Lezama Lima en su 'Paradiso'
Hay efem¨¦rides que quedan oscurecidas, desplazadas por otras de m¨¢s acusada notoriedad o de mayor divulgaci¨®n por los extrarradios de la literatura. Eso es lo que ocurre con Jos¨¦ Lezama Lima, nacido el mismo a?o que Luis Rosales o Miguel Hern¨¢ndez, de quienes se han venido conmemorando de modo elocuente sus respectivos centenarios. Tampoco resulta imprevista la desatenci¨®n que ha merecido a este respecto Lezama Lima. Por uno u otro motivo, Hern¨¢ndez y Rosales son poetas que, al margen de sus merecimientos literarios, disponen de un estimable repertorio de incentivos extraliterarios. No es ese el caso de Lezama Lima, cuya compleja personalidad dista mucho de estar mayoritariamente valorada. Y menos en un clima literario cuya subordinaci¨®n a unos h¨¢bitos preferentemente realistas tiende a desestimar cualquier operativo desacato a la tradici¨®n.
Siempre asocio la imagen de Lezama a la de un docto caballero renacentista bien acomodado entre el humanismo y la buena mesa. Un poco distante de lo que ten¨ªa m¨¢s cerca, viajero por los alrededores de un reducido mundo en cuyo fondo cab¨ªa el mundo, Lezama es un escritor desclasificado, un poeta, un narrador, un ensayista de an¨®malos y m¨¢s bien exiguos v¨ªnculos con la historia lineal de la literatura del siglo XX. Dec¨ªa Cernuda que era un poeta "inusitado en cualquier tierra de habla espa?ola, admirable y diab¨®licamente herm¨¦tico". En el universo literario de Lezama comparecen efectivamente unas constantes est¨¦ticas de intrincados y exquisitos aparejos, una magistral potencia indagatoria en las contingencias de un lenguaje sibilinamente personalizado: la supra verba entendida como una nueva dimensi¨®n simb¨®lica de la palabra. Lezama no pertenece a otra escuela que a la que ¨¦l cre¨® y se extingui¨® con ¨¦l, una vez cumplida su dif¨ªcil y espl¨¦ndida heterodoxia creadora. Recomiendo a este respecto la correspondencia entre el poeta y Rodr¨ªguez Feo (Ediciones Uni¨®n, La Habana, 1989), donde -aparte de las valiosas referencias a Or¨ªgenes, la memorable revista que ambos fundaran- se despliega una luminosa radiograf¨ªa de los modales humanos y los asombrosos registros culturales del autor de Paradiso.
La obra entera de Lezama es un paradigma de avidez de conocimiento a trav¨¦s de la escritura, de una escritura que, como ¨¦l dijo del G¨®ngora de las Soledades, "nos impresiona como la simult¨¢nea traducci¨®n de varios idiomas desconocidos". Sin duda que sus normativas po¨¦ticas incurren en distintos pr¨¦stamos culteranos -barrocos-, pero el resultado final va m¨¢s all¨¢: es un barroco enriquecido con una serie de innovaciones l¨¦xicas, sint¨¢cticas, morfol¨®gicas s¨®lo atribuibles al rango de una t¨¦cnica de la imaginaci¨®n de extraordinaria vitalidad. Su hermetismo, de existir, vendr¨ªa a ser como la consecuencia del exceso de iluminaci¨®n, del mismo modo que la presunta exuberancia de su c¨®digo estil¨ªstico depende de la propia exuberancia sensitiva del autor. Imposible no reconocer la sugesti¨®n m¨²ltiple de ese paradigma que puede parecer excesivo y que de hecho tiene mucho de exc¨¦ntrico en el ¨¢mbito de nuestra cultura literaria contempor¨¢nea. En cierto modo, la afanosa empresa po¨¦tica de Lezama queda fijada en esa abrumadora tarea de renovaci¨®n ling¨¹¨ªstica, cuyas claves parecen laboriosamente extra¨ªdas de "las profundas cavernas del sentido". Por ah¨ª se llega sin duda a la esencia misma de la creaci¨®n po¨¦tica.
