La cultura sin cultura
Los males que acucian hoy a la cultura universal son el consumismo, su conversi¨®n en mercanc¨ªa. El poder de la inteligencia ha sido sustituido por el de los medios de comunicaci¨®n. Todo es espect¨¢culo
Cuando se acaba de leer La cultura-mundo, de Gilles Lipovetsky y Jean Serroy (Anagrama 2010, traducci¨®n de Promoteo-Moya), la desaz¨®n es terrible. Y lo es no por lo que se cuenta, ya sabido, sino por la constataci¨®n documental y fehaciente de los males que acucian hoy a la cultura. No a la cultura de uno u otro pa¨ªs, sino a la cultura universal invadida por la industria y el consumismo y cada vez m¨¢s ajena a su funci¨®n secular de explicar y entender el mundo. Una cultura sometida a los gustos del p¨²blico y destinada al ¨¦xito inmediato, al consumo como una mercanc¨ªa m¨¢s. El lector transformado en consumidor mientras, el creador, el escritor o el artista, en simple productor de servicios.
Hoy no existe m¨¢s que lo que se ve en televisi¨®n, lo que ve la masa, lo que todos comparten
El peso econ¨®mico en la cultura la distorsiona, la infantiliza, la empobrece
El desencanto de la vida intelectual es cada vez mayor, se nos dice. El valor de la cultura ha sufrido en las ¨²ltimas d¨¦cadas una depreciaci¨®n irrecuperable, los grandes maestros han desaparecido (Foucault ya lo avis¨®), las grandes obras est¨¢n solo en el pasado y un amplio sector de la vida intelectual se ha entregado al funcionariado universitario y a la comercializaci¨®n. Hoy en d¨ªa, la p¨¦rdida del peso que ten¨ªan las obras literarias, art¨ªsticas o filos¨®ficas en la esfera p¨²blica es una triste realidad.
El poder de la inteligencia ha sido sustituido por el poder de los medios de comunicaci¨®n que fabrican m¨¢s celebridades que los c¨ªrculos de eruditos e intelectuales. Celebridades que opinan desde su incultura como si fueran sabios. Hoy se escucha m¨¢s a un cantante, a un deportista, o a una estrella del star-system que a un intelectual. As¨ª lo explican los autores, Lipovetsky y Serroy: "Desacralizaci¨®n del mundo de las ideas, eclipse de los gu¨ªas del esp¨ªritu humano, desaparici¨®n del poder intelectual". El consumidor no ha gozado jam¨¢s de tanta libertad y tanta oferta para consumir productos ef¨ªmeros, y si antes la cultura proporcionaba conocimientos imperecederos, hoy d¨ªa la "incertidumbre" y la "desorientaci¨®n" son los sentimientos que invaden nuestro mundo democr¨¢tico en una transformaci¨®n de dimensiones jam¨¢s sospechadas: familia, identidad sexual, educaci¨®n, moda, tecnolog¨ªas, alimentaci¨®n.
La cultura humanista est¨¢ hoy abandonada por j¨®venes entregados al becerro de oro de las redes de comunicaci¨®n. Cualquier respuesta la obtienen -o creen obtenerla- all¨ª, en el poder cada vez mayor de la informaci¨®n sobre el conocimiento. O, si se prefiere, en el poder cada vez mayor de la econom¨ªa sobre la cultura. Las industrias de lo imaginario, del entretenimiento, se alzan sobre los valores del esp¨ªritu, la meditaci¨®n, la reflexi¨®n. Lo ¨²til sobre lo in¨²til. La cultura se convierte en industria, en la forma de un complejo medi¨¢tico-comercial que es el motor del crecimiento de las naciones desarrolladas.
Las exportaciones de la industria cinematogr¨¢fica, audiovisual, editorial, los beneficios derivados de la ense?anza de las grandes lenguas, producen hoy tantos ingresos como cualquier otra industria. Y esos beneficios tambi¨¦n conllevan mutaciones en la cultura. Al prestigio se le opone la rentabilidad; a la reflexi¨®n, la facilidad. El peso econ¨®mico en la cultura la distorsiona, la infantiliza, la empobrece. El mundo hipermoderno, tal como lo estudian estos dos autores, est¨¢ organizado alrededor de cuatro polos estructuradores que configuran la fisonom¨ªa de los nuevos tiempos: hipercapitalismo, hipertecnificaci¨®n, hiperindividualismo y el hiperconsumo. Es decir, la fuerza motriz de la globalizaci¨®n econ¨®mica, la universalizaci¨®n t¨¦cnica, la respuesta del individuo frente a la masificaci¨®n y universalizaci¨®n y, finalmente, el hedonismo comercial como felicidad.
En medio de esta cultura sin fronteras se alza la sociedad universal de consumidores, cada vez m¨¢s an¨®nimos, m¨¢s satisfechos, m¨¢s alienados. La cultura va perdiendo batallas y tambi¨¦n la pol¨ªtica. De ello se deriva el escepticismo y desconfianza hacia los pol¨ªticos, el descenso de la militancia y la confusi¨®n de las identidades ideol¨®gicas. Internet es un peligro para el v¨ªnculo social, a?aden los autores de La cultura-mundo, en la medida en que, en el ciberespacio, los individuos se comunican continuamente, pero se ven cada vez menos. En esta era digital los individuos llevan una vida abstracta e informatizada, en vez de tener experiencias juntos quedan enclaustrados por las nuevas tecnolog¨ªas.
