Un novelista sin fe en la ficci¨®n
La escritura, en particular la literaria, es francamente nociva para m¨ª desde un punto de vista moral", escribe Tolst¨®i en su (alarmante) diario de vejez. En la misma entrada confiesa haber sucumbido a un deseo de gloria mientras escrib¨ªa Amo y criado; por suerte, a?ade enseguida, ya ha "comenzado a despertar moralmente". Era el 18 de marzo de 1895. A Tolst¨®i le quedaban quince largos a?os de vida durante los cuales sigui¨® despertando moralmente, lo cual equival¨ªa a escribir menos ficci¨®n y a despreciarla -y despreciarse- cada vez que la escrib¨ªa. Tiene que ser una de las grandes paradojas del arte que en esos a?os de descreimiento art¨ªstico, de total escepticismo sobre el poder de la ficci¨®n, saliera de su pluma una de las grandes ficciones de todos los tiempos: Hadj¨ª Murat.
El origen de la novela consta en otra entrada del diario, la del 19 de julio de 1896. Tolst¨®i caminaba por un campo de tierra negra en Pirogovo, m¨¢s bien lejos de su residencia de Y¨¢snaia Poliana, cuando se top¨® con una mata de cardo con tres reto?os. En la traducci¨®n de Selma Ancira: "Uno estaba roto y de ¨¦l colgaba una sucia flor de color blanco; otro tambi¨¦n estaba roto y salpicado de barro, negro, el tallo partido y sucio; el tercer reto?o brotaba transversalmente, tambi¨¦n estaba negro de polvo, pero todav¨ªa viv¨ªa, y hacia la mitad ten¨ªa un color rojizo. Me hizo pensar en Hadj¨ª Murat. Me gustar¨ªa escribir al respecto. Defiende su vida hasta el final y, solo, en medio del vasto campo, como puede, logra defenderla victoriosamente".
El adverbio me parece un exceso: es dif¨ªcil decir de alguien que defendi¨® su vida victoriosamente cuando su cabeza degollada acab¨® recorriendo todos los pueblos del C¨¢ucaso como ejemplo para otros guerrilleros, o m¨¢s bien como disuasi¨®n. Pero es cierto que Hadj¨ª Murat -aquel rebelde musulm¨¢n que fue uno de los m¨¢s temidos resistentes al af¨¢n expansionista de Nicol¨¢s I- muri¨® con hero¨ªsmo, y sobre todo es cierto que el final de su vida, en 1852, sirvi¨® de materia prima a una maravilla literaria. "El mejor relato del mundo", exager¨® famosamente Harold Bloom. Yo acabo de volver a leerlo, y lo he hecho con tanta fascinaci¨®n (y mucho m¨¢s entendimiento) como la primera vez, hace once a?os, cuando el estallido de la segunda guerra de Chechenia convirti¨® esta novela de un siglo de edad en un documento m¨¢s actual que cualquier diario.
Hadj¨ª Murat, esa extraordinaria met¨¢fora de la resistencia, fue el ¨²ltimo relato de envergadura que escribi¨® Tolst¨®i. Sus ciento cincuenta p¨¢ginas le tomaron ocho a?os; supongo que es l¨ªcito preguntarse por qu¨¦ un hombre capaz de escribir las mil p¨¢ginas de Guerra y Paz en seis a?os necesita dos m¨¢s para escribir ochocientas cincuenta menos. La respuesta es: si ser novelista es dif¨ªcil, es m¨¢s dif¨ªcil ser santo. Y eso era Tolst¨®i, un santo en la Tierra, una iglesia de un solo hombre. Como toda iglesia, hab¨ªa llegado a detestar el sexo, que le parec¨ªa un obst¨¢culo para el amor; como toda iglesia, hab¨ªa llegado a la conclusi¨®n de que no hay vida posible fuera de la fe ("sin la conciencia de Dios", escribe en su diario, "no puede haber una concepci¨®n razonable del mundo"); como toda iglesia, hab¨ªa llegado a considerar la desgracia personal como una bendici¨®n. Las p¨¢ginas que siguen a la muerte de su hijo Vani¨¦chka son espeluznantes: "Enterramos a Vani¨¦chka. Terrible. No, terrible no, un gran acontecimiento espiritual. Te doy las gracias, padre. Te doy las gracias". Finalmente: como toda iglesia, hab¨ªa llegado a desconfiar de la literatura de ficci¨®n.
