Tan cerca del aire

Gustavo Mart¨ªn Garzo, un enamorado de los cuentos de hadas, transita en esta novela, premio Ciudad de Torrevieja, por un territorio difuso, aut¨®nomo e incluso confuso como es el de la fantas¨ªa, que no se rige por la verosimilitud del espacio real, por m¨¢s que se haga una referencia a Cu¨¦llar; un territorio donde los hombres -algunos- pueden amar a una hermosa garza real y por amor hacerla desgraciada al arrebatarle esa piel de plumas con la que poder atravesar la otra l¨ªnea. Esta es una novela en la que todo convencionalismo narrativo y, por tanto, la verosimilitud m¨¢s ramplona estallan en pedazos, y para la que su autor nos exige complicidad absoluta (si no, no funciona). Podemos valorar ese tri¨¢ngulo amoroso que se produce entre la garza-mujer, ese pastor extra?o y hura?o del interior del bosque y una mujer -do?a Paula- que mantendr¨¢ la cordura imprescindible para aceptar, perdidamente enamorada del hombre hura?o, que puede existir otra suerte de amor -m¨¢s gr¨¢cil y vol¨¢til: una mujer-garza- y participar de esa atracci¨®n y, a la vez, conservar esos pies en la tierra como para poder contarle la historia a ese hijo habido de la relaci¨®n tan po¨¦ticamente contra natura: hermoso, s¨ª, el nacimiento ov¨ªparo de Jon¨¢s. Un ni?o, a su vez, que crecer¨¢, querr¨¢ saber, obtendr¨¢ algunas respuestas, y acabar¨¢ volando tras su destino. El libro est¨¢ tan lleno de frases conseguidas, bonitas, de im¨¢genes deliberadamente buscadas, el lector es trasladado tantas veces a ese espacio difuso de los cuentos de hadas, donde todo es posible hasta lo inveros¨ªmil, que acaba sintiendo que chapotea en alm¨ªbar y, en ocasiones, queda -ha sido mi caso- un tanto empalagado. Tal vez este lector no llevara el calzado adecuado para tal traves¨ªa, tal vez hubiera preferido algo m¨¢s de contenci¨®n. A veces la concentraci¨®n de garzas -m¨¢s all¨¢ de la belleza de su vuelo- tienen algo de amenazantes pajarracos a lo Hitchcock. Pienso que la novela permanece demasiado tiempo al otro lado de la realidad (aunque no entiendo la intencionalidad de la chusca historia del cerdo llamado Durruti), y se reblandece, por eso y por empalagoso, el suelo que pisa, este lector al menos.