"Los 'marines' inventaron el turismo"
Todo tiene un origen. Xavier Theros considera que "los marines de la VI Flota estadounidense inventaron el turismo de masas en Barcelona". Hasta aquel momento -principios de la d¨¦cada de 1950- la ciudad no ten¨ªa turismo, "ten¨ªa visitantes". Theros ha escrito un libro imprescindible para recuperar la historia de esta ciudad olvidadiza: La sisena flota a Barcelona. Quan els nord-americans enva?en la Rambla (La Campana), que ha ganado el Premio Josep Maria Huertas Claver¨ªa de periodismo. Es la historia de unos visitantes cuyo impacto social y econ¨®mico fue determinante para nuestra metr¨®poli de dise?o.
"Barcelona va tan r¨¢pida que cuando publicas un libro sobre ella muchas cosas ya han cambiado desde que lo escribiste", se queja. "Har¨¦ la presentaci¨®n en el bar Kentucky, donde precisamente naci¨® la idea cuando escrib¨ªa una cr¨®nica para EL PA?S, y en el libro describo su barra de escay granate. Bien, ya la han cambiado".
Una visita de la VI Flota dejaba entre uno y dos millones de pesetas cada d¨ªa
Las prostitutas cuadruplicaron el precio del servicio a los estadounidenses
El atentado de la plaza de Medinaceli puso fin a las visitas de los americanos
En 1950, el r¨¦gimen de Franco, aislado y pr¨¢cticamente en bancarrota, lleg¨® a un acuerdo con Washington para que la VI Flota estadounidense utilizara siete puertos espa?oles. Los marineros llegaron por primera vez a Barcelona en enero de 1951, con las c¨¢maras del No-Do como testigos. "En marzo", apunta Theros, "se abr¨ªa la primera embotelladora de Coca-Cola".
El primer sector beneficiado, sin embargo, es el del sexo. El Barrio Chino, que hab¨ªa vivido momentos de esplendor en el primer tercio del siglo, cuando su vida alegre era conocida en toda Europa, languidec¨ªa empobrecido. "La mayor¨ªa de las prostitutas escaparon a Francia tras la derrota de la Rep¨²blica y esto provoc¨® una epidemia de violaciones, hasta el punto de que Franco las convenci¨®, con garant¨ªas, para que volvieran, y aplacar los impulsos de la tropa". La llegada de los americanos lo cambi¨® todo. "Cada visita de la VI Flota dejaba diariamente en Barcelona entre uno y dos millones de pesetas de la ¨¦poca. El servicio de una prostituta costaba 15 pesetas, pero inmediatamente pasaron a cobrarles cinco d¨®lares a los marinos, que entonces eran 122 pesetas. ?Cuatro veces m¨¢s! y enseguida aparecieron las primeras profesionales especializadas. Est¨¢ el caso de una chica con rasgos orientales, apodada La Coreana, especialista de El Jard¨ªn, uno de los burdeles m¨¢s conocidos de la calle de Robadors, que hac¨ªa hasta 50 servicios diarios. En la terraza del Cosmos y en la del hotel Oriente hab¨ªa unos tipos que daban clases de ingl¨¦s a las prostitutas para que pudieran entenderse con la clientela".
El Barrio Chino pas¨® de ser las cuatro calles que hay por debajo de Nou de la Rambla hasta Drassanes a extenderse hasta la calle del Hospital, saltar La Rambla y ocupar el barrio del tapeo y los estudiantes, la calle de Escudillers y la plaza Reial.
"La autoridad portuaria repart¨ªa en todos los comercios unos folletos con el n¨²mero de tripulantes de cada barco y los d¨ªas de estancia, para que pudieran aprovisionarse de alcohol". Esto pon¨ªa en marcha la cadena de producci¨®n, explica Theros. "Inmediatamente las peluquer¨ªas se llenaban de prostitutas, las tiendas de ropa interior sacaban sus novedades y los comercios se preparaban para una costumbre muy catalana de la ¨¦poca que consist¨ªa en que cada prostituta intentaba que el marinero se quedara en su casa, de modo que al d¨ªa siguiente la acompa?ara al mercado de la Boqueria para hacer la compra de toda la semana o todo el mes".
El dinero se escapaba entre los dedos de aquellos j¨®venes marinos que llevaban consigo nuevas modas, como el rock and roll, y tambi¨¦n altas dosis de violencia, derivada b¨¢sicamente del racismo latente entre blancos y negros, pero que no salpicaba a la poblaci¨®n local. "Era una visi¨®n muy descarnada de la guerra fr¨ªa", piensa Theros, "los marines no estaban bajo la jurisdicci¨®n espa?ola, sino bajo la de su pa¨ªs. Hubo peleas e incluso muertos que no salieron en la prensa y quedaban aparentemente impunes".
A aquella Espa?a que apenas sal¨ªa de la cartilla de racionamiento, los americanos trajeron leche en polvo, queso chedar y mantequilla, que se distribu¨ªa en las escuelas. Su capacidad adquisitiva les permit¨ªa cosas impensables para los ind¨ªgenas. "Barcelona era el lugar donde se hac¨ªan los trajes", explica. "Llegaba un oficial y encargaba media docena de trajes a medida o compraba decenas de corbatas de seda para regalar a sus parientes y amigos. Los estadounidenses ya funcionaban como una sociedad de consumo".
Theros no solo ha indagado entre los barceloneses que vivieron aquella ¨¦poca, que le han contado todo tipo de historias ejemplares, sino que, gracias las nuevas tecnolog¨ªas, ha conseguido contactar con muchos de aquellos marinos que han rescatado sus recuerdos de juventud y que enriquecen extraordinariamente un relato que viene acompa?ado con 66 impagables fotograf¨ªas de distintas ¨¦pocas que reflejan aquel momento.
Las sociedades cambian y los caminos se bifurcan. En la d¨¦cada de 1970 se empez¨® a producir un cambio en la percepci¨®n social de estos visitantes que, en cualquier caso, siempre hab¨ªan estado confinados a La Rambla y sus aleda?os. Los espa?oles tomaban conciencia del peligro que representaba la presencia de armas nucleares, al tiempo que la guerra de Vietnam deterioraba la imagen de Estados Unidos.
El proceso se aceler¨® con la muerte de Franco. Todo tipo de movimientos antinucleares y antiimperialistas se confabulaban contra los marines. Washington redujo las visitas y los soldados dejaron sus uniformes a bordo. Pero fue in¨²til. "Se produce el atentado con pintura rosa de la Crida a la Solidaritat -en el que particip¨® ?ngel Colom- contra la fragata Capolano y el subsiguiente juicio". Finalmente llega el atentado con granadas contra el centro de acogida de marinos en la plaza de Medinaceli, el 26 de diciembre de 1987, con una v¨ªctima mortal. Es el final de esta historia. La paradoja, apunta Theros, "es que ahora la llegada de un barco estadounidense pasar¨ªa completamente desapercibida. En la d¨¦cada de 1950, era como si llegaran extraterrestres, ahora son como nosotros, parte del mundo globalizado".
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