As¨ª que los lectores de Hadj¨ª Murat tenemos que lidiar antes que nada con esta contradicci¨®n molesta: aquella puesta en escena de la lucha del hombre contra las fuerzas colectivas, sin duda uno de los m¨¢s altos elogios del individuo jam¨¢s escritos, fue escrita por un hombre que hab¨ªa dejado de creer en el individuo y, correlato necesario, en esa emanaci¨®n de la individualidad que es el arte. Durante sus ¨²ltimos a?os Tolst¨®i lleg¨® a despotricar contra Beethoven, culp¨¢ndolo de la decadencia de la m¨²sica contempor¨¢nea, y lleg¨® a escribir un peque?o volumen demostrando que Shakespeare era un elaborado fraude, y todos los que durante siglos lo hab¨ªan admirado, meros ingenuos; todo eso, claro, al mismo tiempo que creaba uno de los ¨²nicos personajes genuinamente shakespeareanos de la literatura no inglesa. ?C¨®mo es eso posible? Respuesta: en Tolst¨®i, como en Shakespeare, el ego del moralista nunca suprimi¨® el instinto del artista. O mejor: el artista resisti¨® a cada embate del moralista. Quiz¨¢s es esto lo que queremos decir cuando decimos que las mejores novelas son siempre m¨¢s inteligentes que sus autores. El asesinato de la vieja usurera por Raskolnikov nos horroriza a todos, pero ning¨²n lector de Crimen y castigo ha dejado de sentir por un breve instante que entiende al estudiante, que sabe por qu¨¦ la ha matado. As¨ª todas las grandes ficciones. As¨ª, por supuesto, las grandes ficciones de Tolst¨®i. As¨ª Hadj¨ª Murat.
Pasear por su diario de esos a?os, los a?os de la escritura de Hadj¨ª Murat, es asistir a un pulso librado entre el artista y el moralista, una especie de combate cuerpo a cuerpo donde s¨®lo uno de los dos puede quedar de pie. Tomemos el a?o de 1896, cuando Tolst¨®i comienza a escribir la novela. El 23 de enero anota: "Una verdadera obra de arte -la que transmite- s¨®lo es posible cuando el artista busca, intenta". ?sta es la moral del novelista genuino, para quien la novela es un instrumento de inquisici¨®n, de averiguaci¨®n. Pero un mes despu¨¦s, con la moral del l¨ªder-del-reba?o, con la moral del puritano o del predicador, escribe: "S¨®lo existe un arte y consiste en aumentar las alegr¨ªas inocentes de todos, accesibles a todos, el bienestar del hombre. Un edificio bello, un cuadro festivo, un canto, un cuento brindan una felicidad menor; la incitaci¨®n a un sentimiento religioso de amor por el bien que produce un drama, un cuadro, un canto, brinda una felicidad mayor".
Sigamos. El 17 de mayo Tolst¨®i escribe: "El objetivo principal del arte, si existe el arte y si tiene un objetivo, es manifestar, expresar la verdad sobre el alma humana, expresar aquellos secretos que la palabra sencilla no puede expresar". Pero el 30 de julio parece otro el que escribe: "El placer est¨¦tico es un placer de orden inferior. Y por esto aun el mayor placer est¨¦tico nos deja insatisfechos. E incluso, mientras mayor sea el placer est¨¦tico, mayor es la insatisfacci¨®n que nos deja. Solo el bienestar moral puede producir una satisfacci¨®n plena".
Las entradas de esos d¨ªas est¨¢n plagadas de referencias a la obligaci¨®n de accesibilidad del arte: es arte lo que es comprensible a todos, dice Tolst¨®i, y no es arte lo que no queda inmediatamente claro. Pero yo los reto a ustedes a encontrar en Hadj¨ª Murat una conclusi¨®n n¨ªtida y precisa sobre cualquier cosa. No la hay: a Tolst¨®i, como quer¨ªa Flaubert, se le siente en todas partes pero no se le ve en ninguna. En alg¨²n momento compar¨® sus intenciones con un invento ingl¨¦s que acababa de descubrir: el peep-show, un lente por donde pasan distintas im¨¢genes parciales de un mismo objeto. Lo mismo quer¨ªa hacer con Hadj¨ª Murat: presentarlo como marido, como fan¨¢tico, como guerrero. El hombre que tiene esas miras, que act¨²a con neutralidad cervantina frente a su criatura, no puede ser el mismo que condena las obras de arte como mero divertimento para gente acomodada, o que escribe a comienzos de 1897: "El da?o que hace el arte, el da?o principal, es que ocupa el tiempo e impide a los hombres ver su ociosidad".
Se trata de una verdadera esquizofrenia literaria. Al mismo tiempo que Tolst¨®i compone Hadj¨ª Murat, quej¨¢ndose de que no encuentra el tono, imaginando las posibilidades de su criatura, desprecia la actividad de la creaci¨®n y elogia a la clase trabajadora por no haber ca¨ªdo en el enga?o de la creaci¨®n est¨¦tica. El 14 de octubre de 1897 anota, con paciencia de artesano, algunos detalles que se le han ocurrido para Hadj¨ª Murat: la sombra de un ¨¢guila que corre por el flanco de una monta?a, las huellas sobre la arena de fieras, caballos y hombres, el resoplido de los caballos al entrar en el bosque, un macho cabr¨ªo que aparece de un salto desde detr¨¢s de una mata de aliaderna. Son los detalles que traen la historia a la vida, y dan fe de que el talento de Tolst¨®i para la evocaci¨®n de un mundo f¨ªsico v¨ªvido y potente no hab¨ªa desaparecido. ?C¨®mo reconciliar a este hombre con el que escribe que Boccaccio es el comienzo del arte inmoral, o que lee La dama del perrito, el cuento de Ch¨¦jov que hoy nos parece una de las cimas del g¨¦nero, y despotrica contra ¨¦l porque considera que no ha elaborado una concepci¨®n del mundo "capaz de distinguir el bien del mal"?
