Dopaje verbal
El otro d¨ªa, alguien llam¨® a mi puerta y yo no estaba. Mi gata no le abri¨®. Quien quiera que fuera desliz¨® bajo la puerta un papel. Por las zafias huellas dactilares y el olor a fiera deduje que, esta vez, no era mujer. La misiva constaba de una sola frase escrita con rotulador y acotada entre dos signos de interrogaci¨®n. El interfecto me preguntaba si, despu¨¦s de los partidos de f¨²tbol, se llevaba a cabo en Espa?a, como en otras competiciones europeas, un control antidoping. Entonces ca¨ª en la cuenta de que en la Liga espa?ola, una de las m¨¢s competitivas del mundo, no se hab¨ªa dado, que yo supiera, ning¨²n caso de dopaje. Tan virtuoso comportamiento no dejaba de resultar sorprendente dada la sobrecarga de partidos y las lesiones derivadas del agotamiento psicol¨®gico y muscular de algunos jugadores.
No se requiere ning¨²n f¨¢rmaco para exigir de nuestro cuerpo y cerebelo un esfuerzo que altere y exceda su normal funcionamiento
Busqu¨¦ documentaci¨®n en Internet. Pomposamente se nos advert¨ªa de que la comisi¨®n antidopaje de la Federaci¨®n Espa?ola era el ¨®rgano colegiado que ostentaba la autoridad y responsabilidad en el control del dopaje en el f¨²tbol espa?ol. No se especificaba si el ¨®rgano en cuesti¨®n era musical o sexual. Ni si lo de colegiado se refer¨ªa al que te tocan en el colegio. O al que nos toca la Iglesia. Se precisaba, eso s¨ª, que la comisi¨®n constaba de cinco miembros. Viriles, supuse, dada su delicada misi¨®n: estar presentes en el momento en que los jugadores designados por acta notarial hacen pis. En otro pa¨ªs y en otro tiempo, conoc¨ª a un entrenador que aconsejaba a sus jugadores no hacer pis delante de otro se?or por muy doctor que fuera. Deb¨ªan llenar la probeta p¨²dicamente aparte y, para este menester, se les prove¨ªa de una pera de goma con orina del d¨ªa anterior o de un pariente cercano. Precauci¨®n superflua en un f¨²tbol tan impoluto como el nuestro en el que, a diferencia del italiano (donde castigan a los m¨¦dicos de Cannavaro por administrarle sustancias sospechosas despu¨¦s de que le picara una avispa), no existe caso alguno detectado de estimulantes ni anabolizantes ni transfusiones sangu¨ªneas ni otras picaduras. Teniendo en cuenta la ¨¦poca de recortes, cabr¨ªa prescindir de estos cinco miembros, presuntamente viriles, que tan superfluamente controlan nuestro sacrosanto avispero futbol¨ªstico. Dada su inutilidad, supondr¨ªa un diur¨¦tico ahorro.
Llegados a este punto, son¨® el tel¨¦fono. Descolgu¨¦. Me lo llev¨¦ a la oreja. Una voz aguardentosa me hizo tremolar el l¨®bulo. Me conminaba a matizar. Matic¨¦. El gen¨¦ricamente llamado dopaje no es equiparable en el atletismo, en el f¨²tbol o en el ciclismo (donde pedalear exige un esfuerzo m¨¢s mec¨¢nico y anta?o propiciaba incluso el que algunos ciclistas llevaran la droga en cantimplora). En cambio, controlar la veleidosa pelota con los pies requiere un permanente dominio de s¨ª mismo sin perder la percepci¨®n del entorno. Mi interlocutor telef¨®nico interrumpi¨® la reflexi¨®n para desencadenar, sin r¨¦plica posible, una atrabiliaria diatriba: "Gracias a ese eufemismo que se ha dado en llamar medicina deportiva los atletas corren y saltan m¨¢s", afirm¨®. "Tambi¨¦n los artistas de todos los tiempos se han elevado sobre espec¨ªmenes de su misma especie hasta alcanzar inalcanzables para¨ªsos artificiales", sigui¨® diciendo. "?Debi¨¦ramos anular la obra de Baudelaire porque se drogaba?", inquiri¨®. "?Y qu¨¦ decir de los h¨¦roes de guerra que pierden la vida o ganan dopados una batalla?", arguy¨®; "?analizaremos la orina y la sangre derramada y les retiraremos la medalla?". Y, sin esperar aquiescencia alguna, colg¨®. No me dio ocasi¨®n de recordarle que no se requiere necesariamente la ingesti¨®n de ning¨²n f¨¢rmaco para exigir de nuestro cuerpo y cerebelo un esfuerzo que altere y exceda su normal funcionamiento. Basta una idea para bloquear patol¨®gicamente el pensamiento. O una imagen para exacerbar nuestro esp¨ªritu. Un crucifijo. Una bandera. O una camiseta de nuestro equipo preferido. Tambi¨¦n puede suceder que, sin necesidad de m¨¢s est¨ªmulo que nuestra querencia natural o espont¨¢nea necedad, acabemos diciendo cosas como: "No soy homosexual y cualquiera puede comprobarlo si me presenta a su hermana", Mourinho dixit en tiempos de Bobby Robson.
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