Lennon, ¨¢ngel y demonio
30 a?os despu¨¦s de su asesinato, detractores y defensores siguen luchando por la imagen p¨²blica del ex beatle
La noche del 8 de diciembre de 1980 cinco disparos acababan con el m¨²sico m¨¢s carism¨¢tico de los sesenta. Mark David Chapman, en su retorcida mente, pretend¨ªa justificarse argumentando que castigaba a un l¨ªder que no viv¨ªa lo que predicaba pero provoc¨® justamente el efecto contrario del desenmascaramiento de un hip¨®crita: en estos 30 a?os John Lennon ha sido consagrado como uno de los ap¨®stoles del siglo XX, a la altura de Ghandi o Martin Luther King.
Morir como m¨¢rtir tiene esas consecuencias cegadoras. Lennon se ha convertido en el Gran Pacifista, el visionario que pretendi¨® cambiar el mundo y pag¨® con su vida. Se le supone enfrentado con todos los poderes: un radical indomable. Sus recursos musicales parecen infinitos: se le considera el genio de los Beatles. Adem¨¢s, ?el hombre que siempre dec¨ªa la verdad!
Su madeja de contradicciones explica que nos fascine el personaje
En general, los infinitos libros y documentales sobre Lennon tienden hacia la hagiograf¨ªa. Se nota la pesada mano de la viuda: como legataria, Yoko Ono puede prohibir el uso de las canciones del difunto, incluyendo las letras, si el proyecto no muestra el respeto debido. Una precauci¨®n comprensible pero que difumina su verdadero perfil.
Al otro extremo, los libros desmitificadores. Son trabajos parciales, en todos los sentidos. El m¨¢s difundido es Las muchas vidas de John Lennon, ahora reeditado por Lumen. Su autor fue un asesino (literario) a sueldo, Albert Goldman, que explotaba el fil¨®n hallado con su despiadada demolici¨®n de Elvis Presley. Buen sabueso, Goldman comprendi¨® que cualquier famoso deja una pista de colegas resentidos, amigos traicionados, empleados despedidos. Sus hallazgos, desdichadamente, estaban comprometidos por su posici¨®n de partida: todo lo apuntaba en la columna del "debe".
La mala baba de Goldman todav¨ªa asombra. Especula -y disculpen la sordidez del ejemplo- con un viaje de Lennon en solitario por Asia en 1976; el bi¨®grafo carece de informaci¨®n pero se apresura a imaginarle visitando los burdeles de Bangkok, acost¨¢ndose con jovencitos de ambos sexos, consumiendo la marihuana y la hero¨ªna locales. Sin embargo, sabemos que John sol¨ªa desmelenarse en compa?¨ªa de amigotes y que procuraba pasar desapercibido cuando carec¨ªa de ese escudo. Como recuerda jocosamente Keith Richards en su Vida, Lennon aguantaba mal el alcohol y las drogas; cuesta creer que se pusiera tan alegremente en peligro y en evidencia.
En realidad, John no siempre estuvo a la altura de sus ideales. Violento en su juventud, pod¨ªa ser cruel con las personas de su entorno, desde su embelesado m¨¢nager, Brian Epstein, a su primera esposa, Cynthia, y el hijo de ambos, Julian. El conflicto con Paul McCartney pertenece a otra categor¨ªa: machos alfa chocando sus cornamentas. Posiblemente, no hab¨ªa manera de mantener en 1969 el prodigioso taller de creatividad que fueron los Beatles pero corresponde a Paul el m¨¦rito de conseguir prolongar su vida productiva, aunque su liderazgo ahondara los celos internos.
Fue un mal trueque: un grupo en la c¨²spide -Abbey Road- por cuatro solistas irregulares. Tras el encuentro con Yoko, John cambi¨® el chip y enfatiz¨® la sinceridad por encima del arte universal. Sus discos de los setenta son apasionantes testimonios de su indagaci¨®n personal pero no resisten la comparaci¨®n con su obra anterior. Y la trastienda resulta embarazosa. El santo pacifista tambi¨¦n don¨® dinero al IRA y subvencion¨® a Michael X, un autoproclamado profeta del black power, luego ejecutado por un doble asesinato. El gran c¨ªnico se dejaba enga?ar regularmente por buscavidas y charlatanes.
En busca de h¨¦roes, son sus d¨ªas de agitaci¨®n antisistema los que dominan sobre la etapa de encastillamiento en el Dakota. El rockero con camisa militar, una canci¨®n para cada causa, cuatro a?os despu¨¦s se vest¨ªa de etiqueta para acudir a la toma de posesi¨®n de Jimmy Carter en Washington. No hay truco, ambos son el mismo Lennon: esa madeja de contradicciones explica nuestra continua fascinaci¨®n por el personaje. No era ni el monstruo inventado por Albert Goldman ni el virtuoso rom¨¢ntico salido del Photoshop de Yoko Ono.
Babelia
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