Las mentiras del espect¨¢culo
Las grandes cortinas se abren y cierran sin cesar, como parergon que despliega la expectativa del p¨²blico y a la vez invitaci¨®n a ocupar el lugar del actor. Pero las voces rompen el doble hechizo de tal se?uelo: testimonian atrocidades cometidas en Bosnia y recuerdan que toda obra se inscribe en los procesos generales de comunicaci¨®n. El espacio de la escena remite entonces al sitio, al sitial de quien puede hablar y administra qu¨¦ y c¨®mo decir. Si ese paso de la autor¨ªa a la autoridad despierta su cautela, el visitante asumir¨¢ la distancia de ese espectador que s¨®lo se rinde a la obra cuando logra narrarla y traducirla cr¨ªticamente. Esta es la fuerza de Appeals, la instalaci¨®n de Ann Hamilton, s¨ªntesis, casi, de esta muestra que oscila entre la cr¨ªtica del espect¨¢culo (de Adorno y Debord a Michael Warner) y las t¨¢cticas del espectador emancipado (de Michel de Certeau a Ranci¨¨re).
P¨²blicos y contrap¨²blicos
Centro Andaluz de Arte Contempor¨¢neo Am¨¦rico Vespuccio, 2.
Isla de la Cartuja Sevilla.
Hasta el 6 de marzo de 2011.
Porque el espect¨¢culo impone normas al p¨²blico: lo veta como espectador, permiti¨¦ndole s¨®lo la mirada pasajera y el aplauso rendido. As¨ª lo sugiere con humor el found-footage de Girardet & M¨¹ller, encadenando los m¨¢s c¨¦lebres aplausos de Hollywood, y lo detalla el Informe de la fallida visita de Isidoro Valc¨¢rcel a F¨¢bulas de Vel¨¢zquez. Pero quiz¨¢ haya huecos en esa l¨®gica f¨¦rrea y los cuerpos absortos en la televisi¨®n (Emisi¨®n-Recepci¨®n, una antigua obra que Muntadas daba por perdida y la ha recuperado esta muestra) o las miradas consumidoras de arte en Frieze (recogidas por Ryan Gander) cedan ante receptores m¨¢s conscientes de s¨ª, sea por el silencio de Cage, filmado por Manon de Boer, o por un p¨²blico que, mientras mira, se ve en el sutil espejo de Dan Graham perpetuado por Judith H?pf.
El p¨²blico entonces ocupa la escena: se hace visible y dice cuanto suele quedar en silencio. Danica Dakic recoge en Isola Bella, un psiqui¨¢trico bosnio aislado durante la guerra, los deseos y fantas¨ªas que los pacientes, ante un viejo papel de pared convertido en decorado, cantan o narran a sus compa?eros que, escuchando, aguardan su turno. Uno de ellos, tras cada intervenci¨®n, limpia cuidadosamente el escenario y su doble m¨¢scara condensa el gozo surgido de esos gestos y palabras liberadoras. Vecinos de distintas ciudades ponen m¨²sica a fastidios nunca confesados de la vida privada ("?por qu¨¦ siempre esperan a que demos nosotras el primer paso?", cantan las mujeres de Petersburgo) y a los sinsabores de la p¨²blica (?c¨®mo se te ocurri¨®, Pedro el Grande, hacer una ciudad entre nieblas y mosquitos?): los Coros de quejas, impulsados por Tellervo Kalleinen y Kochta-Kalleinen, marcan otra deriva del p¨²blico hacia la acci¨®n. Por su parte, Lozano Hemmer da la palabra a quienes rememoran, en Tlatelolco, la masacre all¨ª cometida en 1968, siempre silenciada por los sucesivos Gobiernos mexicanos. Las narraciones, transmitidas por radio, se hacen ante un potente altavoz, mientras un gran reflector sube su intensidad si lo hace el volumen de la voz.
Esta liberaci¨®n no se indaga s¨®lo en el p¨²blico sino tambi¨¦n en quienes tienen el privilegio de la palabra. Katya Sander (El Yo televisado) indaga, en entrevistas a presentadores de televisi¨®n, la estructura de su discurso, mostrando sus l¨ªmites y el juego casi infraleve de distanciamientos e identificaciones entre el individuo, el profesional y lo que llamar¨ªamos voz p¨²blica. Las fotos de conferencias y simposios de Rainer Ganahl sugieren an¨¢loga dislocaci¨®n en todo aquel que habla en p¨²blico (sean cuales sean sus credenciales), mientras que Mark Leckey quiebra el discurso docente relacionando el kitsch (Titanic) y la imagen popular (el Gato F¨¦lix) con el arte y la literatura, estableciendo f¨¦rtiles conexiones entre ellos. Las obras de Seth Price, que incorporan diversos g¨¦neros y modos de hacer, insisten en el valor crucial de los circuitos de distribuci¨®n, campo de Agramante donde litigan los procesos de diseminaci¨®n art¨ªstica y cultural, m¨¢s all¨¢ de la voluntad y valores del autor.
Este desmenuzamiento de la figura de quien escribe, pinta, expone, canta, baila, act¨²a o habla ante o para un p¨²blico no desmerece al artista: s¨®lo busca abolir lo que Derrida, leyendo a Artaud, llam¨® el dios de la escena. Por eso la exposici¨®n parece culminar en obras relativas al cuerpo del artista. Emma Wolukau-Wanambwa, ¨²nica artista de color participante en un taller de la Tate Modern, cuenta c¨®mo por ello despert¨® la curiosidad de vigilantes y personal de limpieza del museo: ninguno de ellos era blanco. J¨¦r?me Bel muestra a V¨¦ronique Doisneau en la escena de la Opera de Par¨ªs: sin galas de bailarina, habla de su vida y de sus hijos, y lamenta su probable falta de talento, ahora que, con 42 a?os, debe retirarse tras una modesta carrera. Menos pat¨¦tica que Wolukau-Wanambwa y m¨¢s radical que la Doisneau, Andrea Fraser protagoniza una c¨¢ustica videoperformance en la que va desnud¨¢ndose a medida que encadena esos textos vac¨ªos de presentaci¨®n y bienvenida que suelen prologar inauguraciones o performances; al quedar s¨®lo con ropa interior (de marca) afirma que ya no es una persona sino s¨®lo un objeto en una obra de arte. Todo esto se completa con un cl¨¢sico: la filmaci¨®n de la acci¨®n de Marina Abramovic y Ulay en la Galleria Communale d'Arte Moderna (Bolonia, 1977) en la que los espectadores, para entrar en la sala, deb¨ªan casi deslizarse entre los cuerpos desnudos de ambos artistas, por lo que ten¨ªan que decidir a toda prisa c¨®mo situar su propio cuerpo entre ellos.
La muestra es f¨¦rtil gracias a su concepci¨®n te¨®rica. Separ¨¢ndose de cualquier cinismo de ecos posmodernos, se sit¨²a en los an¨¢lisis cr¨ªticos del arte en la ¨¦poca de la industria cultural y la sociedad del espect¨¢culo, conect¨¢ndolos con lo que Foucault llam¨® biopol¨ªtica. Pero no se queda en el lamento por una positividad infestada de mentira, como dir¨ªa Adorno, sino que incorpora las intuiciones liberales e igualitarias de Ranci¨¨re. Por eso sugiere que, como dice F¨¦lix Duque, el p¨²blico es al fin la herida, t¨ªpica de la ¨¦poca moderna, entre lo privado y lo civil, y el arte debe esforzarse por mantenerla abierta.
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