La sombra del ¨¢guila
Nunca una batalla, Dios me perdone, fue tan divertida. Hablamos de Sbodonovo y el imparable avance de un batall¨®n espa?ol, el 326 de Infanter¨ªa de L¨ªnea, agregado a la Grande Arm¨¦e de Napole¨®n en su campa?a de Rusia. Resulta que nuestros compatriotas no estaban atacando osadamente sino fintando para, ejem, pasarse al enemigo. Pero hete aqu¨ª que el avispado corso observa el movimiento, lo valora, mmm, voil¨¤, ensalza a los bravos espa?oles y lanza a todo su Ej¨¦rcito detr¨¢s para ganar el d¨ªa, oh, la, la. Disparates de la historia militar. Qu¨¦ m¨¢s da que la batalla de Sbodonovo no existiera ni lo hiciera tampoco tan fant¨¢stico asalto de los nuestros, ni el 326 de Infanter¨ªa de L¨ªnea ya que estamos.
Arturo P¨¦rez-Reverte lo narra de tal manera que no ser¨ªa de extra?ar que en el futuro no muy lejano utilizaran el episodio como ejemplo de sutil maniobra en los manuales de West Point, Saint-Cyr o Sandhurst, que queda m¨¢s fino. De momento, Sbodonovo es objeto de amplios debates en Internet y no me extra?ar¨ªa que alguno de los que crean confusi¨®n sobre la batalla fuera el propio P¨¦rez-Reverte camuflado, anchos bigotes postizos, como coronel Pucheu, chef d'escadron de los dragones de la Garde Imperial en la Moskowa, por no hablar del historiador militar sir Mortimer Flanagan, maestro de Antony Beevor.
?Qu¨¦ decir de La sombra del ¨¢guila? Es uno de los libros que me han hecho re¨ªr m¨¢s en la vida -junto con Sin noticias de Gurb, de Eduardo Mendoza, publicado con la misma f¨®rmula; Wilt, de Tom Sharpe, y La gu¨ªa del autostopista gal¨¢ctico, de Douglas Adams; ?qu¨¦ dif¨ªcil es re¨ªr con un libro!: prueben a re¨ªrse, no s¨¦, con el fusilero Sharpe de Bernard Cornwell, por no salir de lo napole¨®nico-.
El relato de P¨¦rez-Reverte arranca con Napole¨®n -el Maldito Enano o Le Petit Cabr¨®n- envuelto en su capote gris de los cazadores de la Guardia y rodeado de su Estado Mayor. Ese conjunto de oficiales, descrito como un irrisorio grupo de arribistas, idiotas, in¨²tiles y cobardes que tratan a la vez de medrar y de pasar desapercibidos (?el pusil¨¢nime, servil y tartamudo general Labraguette!), es una de las grandes bazas del libro, y hace de contrapeso de los personajes espa?oles, adustos, malcarados, cabreados, valientes, definitivamente es-pa-?o-les; los mismos puteados de Rocroi. Y es que, pese a su tono de broma, La sombra del ¨¢guila mete el diente en ese tema leitmotiv del autor de Alatriste (aqu¨ª el capit¨¢n Garc¨ªa) que es el del espa?ol abandonado a su suerte, traicionado y dejado en la estacada, jodido vamos. Tambi¨¦n es de nuevo su tema, como en El h¨²sar, el espanto de la guerra ("Heroica, mis narices, Dupont"): el horror de la metralla y de la bayoneta.
En muchas otras cosas esta historia es una verdadera s¨ªntesis P¨¦rez-Reverte, un concentrado de algunos de los elementos m¨¢s populares de su estilo: las onomatopeyas (Raaas-zaca-bum; glu-glups, Sire), la hilarante translaci¨®n de los acentos extranjeros (?peggos espagnoles!, togueadogues, le jour-de-gluar; c'est la guerre, Labraguette!), el di¨¢logo intercalado, los nombres inolvidables (el capit¨¢n ruso Smirnoff, la calle Nikitskaia), el lenguaje meridiano ("con dos cojones").
El caso es que los 450 espa?oles del segundo batall¨®n del 326 de Infanter¨ªa de L¨ªnea (sosias de una unidad hist¨®rica, el regimiento Jos¨¦ Bonaparte, formado con los soldados de la divisi¨®n del marqu¨¦s de la Romana que no pudieron ser evacuados de Dinamarca por los ingleses al cambiar Espa?a de bando) acometen contra los rusos atravesando corajudamente maizales batidos por la artiller¨ªa. Su verdadero objetivo es irse despegando de la Grand Arm¨¦e para, en la confusi¨®n de la batalla, rendirse al enemigo (como hicieron en realidad bastantes espa?oles obligados a combatir a la fuerza en las filas francesas).
El punto de vista va cambiando din¨¢micamente: ahora estamos arriba con el Estado Mayor franc¨¦s, ahora abajo entre las l¨ªneas del 326 -con uno de los veteranos de narrador en primera persona-. Napole¨®n que ve una oportunidad y ordena: "?Murat!" Solo con recordar la descripci¨®n de Murat, "el Rizos", yo es que me troncho de risa. "Entorchados hasta la bragueta, cenutrio y hortera, parec¨ªa un gitano guaperas vestido por madame Lul¨² para hacer de pr¨ªncipe encantado en una opereta italiana". Y Murat, claro, sugiere una carga, que es su medio natural. Entre bromas ("el que vale, vale, y el que no, con Wellington"), P¨¦rez-Reverte muestra un conocimiento perfecto del Ej¨¦rcito napole¨®nico, de sus personajes, t¨¢cticas y equipos. Eso le permite inventarse convincentemente episodios, di¨¢logos o mariscales (el pelota Lafleur).
Resumiendo, que los espa?oles bajan su estandarte, su ¨¢guila, y entonces, justo antes de que enarbolen la bandera blanca, resulta que toda la caballer¨ªa francesa llega detr¨¢s, 1.200 jinetes, tarar¨ª-tarar¨ª, viva el Emperador, una carga como las de El h¨²sar, cag¨¹entodo, Popoff. Luego, medallas. "?De d¨®nde eres, hijo?", "De Lepe, Zire". El relato tiene una escena en Santa Elena. Y un ¨¢spero y desabrido cap¨ªtulo final, perezrevertiano puro, en la g¨¦lida retirada de Rusia, con un puente que salta por los aires y todo. Pero yo me quedo con un pasaje desternillante en el que los oficiales de Estado Mayor envidiosos critican a Murat ("a lo mejor es que es guapo, y con ese culo tan ce?ido") para recordar despu¨¦s c¨®mo le han metido a Napole¨®n en la tienda una dama rusa de tetas grandes disfrazada de oficial de coraceros, con los problemas l¨®gicos para ajustarle la coraza...
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