Un espejo en el Reina Sof¨ªa
Cuando uno piensa en hacer cine, en convertirse en cineasta, en narrador, porque cree que hay cosas que contar, cosas que todav¨ªa no se han contado y que podr¨ªan marcar una diferencia, hacer alguna muesca, por peque?a que sea, en la realidad, busca referentes. Uno parte de aquello a lo que quiere parecerse o de lo que quiere diferenciarse. Uno es joven, est¨¢ empezando y dice: no me confundan con lo que detesto, conf¨²ndanme con lo que amo. No voy a hablar aqu¨ª de las pel¨ªculas perfectas que hizo. No voy a hablar de los actores perfectos a los que dirigi¨®. Voy a hablar solo de sus elecciones, a lo que eligi¨® parecerse y con lo que nos ayud¨® a los dem¨¢s a parecernos a nosotros mismos.
Con presupuestos escasos y contra la censura nos cont¨® y adem¨¢s hizo belleza
Con presupuestos escasos, con pocas semanas de rodaje y materiales precarios, con una censura que no quer¨ªa que los ciudadanos ni la ficci¨®n se pareciesen a nada, mucho menos a ellos mismos, nos cont¨® y adem¨¢s hizo belleza. Porque el cine no trata de la realidad, el cine trata de lo que pensamos de la realidad y de si queremos o no mirarnos al espejo y actuar en consecuencia. Hay gente en este pa¨ªs que preferir¨ªa que no tuvi¨¦semos espejos. Que preferir¨ªa que no existiese eso llamado cine espa?ol. Berlanga sab¨ªa mucho de eso. Todos los cineastas de su generaci¨®n lo sab¨ªan. Hab¨ªan sufrido el ataque, el desprestigio de ciertos c¨ªrculos de poder, esos que nos llaman titiriteros, por ejemplo. Pero nunca se rindi¨®. Se declaraba ¨¢crata, que es una forma educada de no casarse con nadie para no parecerse a nadie. La sorpresa es que a la gente, al p¨²blico le fue gustando mirarse en ese espejo. El que propon¨ªa Berlanga. Le fue gustando reconocerse y le fue gustando re¨ªrse. Sugar coated pill lo llaman a eso los expertos en gui¨®n estadounidenses. Aquellos que le ponen nombre a todo y se ganan muy bien la vida con cursillos para ejecutivos de televisiones sin arriesgarse a poner nunca una letra en un papel. Berlanga, con su colaborador mas estrecho Azcona, se arriesgaba. Vaya que si se arriesgaba. Ellos con los italianos inventaron en los cincuenta lo de las p¨ªldoras cubiertas de az¨²car. La risa ayuda a tragar, dicen los gur¨²s americanos del gui¨®n. No. La risa ayuda a pensar, a ser cr¨ªtico, a pensar de modo independiente. La risa ayuda a la libertad y a la igualdad. Y claro, eso siempre ha sido subversivo.
Desde Cervantes a Quevedo, de Goya a Bu?uel, el humor ha sido uno de los rasgos m¨¢s importantes de nuestra cultura. De nuestra mejor cultura. Un rasgo de identidad que Manuel Borja-Villel ha sabido detectar bien y destaca en su nueva propuesta de lectura de la colecci¨®n del Museo Reina Sof¨ªa. De nuestra historia. Con motivo del aniversario del museo que celebramos estos d¨ªas, se abrir¨¢n nuevas salas y en ellas hay una en la que ?Bienvenido, mister Marshall! es la pieza principal.
La aportaci¨®n definitiva del cine espa?ol a la construcci¨®n de la cultura de este pa¨ªs queda de este modo legitimada, por si todav¨ªa quedaban (y parece que quedan) carpetovet¨®nicos rabiosos que lo dudan. O peor, rabiosos que desear¨ªan eliminar nuestro cine y sus cineastas de la faz de la tierra. Pero no ser¨¢ as¨ª. El cine de Luis Garc¨ªa Berlanga est¨¢ aqu¨ª para quedarse, porque ha sido f¨¦rtil y somos muchos los de las generaciones posteriores que hemos querido ser berlanguianos. Y no es poca cosa frente a la cultura dominante, la cultura del consumo, la cultura del acontecimiento que tiende a homogeneizarnos, Berlanga nos influye y nos conmina, porque est¨¢ bien parecernos a nosotros mismos. Nos vemos, Luis, en tu sala del Reina.
?ngeles Gonz¨¢lez-Sinde es ministra de Cultura.
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