Memoria de Tony Judt
Tony Judt era apasionado y a la vez esc¨¦ptico y no se callaba nunca. Cre¨ªa apasionadamente y al mismo tiempo en el albedr¨ªo y la responsabilidad individual y en la solidez de un Estado democr¨¢tico capaz de proveer servicios fundamentales y garantizar el imperio de la ley. Dedic¨® p¨¢ginas y p¨¢ginas a denunciar el sectarismo y la ceguera de esa parte de la izquierda europea que se negaba a despertar de su romance con las dictaduras comunistas, pero se opuso con igual contundencia a los nuevos fundamentalistas del mercado y a los entusiastas de las nuevas guerras imperiales emprendidas por George W. Bush, su aliado Tony Blair y otros comparsas de menor cuant¨ªa, aunque de id¨¦ntica soberbia.
Pertenec¨ªa a esa magn¨ªfica escuela inglesa que combina el rigor de los hechos con la claridad de exposici¨®n
Hay personas que pasan sin dificultad del dogmatismo de izquierda al de derecha, de creer que la Historia tiene una direcci¨®n indudable que lleva a la sociedad comunista perfecta a creer que a donde lleva esa direcci¨®n es a una sociedad capitalista perfecta. Tony Judt, que pudo llegar a la universidad de Cambridge gracias a los avances igualitarios tra¨ªdos por el laborismo de posguerra, fue toda su vida un defensor de la socialdemocracia europea. Se defin¨ªa a s¨ª mismo como un "socialdem¨®crata universalista". Pero era muy consciente de la singularidad de su propio origen, y de la mezcla de sus identidades parciales: era ingl¨¦s, hijo de padres emigrantes jud¨ªos, cada uno de una esquina de Europa; era jud¨ªo pero carec¨ªa de convicciones religiosas; muy joven abraz¨® el sionismo de izquierdas y se fue a Israel a trabajar en un kibutz, pero sali¨® de all¨ª vacunado contra las obsesiones ideol¨®gicas e identitarias. Entre sus compa?eros estudiantes en Cambridge, muchos de ellos hijos de la clase dirigente brit¨¢nica, era un advenedizo. En Inglaterra, el origen de sus padres, las comidas que se cocinaban y las lenguas que se hablaban en las reuniones familiares le daban de antemano un matiz europeo; viaj¨® a Par¨ªs para estudiar en la reverenciada ?cole Normale Superieure, y los intelectuales franceses a los que vio de cerca -Sartre, Althusser, Foucault, Kristeva, Lacan, Beauvoir- le inspiraron mucha menos admiraci¨®n que escepticismo, cuando no un abierto sarcasmo.
Nadie menos pomposo o palabrero, menos gur¨² a la manera francesa que Tony Judt. Y esa misma iron¨ªa, esa desconfianza hacia las grandes nebulosidades te¨®ricas que iban a cubrir durante d¨¦cadas el estudio universitario de las humanidades, tambi¨¦n le confirmaron en su posici¨®n de rareza cuando se march¨® a dar clases a Estados Unidos.
Como historiador, pertenec¨ªa a esa magn¨ªfica escuela inglesa que combina el rigor de los hechos, la claridad de exposici¨®n y el impulso narrativo. Pero esos valores se volv¨ªan cada vez m¨¢s sospechosos, seg¨²n arreciaba en las universidades la moda de la Teor¨ªa, del Discurso, de la jerga intraspasable convertida en lenguaje can¨®nico. Como no se callaba nunca, no dej¨® nunca de ganarse enemigos. Era un radical de los a?os sesenta al que en los noventa sus colegas universitarios miraban de soslayo como a un conservador. Era un jud¨ªo que por criticar la pol¨ªtica israel¨ª y proponer que Israel se convirtiera en un estado binacional no basado en pertenencias ¨¦tnicas o religiosas fue acusado de antisemitismo y de traici¨®n, expulsado de revistas en las que colaboraba, sometido a boicot cuando daba conferencias. Desconfiaba del excesivo poder de seducci¨®n de las ideas, y le gustaba repetir una cita de Camus: "Cada idea equivocada termina en un ba?o de sangre, pero siempre es la sangre de otros". A principios de los a?os ochenta, con el mismo entusiasmo vital con que lo emprend¨ªa todo, se puso a estudiar checo y empez¨® a interesarse por esa parte de Europa que los progresistas del oeste hab¨ªan ignorado, incluso desde?ado, la Europa central alejada en nuestras imaginaciones hacia los confines de lo inexistente, territorio nebuloso de novelas de esp¨ªas y de disidentes que no nos inspiraban ninguna confianza y a los que no d¨¢bamos ning¨²n cr¨¦dito, si es que nos enter¨¢bamos de sus nombres. Sobre su conocimiento de ese coraz¨®n de Europa segregado por la guerra fr¨ªa Tony Judt levant¨® el mayor de sus libros, el de m¨¢s amplitud y riqueza, Postwar, la narraci¨®n formidable de la historia del continente que resurgi¨® de sus ruinas a partir de 1945: el despegue econ¨®mico y el ajuste de cuentas o la acomodaci¨®n con el pasado innombrable; la voluntad gradual de ir estableciendo una uni¨®n europea; la desgracia de los pa¨ªses que nada m¨¢s librarse del nazismo cayeron en manos de los ocupantes sovi¨¦ticos; la irrupci¨®n de lo imposible en 1989, la ca¨ªda del muro de Berl¨ªn y de un orden internacional que parec¨ªa establecido para siempre.
