El valor del G-20
Jacques Attali llama al G-20 el G "vano". Un juego de palabras en franc¨¦s para dar a entender que este agrupamiento mundial no sirve para nada. O casi nada. Esto es falso. A condici¨®n de que no tomemos el G-20 por lo que nunca podr¨¢ ser: un Gobierno mundial. En cambio, es una instancia decisiva y valiosa en los tiempos que corren. En este vasto zafarrancho planetario en el que vemos redise?arse el puesto relativo de cada uno de nuestros grandes conjuntos, nuestra obsesi¨®n debe ser que la negociaci¨®n permanente, en un mundo realmente multipolar, prevalezca siempre sobre la confrontaci¨®n. Ahora bien, esta ¨²ltima est¨¢ efectivamente a nuestras puertas bajo la forma de guerra de divisas.
En este vasto zafarrancho planetario nuestra obsesi¨®n debe ser la negociaci¨®n permanente
Los detractores del G-20 evocan tambi¨¦n la realidad del G-2, un duopolio que se est¨¢ poniendo en marcha entre EE UU y China. En tal caso, el G-20 no ser¨ªa sino un simulacro del G-2. Esto es verdadero y falso a la vez. S¨ª, del di¨¢logo entre dos pa¨ªses con unas econom¨ªas tan estrechamente ligadas (China, con sus dos billones y medio de d¨®lares de reserva, puede decretar el fin del reinado del billete verde) depende en parte el crecimiento del mundo; pero ?qui¨¦n no ve aumentar las ocasiones de conflicto entre ambos? La partida puede estar por tanto mucho m¨¢s abierta. As¨ª, hemos visto a Francia y a China haciendo causa com¨²n para pedir una profunda reforma del sistema monetario internacional; a EE UU, sin otro aliado que India, un apoyo a la puesta en marcha de la "plancha de billetes"; a Alemania denunciando a EE UU por los riesgos que hace correr a Europa, y a China, por el peligro que representa la cotizaci¨®n del yuan para el mundo.
Desde este punto de vista, la reci¨¦n clausurada cumbre de Se¨²l representa un paso en la direcci¨®n adecuada; peque?o, en efecto, pero un paso al fin y al cabo. La declaraci¨®n final rechaza las pol¨ªticas de devaluaci¨®n competitiva y fija como objetivo la reducci¨®n de los desequilibrios planetarios entre los que exportan y los que viven de sus d¨¦ficits; entre los que cuentan con demasiado ahorro y los que consumen a cr¨¦dito. El consenso de Se¨²l est¨¢ claro: a medio plazo, la econom¨ªa mundial no podr¨¢ soportar los desequilibrios actuales. Pero no se ha definido ning¨²n marco cuantificable ni restrictivo. Y la definici¨®n de objetivos cuantificables ha sido aplazada un a?o. Como siempre con el G-20, el seguir o no estas recomendaciones depende de la buena voluntad de cada uno. Para Barack Obama, que reclamaba en solitario una limitaci¨®n en porcentaje del producto interior de los excedentes y de los d¨¦ficits, el acuerdo de Se¨²l no es menos "significativo".
Tenemos que recordar que, hasta ahora, el G-20 hab¨ªa aportado dos cosas esenciales. Primero, la ampliaci¨®n, ya que pas¨® del G-7 a un grupo que deja todo su espacio a los pa¨ªses emergentes, esencialmente Brasil, India y China, pero tambi¨¦n Indonesia y Sud¨¢frica. Es una evoluci¨®n saludable cuyas consecuencias han vuelto a verse en la cumbre de Se¨²l con la reforma del FMI, cuyo capital -significativamente aumentado- y derechos de voto est¨¢n ahora reequilibrados. Segundo, la crisis. Ante la urgencia de evitar un cataclismo mundial, los responsables del G-20 supieron adoptar resoluciones para salir adelante. La dificultad es que, una vez alejada la amenaza inmediata, los intereses nacionales vuelven a prevalecer. Y el principio de homogeneidad ha cedido terreno a la mayor heterogeneidad. Los desequilibrios entre pa¨ªses emergentes, con fuerte crecimiento, y pa¨ªses desarrollados, con crecimiento d¨¦bil y una tasa de paro descabellada, son conocidos. Pero tambi¨¦n, y sobre todo, entre pa¨ªses importadores y exportadores con unos d¨¦ficits exteriores demasiado fuertes.
China ha sido se?alada con el dedo, ya que su moneda, el yuan, est¨¢ notablemente infravalorada, lo que frena la apertura de su mercado a los norteamericanos y, sobre todo, a los europeos. Pero la relaci¨®n de fuerzas se ha invertido dr¨¢sticamente para llegar, en Se¨²l, a una cumbre en la que EE UU estaba aislado. Y en la que era a este pa¨ªs a quien se?alaban con el dedo, en vez de a China. Detr¨¢s de este vuelco est¨¢ la decisi¨®n de la reserva federal de inyectar un m¨¢ximo de 600.000 millones de d¨®lares para devolver la energ¨ªa a un crecimiento que, en EE UU, es a¨²n demasiado d¨¦bil como para invertir la curva del paro. Esta decisi¨®n ha sido brutal para Europa, China, Brasil y Jap¨®n. En resumen, para todos aquellos que ven perfilarse la bajada del d¨®lar como consecuencia de esta decisi¨®n.
As¨ª pues, en v¨ªsperas de Se¨²l, la tensi¨®n suscitada por EE UU hac¨ªa olvidar las dificultades originadas por la infravaloraci¨®n del yuan. Las conversaciones han permitido relajar la tensi¨®n. Pero ?qu¨¦ ocurrir¨¢ en realidad? Nadie lo sabe. En cambio, lo que sabemos es que una guerra de divisas significa, acto seguido, una guerra comercial y el regreso del proteccionismo. Seguramente, Se¨²l ha permitido un moment¨¢neo regreso de la calma, pero la situaci¨®n sigue siendo imprevisible y altamente peligrosa.
Traducci¨®n de Jos¨¦ Luis S¨¢nchez-Silva.
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