Elogio del enemigo
1El 14 de junio de 1853, en una carta a Louise Colet, Gustave Flaubert escribe: "Se puede calcular lo que vale un hombre por el n¨²mero de sus enemigos, y la importancia de una obra de arte por los ataques que recibe". La frase, uno m¨¢s de los desahogos de Flaubert contra los cr¨ªticos ("cosa rara", le escribe en 1876 a Eug¨¨ne Fromentin. "Un cr¨ªtico que entiende de lo que habla"), resuena de entrada con el tintineo de la verdad. Ladran, luego cabalgamos, dice el dicho: si un pol¨ªtico es un don Nadie, nadie lo ataca; si un empresario es un don Nadie, nadie lo ataca; si un escritor es un don Nadie, nadie lo ataca. No somos alguien porque alguien nos ama o nos aprecia o siente simpat¨ªa por nosotros, sino porque alguien nos ataca o nos odia, o al menos porque alguien nos critica. El dicho es repugnante -de ah¨ª, me temo, el tintineo-, aunque nadie puede asegurar que contenga toda la verdad. Sin embargo, pocos se han atrevido a refutarlo. Ferlosio se atrevi¨®: seg¨²n ¨¦l, es falso que s¨®lo si nos ladran cabalgamos porque el mundo est¨¢ lleno de obtusos y suspicaces que le ladran al primero que pasa, por insignificante que sea; tambi¨¦n es falso porque ah¨ª est¨¢ Cervantes, que lleva siglos cabalgando en cabeza "sin haber o¨ªdo hasta la fecha, a lo largo de tantas y tan accidentadas leguas de camino, ni tan siquiera el m¨¢s leve gru?ido". El primer argumento es irrefutable; no estoy seguro de que lo sea el segundo: Cervantes encaj¨® tantos desprecios y oy¨® tantos ladridos en vida que aprovech¨® la segunda parte del Quijote para defenderse de ellos. De todos modos es probable que en el fondo Ferlosio tenga raz¨®n; en la literatura y en la vida: al fin y al cabo en la Europa de 1940 -digamos- un jud¨ªo ten¨ªa una cantidad considerable de enemigos, aunque fuera un don Nadie, y cuatro a?os despu¨¦s Adolf Hitler era el hombre con m¨¢s enemigos del mundo, aunque no parezca el compa?ero ideal para tomar unas copas.
Tampoco hay que molestarse nunca por una mala cr¨ªtica: hay que encajarla con elegancia"
2Salvo en los chistes de Gila, el enemigo goza de una mala fama indestructible. Es injusto: deber¨ªamos respetar a nuestros enemigos casi tanto como a nuestros amigos, porque los amigos nos estimulan a veces, pero los enemigos nos estimulan siempre, oblig¨¢ndonos a mantener alta la guardia para que no nos amarguen la vida; tambi¨¦n deber¨ªamos escucharlos con atenci¨®n, porque sus juicios sobre nosotros son muchas veces m¨¢s atinados que nuestros propios juicios. As¨ª que quiz¨¢ podamos prescindir a ratos de nuestros amigos, pero no podemos prescindir de nuestros enemigos; o mejor dicho: la ¨²nica manera de prescindir de ellos es que ellos prescindan de nosotros. Para conseguirlo lo primero que hay que hacer es identificarlos, cosa no siempre f¨¢cil, porque nuestros verdaderos enemigos son discretos y silenciosos, y a veces se mimetizan con nuestros amigos; lo segundo que hay que hacer es entenderlos, o por lo menos no odiarlos, porque el odio nos impide juzgarlos y porque entenderlos significa entender tambi¨¦n que un hombre que ataca es un hombre que se alivia. Si uno combate a un terrorista pensando que el terrorista es un demonio, ha perdido el combate: s¨®lo se le puede combatir entendiendo sus razones, entendiendo por qu¨¦, para ¨¦l y para mucha gente como ¨¦l, un terrorista no es un demonio sino un ¨¢ngel, igual que Hitler fue un ¨¢ngel para millones de personas. Hay amistades ¨ªntimas y enemistades m¨¢s ¨ªntimas que cualquier amistad, y uno deber¨ªa ser capaz de penetrar en la mente de sus enemigos mejor de lo que penetra en la de sus amigos; tambi¨¦n -lo que casi nunca es posible- deber¨ªa ser capaz de elegirlos, porque nuestros enemigos nos definen mejor que nuestros amigos; sobre todo deber¨ªa ser capaz de compadecerlos y, si hay mucha suerte, de ayudarles en el infortunio, porque esa es la forma m¨¢s cruel de vengarse de ellos. Por lo dem¨¢s, diga lo que diga Flaubert, un cr¨ªtico no es un terrorista, aunque a algunos cr¨ªticos les halagar¨ªa parecerlo; no hay que halagarlos, porque lo que de verdad nos duele no son sus cr¨ªticas sino el hecho de que nos las repitamos en secreto: uno puede defenderse de los dem¨¢s, pero no puede defenderse de s¨ª mismo. Por eso tampoco hay que molestarse nunca por una mala cr¨ªtica: lo que hay que hacer es encajarla con elegancia; si esto no es posible, siempre se puede contratar por un m¨®dico precio un par de sicarios dispuestos a convertir al cr¨ªtico en hamburguesas.
3Releo lo anterior y advierto con tristeza que no son m¨¢s que bobadas. Lo retiro. Lo retiro todo. O casi todo (lo del par de sicarios no lo retiro). ?A qu¨¦ viene esto de elogiar al enemigo? ?Se me habr¨¢ aflojado un tornillo? ?Me estar¨¦ volviendo Testigo de Jehov¨¢? La verdad de la verdad es que lo ¨²nico serio que puede decirse sobre este asunto es lo que en su lecho de muerte le dijo el general Narv¨¢ez al confesor que trataba de salvar su alma exhort¨¢ndole a que perdonase a sus enemigos. "No puedo", contest¨® el general. "Los he matado a todos".
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