No se call¨® ni cuando la enfermedad se iba apoderando de su cuerpo, paraliz¨¢ndolo poco a poco, m¨²sculo a m¨²sculo, miembro a miembro. Dec¨ªa que era como vivir en una celda que se iba achicando cada d¨ªa unos pocos cent¨ªmetros. Prisionero en su cuerpo inerte, condenado a noches enteras de insomnio inm¨®vil, descubri¨® que su ¨²nico consuelo era reconstruir meticulosamente sus recuerdos. Cuando estaba sano hab¨ªa investigado en archivos y hemerotecas, entrevistado a testigos, elaborado detalle a detalle el relato del siglo XX en Europa, con ese talento peculiar que necesita un historiador para imaginar las cosas exactamente como fueron. Ahora el objetivo ¨²nico de su investigaci¨®n era ¨¦l mismo, y el ¨²nico archivo que estaba a su alcance era el de su propia memoria. Sab¨ªa que no le quedaba mucho tiempo; tambi¨¦n que antes de que se le acabara la lucidez habr¨ªa perdido el uso del habla, y se ver¨ªa reducido a un mon¨®logo silencioso con sus propios fantasmas. Administr¨® sus fuerzas: recordaba v¨ªvidamente un episodio, una ¨¦poca, un lugar, a lo largo de la noche, y al d¨ªa siguiente dictaba cada vez con m¨¢s dificultad lo que hab¨ªa imaginado.
No pod¨ªan ser textos muy largos: la intensidad, la precisi¨®n, la inevitable fatiga, impon¨ªan el l¨ªmite de unas pocas p¨¢ginas. Le gustaba concentrarse en una sola experiencia y revivirla en cada uno de sus pormenores. Atado a la cama, con una sensaci¨®n permanente de fr¨ªo, con un tubo de pl¨¢stico en la nariz que le permit¨ªa respirar, volv¨ªa a un peque?o hotel de Suiza al que hab¨ªa ido de vacaciones con sus padres en alg¨²n invierno de la infancia: de nuevo sub¨ªa los pelda?os de la entrada; recorr¨ªa el pasillo; imaginaba el sonido de los pasos sobre la madera y el olor a s¨¢banas limpias de las habitaciones; por una ventana abierta ve¨ªa un paisaje de laderas nevadas y respiraba el aire helado y limpio. De ese recuerdo viene el t¨ªtulo del libro p¨®stumo que acaba de publicarse, The Memory Chalet.
Ideando el libro, dict¨¢ndolo en los meses ¨²ltimos de su vida, Tony Judt logr¨® una escapatoria conjetural de aquella celda cada vez m¨¢s estrecha en que se convert¨ªa su cuerpo. Viaj¨® de nuevo con diecis¨¦is a?os en un carguero por el mar del Norte. Otra vez camin¨® por las calles de Londres en las que hab¨ªa sido ni?o. Atraves¨® en coche por primera vez toda la amplitud desconocida y prometedora de Estados Unidos. Al final quiso estar en una peque?a estaci¨®n ferroviaria, en Suiza, esperando en paz la llegada de un tren.
Tony Judt. Algo va mal. Traducci¨®n de Bel¨¦n Urrutia. Taurus. Madrid, 2010. 256 p¨¢ginas. 19 euros.antoniomu?ozmolina.es
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