radical de libertad que se parece mucho a la que cualquiera de nosotros busca a tientas, o intuye, y nunca o casi nunca logra. Despu¨¦s de una convalecencia que debi¨® de ser como un regreso de los umbrales mismos de la muerte, aislado de los dem¨¢s por la sordera y por la clara conciencia de la mortalidad, Goya empez¨® a dibujar con una furia secreta en cuadernos que llevaba siempre consigo y que ya lo acompa?aron hasta su muerte. Muchos de aquellos dibujos los us¨® luego como base para sus series de grabados y para algunas pinturas. Pero muchos m¨¢s no parece que tuvieran m¨¢s destinatario que ¨¦l mismo: observaciones como fotograf¨ªas instant¨¢neas, im¨¢genes sat¨ªricas con una breve anotaci¨®n al pie que subraya su sarcasmo, visiones de sue?os, bocetos de seres humanos miserables, mendigos, brujas, dementes, borrachos, eremitas cadav¨¦ricos, monjas acosadas por fantasmas, prisioneros, reos sometidos a tortura, bultos negros con las bocas muy abiertas que parecen disciplinantes o frailes, condenados por la Inquisici¨®n, asnos con casacas y arrogancia de sabios.
Esas chatas figuras humanas, esas cabezas que forman multitudes en sombras, las aprendi¨® Goya viendo grabados de Rembrandt; esas b¨®vedas de c¨¢rceles con rejas terribles vienen de Piranesi. Pero la rapidez de los bocetos, el modo en que la tinta ara?a con trazos gruesos la superficie del papel o se disuelve en el agua para lograr gradaciones prodigiosas de sombra, el descaro de las actitudes, la inmediatez f¨ªsica de la violencia o del trabajo, pertenecen ya al reino exclusivo de la libertad de Goya. Lo escrito en la mitad superior de una hoja de papel se tacha con un manchurr¨®n de tinta y el resultado es la boca de una cueva en la que se refugian unos pescadores de ca?a: un trazo casi vertical, sin ning¨²n detalle, es un pez que se retuerce atrapado en el anzuelo. Dos figuras grotescas saltan o vuelan por el aire con un regocijo de m¨¢scaras de carnaval, tocando casta?uelas, y no sabemos si son hombres o mujeres, o apariciones, o brujos. Un hombre herc¨²leo salta a grandes zancadas por encima de un arroyo llevando en brazos a una mujer, y en las piernas desnudas, en la espalda muy ancha, est¨¢ toda la tensi¨®n del esfuerzo f¨ªsico: pero igual puede estar salv¨¢ndola de un peligro que haberla raptado. Despu¨¦s de Goya casi todo parece decoraci¨®n de interiores. El ¨²nico sitio seguro para mostrar sus dibujos en la Frick Collection es el s¨®tano.
The Spanish Manner: Drawings from Ribera to Goya. Frick Collection. Nueva York. Hasta el 9 de enero de 2011. www.frick.org www.antoniomu?ozmolina.es
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.