Al mismo tiempo, mientras el cuerpo deja de ser el asidero real de la vida, se forma un universo descorporeizado, desensualizado, desrealizado: el de las pantallas y los contactos inform¨¢ticos. Lipovetsky y Serroy, por cierto, con dos a?os de anticipaci¨®n, resum¨ªan perfectamente la espeluznante pel¨ªcula de David Fincher La red social, basada en la invenci¨®n de Facebook, un fen¨®meno social tan revolucionario como inquietante.
Fue la Escuela de Fr¨¢ncfort la primera que habl¨®, hace m¨¢s de medio siglo, de industria cultural, refiri¨¦ndose a la reproducibilidad de las obras de arte destinadas a un mercado de mayor consumo. Adorno y Horkheimer ya nos previnieron de los males de la cultura masificada, aunque no se imaginaron los extremos sin retorno a los que llegar¨ªamos. Aquella alarma se ha convertido hoy en una gran amenaza y, cada vez m¨¢s, la cultura revolucionaria de creaci¨®n que desprecia el mercado est¨¢ siendo devorada inmisericorde por la cultura industrial, menos exigente, m¨¢s accesible, menos elitista, m¨¢s divertida, evasiva y conformista.
En una civilizaci¨®n as¨ª, ?qu¨¦ queda de los ideales humanistas sobre los que se levant¨® la cultura occidental? ?Qu¨¦ clase de ser humano producir¨¢ esta nueva civilizaci¨®n? El homo sapiens se ha transformado en pantalicus, absorbido por la televisi¨®n, por las pantallas de los ordenadores. El mundo existe por las im¨¢genes que aparecen en la pantalla y los individuos lo conocen tal como se deja ver. La televisi¨®n cambia el mundo: el mundo pol¨ªtico, la publicidad, el ocio, el mundo de la cultura. Hoy no existe m¨¢s que lo que se ve en televisi¨®n, lo que ve la masa, lo que todos comparten. Es el triunfo de la sociedad de la imagen y sus poderes.
Frente a la oralidad, frente a la escritura, frente al pensamiento, la imagen aparece como un t¨®tem absoluto. Y, mientras tanto, los escritores, los intelectuales, los artistas negociando sus derechos de autor a trav¨¦s de los agentes -exactamente como en la industria del espect¨¢culo- y empuj¨¢ndose para estar en las listas de los m¨¢s vendidos, que ya no son por fuerza los mejores. Un libro vendido equivale a un votante. ?xito, superventas, r¨¦cords, firmas masivas: lo que no se vende ya no puede ser bueno. Las obras de arte acaban en las subastas, en el mercado m¨¢s escandaloso, vulgar. Todo es ya espect¨¢culo. Los museos-espect¨¢culo, elevados al rango de objeto tur¨ªstico de masas, semejan tan solo hipermercados apenas m¨¢s refinados. Los museos, antes lugares de recogimiento, son hoy espacios para el bullicio y el aturdido turismo cultural. Las obras de los museos no se contemplan, se consumen. Hay un dato interesante aportado en La cultura-mundo: seg¨²n una encuesta, un visitante medio pasa entre 15 y 40 segundos mirando El rapto de las sabinas de David; entre cinco y nueve segundos, La gran odalisca de Ingres. ?Cu¨¢ntos ante Las meninas o El Guernica? Y ante esa visi¨®n rel¨¢mpago ?qu¨¦ conocimiento obtendr¨¢n? Sin embargo, los museos hoy solo son relevantes por el merchandising adquirido en sus tiendas.
?C¨®mo salvarnos? Estoy absolutamente de acuerdo con la soluci¨®n que dan los dos fil¨®sofos: solo la educaci¨®n est¨¢ a la altura del problema. Pero escuela y universidad no funcionan. ?Es a¨²n una tarea posible? La cultura, como valor espiritual, seg¨²n aprendimos de Val¨¦ry, est¨¢ en v¨ªas de extinci¨®n, destronada por la industria, el consumo y la mal llamada cultura medi¨¢tica. Hoy, la lectura, y lo s¨¦ por mi propia experiencia docente, no est¨¢ entre las preferencias de los estudiantes, si bien en el ordenador no paran ca¨®ticamente de leer y escribir. El mismo desinter¨¦s cunde en otras actividades culturales anta?o masivas: teatro, cine, conciertos de m¨²sica cl¨¢sica y recitales. Como Lipovetsky y Serroy comentan, el capitalismo y el placer consumista han derribado a la cultura literaria y art¨ªstica del pedestal en que estaba: en ese espectro ambiental "lo insignificante tiene ya valor cultural" y las jerarqu¨ªas que no hace mucho distingu¨ªan la cultura noble de la cultura de masas han desaparecido. Este es el mar de las tinieblas en que navegamos. Siempre habr¨¢ n¨¢ufragos que mantengan la memoria del origen, siempre alguien se librar¨¢ y cuando eso suceda, la verdadera cultura permanecer¨¢ como tabla de salvaci¨®n. El libro de Lipovetsky y Serroy es una llamada de atenci¨®n desesperada, una muestra nada exagerada de que nuestra civilizaci¨®n sufre una crisis de valores de grandes proporciones.
C¨¦sar Antonio Molina es escritor y fue ministro de Cultura.
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