Sea como sea, el resultado est¨¢ ah¨ª: la historia de Hadj¨ª Murat sobrevivi¨®, ha seguido sobreviviendo. Tolst¨®i la termin¨® sin entusiasmo mientras escrib¨ªa, con entrega total, otras cosas: su peque?o tratado sobre el arte, su Confesi¨®n -un verdadero ajuste de cuentas con la Iglesia rusa ortodoxa, que lo excomulg¨® despu¨¦s y hasta el d¨ªa de hoy no lo ha recibido de nuevo en su seno-, y tambi¨¦n la novela Resurrecci¨®n, que es una gran obra literaria pero que no le llega a los tobillos a la historia del rebelde musulm¨¢n. Mientras tanto segu¨ªa dividido: por un lado, agobiado por ideas fijas sobre la religi¨®n y su papel en ella, sobre los defectos de la mujer (la culpaba de todos los desastres del mundo contempor¨¢neo), sobre la cultura (que s¨®lo florece, dec¨ªa, cuando no hay moral); por el otro, lleno de dudas. Pues bien: la duda es la provincia del novelista. El 19 de diciembre de 1900 Tolst¨®i escribe: "El artista, para poder influir en los dem¨¢s, debe buscar; su obra ha de ser una b¨²squeda. Si ya lo ha encontrado todo, si lo sabe todo y adoctrina o se divierte deliberadamente, no ejerce ninguna influencia. S¨®lo si busca, el espectador, el oyente, el lector se unir¨¢n a ¨¦l en su b¨²squeda".
Ten¨ªa raz¨®n. Aqu¨ª estamos nosotros, m¨¢s de cien a?os despu¨¦s, buscando con Tolst¨®i. Algunas cosas hemos encontrado, muchas felicidades nos ha dado el hecho mismo de buscar. Y cuando nos sentimos confundidos, desorientados, sacamos Guerra y paz, sacamos Ana Karenina, sacamos La muerte de Iv¨¢n Ilych, sacamos Hadj¨ª Murat, y esas ficciones son lo m¨¢s cerca que estamos, o que estoy yo, del sentimiento que otros llaman religioso, porque siguen enriqueciendo mi noci¨®n de la humanidad y mi respeto por esta vida inmensamente varia que nos ha tocado en suerte, esta vida tan m¨²ltiple y compleja que no la podr¨ªamos entender sin la ayuda de quienes la han contado.
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Tolst¨®i con mano propia y ajena
Hadj¨ª Murat
Le¨®n Tolst¨®i. Traducci¨®n de Irene
y Laura Andresco Kuraitis. La otra
orilla. Barcelona, 2010. 240
p¨¢ginas. 15 euros.
Anna Kar¨¦nina
Traducci¨®n de V¨ªctor Gallego.
Alba. Barcelona, 2010. 1.008
p¨¢ginas. 44 euros.
Guerra y paz
Traducci¨®n de Lydia K¨²per. El
Aleph / Del Taller de Mario
Muchnik. Barcelona, 2010 1.900
p¨¢ginas. 39,90 euros.
Memorias. Infancia.
Memorias. Adolescencia
Memorias. Juventud
Tomo 1. Planeta. Barcelona, 2010.
21 euros.
Diarios (1847-1894).
Diarios (1895-1910)
Edici¨®n y traducci¨®n de Selma
Ancira. Acantilado. Barcelona, 2010.
508 / 584 p¨¢ginas. 27 / 33 euros.
La tormenta de nieve
Traducci¨®n de Selma Ancira.
Acantilado. 75 p¨¢ginas. 10 euros.
El reino de Dios est¨¢ en
vosotros (incluye la
correspondencia entre
Tolst¨®i y Gandhi)
Traducci¨®n de Joaqu¨ªn Fern¨¢ndez
Vald¨¦s Roig-Gironella. Kair¨®s.
Barcelona. 430 p¨¢ginas.
Relatos de Y¨¢snaia Poliana
(Cuentos para ni?os y el
prisionero de C¨¢ucaso)
Traducci¨®n de Sara Rodr¨ªguez.
Rey Lear. 149 p¨¢ginas. 10,95 euros.
Diarios (1862-1919). Sof¨ªa
Tolst¨®i. Selecci¨®n, traducci¨®n y
notas de Fernando Otero Mac¨ªas y
Jos¨¦ Ignacio L¨®pez Fern¨¢ndez.
Alba. 650 p¨¢ginas. 32 euros.
Sobre mi padre. 1928
Tatiana Tolst¨®i. Traducci¨®n de
Julia Escobar. Nortesur. Barcelona,
2010. 125 p¨¢ginas. 13 euros.
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