La patrona de los inadaptados 'evangeliza' en el Palau Sant Jordi
18.000 personas se rinden ante el erotismo siniestro de Lady Gaga
En 1990, Madonna inauguraba su c¨¦lebre Blond Ambition Tour en el estadio Ol¨ªmpico de Barcelona farfullando en un espa?ol que aprendi¨® con Pedro Almod¨®var: "Estoy sola, ?d¨®nde est¨¢n los t¨ªos con polla?". Veinte a?os despu¨¦s y a escasos metros, en el Palau Sant Jordi, Lady Gaga lleg¨® el martes para matar a la madre. "Ya habr¨¦is o¨ªdo que tengo una polla gorda italiana. Venga, ?ahora sacaos las vuestras! ?He o¨ªdo que las ten¨¦is bastante grandes!", esput¨® tras simular una macrosesi¨®n de masturbaci¨®n colectiva en LoveGame.
Postulada como la ¨²ltima gran patrona de los inadaptados, en comuni¨®n astral con los freaks perform¨¢ticos de los que se considera heredera (hubo homenajes m¨¢s o menos descarados a Leigh Bowery, Klaus Nomi, Bowie, Marina Abramovic, Grace Jones y, claro, Warhol), Gaga se sirvi¨® de una producci¨®n de m¨¢s de un mill¨®n de euros y 15 cambios de vestuario para hacer m¨¢s evidente si cabe su mensaje universal de reivindicaci¨®n de la diferencia.
Trat¨® de ser a la vez fr¨ªvola y cerebral, pizpireta y grotesca, femenina y ambigua
Se dirige a cada uno de sus fans como si tambi¨¦n fueran c¨¦lebres como ella
Se arrastr¨® por el escenario, grit¨®, escupi¨®, jade¨® carraspe¨® y sud¨®
En el espect¨¢culo, un monstruo se la quiere zampar: es la fama
Lo hizo ante 18.000 almas que, ataviadas con gafas de cigarrillos y chaquetas space age de mercadillo, llevan dos a?os abonadas al chiste que la cantante asegura protagonizar. Por si las moscas, lo aclar¨® una vez m¨¢s. "Odio la verdad. ?Prefiero una dosis gigante de mierda antes que la verdad!", escupi¨® antes del n¨²mero de music hall Teeth, que acab¨® impregnada de sangre.
La artista que ha desafiado las leyes de la microcelebridad y la cultura de los nichos de la era 2.0 es en el fondo una mujer de h¨¢bitos primarios. Gaga se arrastr¨® por el escenario, grit¨®, escupi¨®, carraspe¨®, sud¨®, magre¨® impunemente a sus bailarines, se dej¨® la piel en cada n¨²mero y, entre jadeo y jadeo, tir¨® de discursito de autoayuda. "No importa qui¨¦n eres, de d¨®nde vienes o cu¨¢nto dinero tienes. Esta noche puedes ser quien t¨² quieras. Qui¨¦rete", clam¨® despu¨¦s de acariciar las partes nobles de un bailar¨ªn.
La noche hab¨ªa arrancado en clave disco futurista con la silueta de Gaga, hombreras tama?o quarterback, tras una pantalla, alternando posturas de Betty Boop con Nosferatu. Una ambivalencia que rigi¨® las dos horas de espect¨¢culo. En el delirio warholiano de Gaga convergen todos los extremos de la cultura de la fama. La neoyorquina quiso ser sexy y siniestra, femenina y ambigua, pizpireta y grotesca, fr¨ªvola y cerebral, pop y expresionista, glamurosa y escatol¨®gica.
En los momentos ¨ªntimos al piano (la balada glam Speechless y el medio tiempo de aires soul You and I, que ganaron br¨ªo en directo), persigui¨® sin rubor la caricatura y el esperpento, tocando las teclas con los tacones cuando la cosa se pasaba de intensa. Los n¨²meros m¨¢s hiperb¨®licos, como Alejandro, se compensaron con lecturas de manifiestos. "No somos nada sin nuestra imagen. Cuando est¨¦s solo, yo tambi¨¦n lo estar¨¦. En esto consiste la fama", recit¨® en un audio pregrabado. Y en esto tambi¨¦n consiste la inaudita complicidad que cultiva con sus fieles: como un gur¨², Gaga se dirige a cada uno de sus fans como si fueran famosos como ella, amigos ¨ªntimos que entienden y comparten el cielo o el infierno que ella atraviesa.
Su ¨®pera electropop narra el viaje de una pandilla de degenerados hacia el baile de los monstruos -el Monster ball del t¨ªtulo- a trav¨¦s de un camino de purpurina. Algo as¨ª como la versi¨®n de El mago de Oz que hubiera dirigido Tod Browning si hubiera vivido en los ochenta. Un Nueva York apocal¨ªptico con neones en los que se le¨ªa "Muertes, accidentes de tr¨¢fico, ni?os con traumatismo cervical", rolls royces averiados, vagones de metro, un Central Park burtoniano y un enorme Jabba the Hutt que se la quiere zampar. Es su monstruo de la fama, la criatura que conceptualiza sus demonios. Para zafarse de ¨¦l, la diva reclam¨® al p¨²blico la ¨²nica soluci¨®n posible: "?Me quiere violar! ?Ten¨¦is c¨¢maras? ?Fotografiadlo!". Qued¨® patente que no necesita guionistas.
Poker face, Paparazzi y Bad romance extasiaron en el fin de fiesta. Enfundada en un traje imposible sobre el que orbitaban enormes aros met¨¢licos, una suerte de hombre de Vitruvio redise?ado por Arthur C. Clarke, la artista se despidi¨® ejerciendo de efecto especial. Pero a sus 24 a?os, Gaga es todo menos un espejismo. Vocalista desgarrada, bailarina espasm¨®dica, inspirada compositora de estribillos millonarios y h¨¢bil gestora de esa enfermiza obsesi¨®n que una y otra vez dice sentir por sus fans -mis peque?os monstruos, los llama-, la estrella dej¨® claro que ha venido para quedarse: "Gracias por saberos mis letras", "Me paso la vida encerrada y nunca ser¨¦ tan guay como cualquier persona en este recinto", "Yo nunca hago play back".
Agarr¨® una bandera gay del p¨²blico y se la puso de velo. Se emocion¨® cuando un contingente de fans la sorprendi¨® con una colecci¨®n de globos rojos en forma de coraz¨®n reclam¨¢ndole un tema in¨¦dito de su pr¨®ximo ¨¢lbum (no acept¨®, pero convenci¨® en su reacci¨®n). En tiempos de Twitter, la ilusi¨®n de accesibilidad que tratan de generar tantos ¨ªdolos pop en sus fans solo es cre¨ªble desde el m¨¢s absoluto autoconvencimiento.
Lo ¨²nico que quiz¨¢ no entendi¨® Gaga es el rechazo con el que se encontr¨® cuando se cubri¨® con una bandera rojigualda. Quiz¨¢ alguien se lo explique el pr¨®ximo domingo en Madrid.
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