Desmemorias de ?frica
El olvido de las matanzas espa?olas en Guinea forma parte de la interesada mala memoria de las antiguas potencias coloniales. El antrop¨®logo Gustau Ner¨ªn intenta rescatarlas en 'Un guardia civil en la selva'
La literatura, con sus ficciones, suele ser parad¨®jicamente el ¨²ltimo refugio de la verdad cuando la hipocres¨ªa arrecia, y en este a?o 2010, en que se comienza a celebrar el medio siglo de las sucesivas independencias de los Estados africanos, parece imperar en las antiguas metr¨®polis coloniales el m¨¢s hip¨®crita de los discursos: el que lamenta la miseria que reina en el continente y carga casi en exclusiva sobre sus actuales gobernantes la culpa del desastre. La responsabilidad de las antiguas potencias coloniales queda reducida a un tr¨¢gico cap¨ªtulo del pasado sin efectos sobre el presente, en el mejor de lo casos, cuando no surgen iniciativas como la ley presentada en Francia en 2005 que reivindicaba "los efectos positivos de la colonizaci¨®n" francesa en ?frica y de la que ha dado cuenta ir¨®nicamente el novelista franc¨¦s Patrick Deville en su ¨²ltima novela, Ecuatoria.
Admirador del militarismo alem¨¢n, Juli¨¢n Ayala anticip¨® "la banalizaci¨®n del mal" de los nazis
El gobernador franquista V¨ªctor Suances torturaba a los presos en una plancha met¨¢lica sobre el fuego
Dos grandes autores de nuestro tiempo, el reciente premio Nobel Mario Vargas Llosa, en El sue?o del celta, y el escritor vasco Bernardo Atxaga, en Siete casas en Francia, se han atrevido tambi¨¦n a poner el dedo en la llaga de la barbarie introducida en las sociedades africanas por la brutal explotaci¨®n ejercida por los pa¨ªses colonialistas. Algo que ya hizo en 1899 el novelista Joseph Conrad, testigo de aquel horror, en su memorable El coraz¨®n de las tinieblas, una obra surgida de su amistad con el diplom¨¢tico ingl¨¦s y defensor de los derechos humanos Roger Casement, a quien Vargas Llosa ha convertido precisamente en protagonista de su nueva novela.
El genocidio perpetrado por las autoridades y compa?¨ªas comerciales belgas en el Congo desde finales del siglo XIX es un feroz ejemplo de la hipocres¨ªa colonizadora, pues fue con la excusa humanitaria de la lucha contra la trata de esclavos que el rey Leopoldo II de B¨¦lgica logr¨® que las potencias le entregaran aquel vasto territorio, convertido de inmediato en matadero humano por la codicia del monarca y de sus socios comerciales. Una entrega decidida en un congreso en el que, como el mismo Vargas Llosa ha se?alado en un art¨ªculo, "ni un solo africano estuvo presente y no hay un solo indicio de que alguien en Europa o Estados Unidos -pol¨ªtico, periodista o intelectual- se preguntara siquiera si era aceptable que la suerte de ese inmenso pa¨ªs fuera decidida de este modo, por 14 naciones advenedizas".
Sin embargo, apenas si hay textos literarios sobre el colonialismo de Espa?a en Guinea Ecuatorial. Afortunadamente, algunos ensayos hist¨®ricos, por la veracidad con que nos hacen revivir la experiencia que narran, pueden resultar tan verdaderos como una novela. Es el caso de Un guardia civil en la selva, del antrop¨®logo catal¨¢n Gustau Ner¨ªn, en el que se da cuenta de la opresi¨®n ejercida por los colonizadores espa?oles sobre la poblaci¨®n guineana y del sanguinario papel desempe?ado en ella por Juli¨¢n Ayala, un personaje que merece entrar por sus tristes m¨¦ritos en la historia universal de la infamia.
El libro de Ner¨ªn rescata un pasado cuyo olvido forma parte de la interesada mala memoria de las antiguas potencias coloniales. En el reparto de la torta africana, desarrollado por las potencias a partir de la Conferencia de Berl¨ªn de 1884, al decadente imperio espa?ol le toc¨® en el ?frica central tan solo la peque?a tajada de Guinea Ecuatorial. Un territorio m¨ªnimo si se compara con las vastas posesiones de las grandes potencias. Pero los sufrimientos que la colonizaci¨®n espa?ola infligi¨® a sus habitantes no fueron menores que los que padecieron otros pueblos africanos a manos de alemanes, franceses, belgas o ingleses.
En 1920, la colonia espa?ola de Guinea Ecuatorial se reduc¨ªa al control de la isla de Fernando Poo, donde habitaba la mayor¨ªa de los colonizadores. En el territorio guineano continental, conocido como el Muni, habitaban solo 87 blancos en medio de millares de negros, un n¨²mero incierto pues no hab¨ªa un censo fiable, ya que las autoridades espa?olas apenas conoc¨ªan el interior selv¨¢tico de un pa¨ªs que ten¨ªa el tama?o de Galicia.
