Por un museo galego de arte moderno
Uno de los museos m¨¢s importantes de Galicia -y sin duda el m¨¢s despreciado- es el Carlos Maside, situado en un edificio anexo a las Cer¨¢micas do Castro, en Sada. En ¨¦l puede encontrarse una peque?a representaci¨®n de lo que fue el arte moderno gallego desde la tercera d¨¦cada del siglo XX hasta los a?os setenta. Son pocos los visitantes que lo frecuentan, pero quien lo hace se encuentra en el Sancta Sanctorum de la tradici¨®n de la vanguardia entre nosotros. Ese edificio -una versi¨®n del esp¨ªritu del constructivismo sovi¨¦tico, m¨¢s bien que de la Bauhaus alemana- muestra que la modernidad no pas¨® de largo ante nosotros. Si las instituciones p¨²blicas, y en especial la Conseller¨ªa de Cultura, no fuesen tantas veces regentadas por iletrados, esa colecci¨®n tendr¨ªa que constituir un acicate para la creaci¨®n de un Museo Galego de Arte Moderno.
Hay tres centros de arte contempor¨¢neo, pero el p¨²blico no puede apreciar su propia tradici¨®n
Es una verg¨¹enza que todav¨ªa no exista un museo p¨²blico en el que pueda verse el arte gallego ordenado cronol¨®gicamente. Carlos Maside, Arturo Souto, Castelao, Huici, Maruja Mallo, Eugenio Granell, Fern¨¢ndez Mazas, Lugr¨ªs, Laxeiro, Reimundo Pati?o: la colecci¨®n de Sada est¨¢ formada por nombres indispensables. Sobre todo el de Lu¨ªs Seoane, el artista m¨¢s decisivo de nuestro atribulado siglo XX. Esa fue nuestra contribuci¨®n al arte moderno. Su infravaloraci¨®n es una consecuencia de nuestras circunstancias hist¨®ricas. Casi todos ellos formaban parte de los que perdieron la guerra. No hay que ser muy espabilado para entender que, cuando la democracia y la autonom¨ªa retornaron, la masa social conservadora y no muy cultivada segu¨ªa ah¨ª.
Con todo, ciertamente la colecci¨®n de un MGAM tendr¨ªa que partir de un momento muy anterior. De comienzos del XIX, con el romanticismo de Villaamil, glosado por Baudelaire. Despu¨¦s habr¨ªa estaciones en Fenollera y la Xeraci¨®n Doente, aquellos pintores -Ovidio Murgu¨ªa, Parada Justel, Joaqu¨ªn Vaamonde- que, en la estela del realismo, se decidieron a morir, como si fuera una consigna, de tuberculosis. M¨¢s tarde parada y fonda en el academicismo de Sotomayor para venir a dar en nuestra vanguardia, el eje del museo de Sada. El arco podr¨ªa completarse con el arte de la democracia: la generaci¨®n del grupo Atl¨¢ntica -Moldes, Pati?o, Lamas- y gentes como Leiro o Lamazares. Escultores como Asorey o Manolo Paz deber¨ªan encontrar all¨ª su lugar, y tambi¨¦n la fotograf¨ªa, desde Ksado o Pintos a Vari Caram¨¦s y Manuel Vilari?o.
Que no exista ese museo muestra los d¨¦biles hilos de nuestra traves¨ªa por la modernidad. Cu¨¢nto hay entre nosotros de simulacro y efecto de superficie. En Galicia existen tres Centros de Arte Contempor¨¢neo, pero el p¨²blico no tiene oportunidad de apreciar en conjunto su propia tradici¨®n inmediata. Mucho tiene que ver en esa paradoja una provinciana asunci¨®n de la moda de generar contenedores al tunt¨²n, sin saber por qu¨¦ y para qu¨¦ -ese y no otro es el gran pecado de la Cidade da Cultura-. En ausencia de una asimilaci¨®n ponderada y de un conocimiento genuino, se imponen la moda y el mercado, n¨¦mesis de todo valor.
Hemos podido apreciar a Terragni, Pirosmani o Boltanski, entre otros artistas valiosos, cierto. Pero han faltado l¨ªneas consistentes. Muchas cosas se han hecho para que pueda decirse que ya semos europeos, como ironizaba Boadella. La cosa no mejora si la trivialidad es publicitada con frases bomb¨¢sticas. Por supuesto, no es esta desorientaci¨®n espec¨ªfica de Galicia o Espa?a. En todas partes se deja ver la pirotecnia de un nihilismo que ha dejado atr¨¢s su car¨¢cter tr¨¢gico para devenir banalizaci¨®n multiplicada por infinitos canales.
Aunque la cultura se ha vuelto religi¨®n de Estado, una vez que la propiamente dicha entr¨® en barrena y que las ideolog¨ªas, en lo que tuvieron de religiones sustitutivas, han desaparecido pr¨¢cticamente del mapa (aunque ?de d¨®nde podr¨ªa venir la definici¨®n de los fines y valores ¨²ltimos de una sociedad, sino de la reflexi¨®n presente en novelas y ensayos? ?de d¨®nde, sino de unas pocas obras de arte de nuestro tiempo?), lo cierto es que el ¨¢mbito del arte se ha decantado, es de temer, en espect¨¢culo tardomoderno, a lo Jeff Koon o Damien Hirst, para pasto de groupies sin cabeza.
Pero un Museo Galego de Arte Moderna nos retrotraer¨ªa a un momento anterior en que el sentido no se hab¨ªa disuelto en el aire. Quien se situase frente a esos cuadros, esculturas y fotograf¨ªas podr¨ªa encontrar la iconograf¨ªa del tejido con el que se form¨® nuestro pa¨ªs en los dos ¨²ltimos siglos, tal y c¨®mo fue elaborado por un pu?ado de artistas conscientes de que estaban rompiendo con un lenguaje que ya no serv¨ªa y de que quer¨ªan dejar atr¨¢s, entre tantas otras cosas, ese folclorismo que ahora encuentra su mejor lugar en TVG. Era una ruptura con la historia lo que buscaban. El trotskista Granell, el marxista Maside, el nacionalista Seoane, quer¨ªan forjar otra Galicia.
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