Yo me adentr¨¦ por primera vez en el complejo y fascinante corpus po¨¦tico de Lezama durante unas cinco semanas de 1966, justo cuando apareci¨® Paradiso. Jos¨¦ ?ngel Valente y yo -que est¨¢bamos pasando una temporada en Cuba- fuimos a visitarlo a su casa de la habanera calle Trocadero, 162. Recuerdo muy bien al poeta, un se?or cort¨¦s y orondo, mordaz y asm¨¢tico, recluido como a perpetuidad en una habitaci¨®n bien abastecida de cuadros, libros y cachivaches de varia redundancia, aposentado en un sill¨®n abacial entre cuyos brazos se apoyaba una tabla a manera de pupitre, fumando con fruici¨®n un tabaco de "las mejores vegas de Bayamo". Ten¨ªa aspecto de criollo ilustrado, devoto sensual de la naturaleza y mal avenido con las mediocridades urbanas. Su conversaci¨®n era una larga secuencia de figuras ret¨®ricas, en especial de ep¨ªtetos y per¨ªfrasis, con lo que resultaba muy dif¨ªcil mantener un di¨¢logo m¨¢s o menos convencional. S¨®lo una fugaz menci¨®n a la cocina popular cubana introdujo aquella vez en la profusa alocuci¨®n del poeta alg¨²n que otro improperio contra los deplorables v¨ªnculos entre gastronom¨ªa y revoluci¨®n. Dec¨ªa Cort¨¢zar que Lezama hablaba como escrib¨ªa, a lo que podr¨ªa a?adirse que lo hac¨ªa en una lengua adecuadamente concebida con el prop¨®sito de que el oyente o el lector no se llamara a enga?o. Su secreta idea del mundo era su lenguaje secreto, el "eterno reverso enigm¨¢tico", como ¨¦l dec¨ªa. Supongo que si hubiese empleado otro habitual uso ling¨¹¨ªstico no habr¨ªa sido viable esa personal¨ªsima tarea de invenci¨®n de la realidad, de juego de espejos y m¨¢scaras que fundamenta la entera actividad po¨¦tica -en prosa y verso- de Lezama. Ya se sabe que una cosa es la verdad literaria y otra muy distinta la verdad a secas.
Paradiso ha merecido toda clase de asedios cr¨ªticos a cuenta de su condici¨®n de anti-novela, de su irracionalismo palmario, de sus desconexiones tem¨¢ticas. Todo eso quiz¨¢ pueda ser cierto, no estoy seguro, pero lo que de veras importa en este caso es la excepcional voluntad creadora de Lezama, su promulgaci¨®n de un "sistema po¨¦tico" que trasciende los c¨¢nones al uso y asume un tratamiento art¨ªstico de la realidad absolutamente seductor, regido por una verbosidad que parece como proyectada en un entramado mitol¨®gico. Por ah¨ª, por esa selva virgen del texto, puede uno internarse sabiendo que lo aguardan frecuentes extrav¨ªos, pero tambi¨¦n copiosos deslumbramientos. Las p¨¦rdidas posibles se compensan con los hallazgos magn¨ªficos.
La poes¨ªa de Lezama -desde Muerte de Narciso a Fragmentos a su im¨¢n- responde en puridad al mismo planteamiento est¨¦tico que su narrativa -desde Juego de las decapitaciones a Oppiano Licario- o que su trabajo ensay¨ªstico -desde Analecta del reloj a Las eras imaginarias-. Con alguna epis¨®dica salvedad, en todos los casos se verifica como una especie de similar desalojo de una realidad que va a ser lujuriosamente sustituida por otra versi¨®n posible de esa realidad, o de ese enigma que para entendernos llamamos realidad. La diferencia de g¨¦neros apenas interfiere esa peculiar¨ªsima osad¨ªa compositiva. Lo que llam¨® Valente a este respecto "la apertura infinita de la palabra" viene a ser aqu¨ª como una celebraci¨®n del m¨¢s depurado arte de escribir, de un arte que se mantiene magistralmente vivo porque naci¨® sin ning¨²n condicionamiento temporal. Releer a Lezama contin¨²a siendo un muy acreditado ejercicio de literatura comparada para neutralizar el des¨¢nimo.
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