El orden impuesto por los espa?oles se basaba en una estricta jerarqu¨ªa racista: todo blanco estaba por encima de cualquier negro y la menor puesta en entredicho de este principio se castigaba sin piedad y frecuentemente con la muerte. Pero en todo infierno siempre se puede bajar a un c¨ªrculo a¨²n m¨¢s terrible y los guineanos lo hicieron con la llegada en abril de 1921 al poblado de Mikomeseng, en el Muni, de un nuevo oficial de la Guardia Colonial, el guardia civil Juli¨¢n Ayala. Respaldado por el gobernador de la colonia y las autoridades de la metr¨®polis, Ayala fue el encargado de "civilizar" la Guinea continental: afianzar la autoridad colonial, expandir el comercio, explotar los recursos naturales y construir infraestructuras. Para ello no dud¨® en aplicar los m¨¦todos m¨¢s crueles.
Desde Mikomeseng, Ayala impuso un sistema de "prestaciones", trabajos forzados que somet¨ªan a gran parte de los hombres sanos del pa¨ªs a una explotaci¨®n inhumana con agotadoras jornadas y tareas m¨¢s propias de animales que de personas, para lo cual impuso que fueran los espa?oles y no los vecinos quienes nombraran a los jefes de tribus. Ayala tambi¨¦n prohibi¨® la tenencia de armas a los lugare?os. As¨ª, los campos de cultivo fueron abandonados por falta de mano de obra o destruidos por las alima?as que nadie pod¨ªa cazar. En 1922 se desat¨® la hambruna, que diezm¨® a la poblaci¨®n y empuj¨® a miles de guineanos hacia la isla de Fernando Poo, donde los colonos espa?oles los sometieron a tal explotaci¨®n en las plantaciones que la tasa anual de fallecimientos de braceros era del 10%.
Solo el clan de los osumu se neg¨® a entregar sus armas y a aceptar los m¨¦todos de Ayala. Este emprendi¨® una operaci¨®n genocida que acab¨® con el clan. En palabras de Ner¨ªn, "ni ni?os, ni ancianos, ni mujeres escapaban a la represi¨®n, que inclu¨ªa violaciones, robos y quema de poblados". Los prisioneros eran trasladados a Mikomeseng y all¨ª se les ahorcaba colg¨¢ndolos de la gran acacia que presid¨ªa el campamento de la Guardia Colonial. Los cad¨¢veres se arrojaban a una fosa com¨²n, en las afueras del poblado. As¨ª la recuerda un testigo entrevistado por Ner¨ªn: "Era un hoyo de m¨¢s de 20 metros de hondo. All¨ª se echaba a la gente, incluso viva. Es donde ahora est¨¢ el estadio deportivo".
De Ayala dec¨ªan sus jefes que era un "hombre sensato" y que no parec¨ªa disfrutar con las torturas y palizas que dirig¨ªa. Para ¨¦l, se trataba de una cuesti¨®n pr¨¢ctica: como la Guardia Colonial apenas dispon¨ªa de armamento, hab¨ªa que aterrorizar a la poblaci¨®n para asegurarse la obediencia. Adem¨¢s, dec¨ªa, a los guineanos se les pod¨ªa matar "porque no est¨¢n contados": nunca habr¨ªa estad¨ªsticas que delataran sus cr¨ªmenes. Admirador declarado del militarismo alem¨¢n, anticip¨® esa "banalidad del mal" de la que despu¨¦s hablar¨ªa Hannah Arendt al describir el nazismo. ?Por qu¨¦ cay¨® entonces su maldad en el olvido?
Quiz¨¢ la respuesta est¨¦ en la actitud de las nuevas autoridades coloniales tras la proclamaci¨®n de la Segunda Rep¨²blica: no solo lo mantuvieron en su puesto, sino que tampoco investigaron las denuncias contra su brutalidad. La llegada de la democracia republicana no cambi¨® nada sustancial en Guinea, como tampoco la de la dictadura franquista. La libertad era cosa de los colonialistas, para los colonizados no existi¨® nunca. Y si Ayala, que se dec¨ªa republicano, tuvo que exiliarse a Camer¨²n, sus sucesores no dejaron mejor recuerdo: al gobernador franquista de Guinea, V¨ªctor Suances, a¨²n se le recuerda como Etang Ngom (El que asa), por su afici¨®n a torturar a los presos poni¨¦ndolos encima de una superficie met¨¢lica sobre el fuego.
El equilibrio de la antigua sociedad guineana fue destruido para siempre, los archivos guardan las denuncias nunca atendidas y la reconstrucci¨®n de aquel horror solo ha sido posible gracias a los relatos orales recogidos en 2005 por Ner¨ªn. Bajo el estadio de Mikomeseng siguen enterrados aquellos guineanos que fueron asesinados para acrecentar la riqueza de Espa?a, a la espera de que alguien abra su fosa. ?O ser¨¢ que la recuperaci¨®n de la memoria hist¨®rica, como la libertad, es privilegio solo de colonizadores?
Jos¨¦ Manuel Fajardo, escritor, es autor de la novela El converso.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.