El argumento de la calle
Volvamos por unos momentos a las cuevas de Atapuerca. Eran los primeros meses despu¨¦s de la muerte de Franco, sucedida el 20 de noviembre de 1975, antes de que caducara la vigencia del nombramiento del presidente de las Cortes, Alejandro Rodr¨ªguez de Valc¨¢rcel. Por unos d¨ªas fue imposible su continuidad en la que tantas esperanzas ten¨ªa lo m¨¢s granado del b¨²nker con Gir¨®n de Velasco a la cabeza. Por ah¨ª se abri¨® la primera fisura, que permiti¨® al Rey el nombramiento de Torcuato Fern¨¢ndez Miranda como relevo. Carlos Arias Navarro fue confirmado en la Presidencia del Gobierno y Manuel Fraga pas¨® a ser vicepresidente primero y ministro de la Gobernaci¨®n. Las fuerzas democr¨¢ticas planteaban sus exigencias de apertura y entonces Fraga hizo gala de sus reflejos elementales, meti¨® en la c¨¢rcel a unos cuantos dirigentes de la Platajunta y lanz¨® aquel grito pretencioso de ?La calle es m¨ªa! Todav¨ªa est¨¢bamos sin elecciones y la calle pod¨ªa discutir ventajosamente su legitimidad frente a unas instituciones inviables.
El PP exige transparencia al Gobierno de la naci¨®n y es opaco en los aut¨®nomos, y viceversa el PSOE
Para desencanto de los hispanistas, nuestro pa¨ªs dejaba de alinearse con las exasperaciones unamunianas y prefer¨ªa apostar por el aburrimiento de las elecciones generales libres cada cuatro a?os. Recuerdo a un buen amigo m¨ªo replicar indignado a Paul Preston cuando intentaba por aquellos d¨ªas recriminarnos la elecci¨®n de un camino, el democr¨¢tico, que acarrear¨ªa, en su opini¨®n, la p¨¦rdida del inter¨¦s sostenido logrado por la Espa?a tr¨¢gica y guerracivilista, a cuya costa tantos m¨¦ritos acad¨¦micos se hab¨ªan conseguido y tantos ¨¦xitos editoriales se hab¨ªan culminado. Empez¨¢bamos a dejar de ser una rareza. Las intentonas golpistas y las terroristas se extingu¨ªan y se instalaba la alternancia en el poder. Pero quedan algunas inercias peligrosas, resultado de impaciencias mal digeridas. Los socialistas estuvieron afectados por ese s¨ªndrome desde la derrota de 1979 hasta que fue indudable su victoria en 1982. Los populares lo padecieron desde la derrota de 1993 hasta que se hicieron con el poder en 1996.
En ambos casos, la pugna pol¨ªtica estuvo centrada en la destrucci¨®n personal de quien ocupaba la presidencia del Gobierno. Los socialistas quer¨ªan romper el p¨®ster de Adolfo Su¨¢rez porque sab¨ªan que a cualquier otro adversario le ganar¨ªan mejor. A?os despu¨¦s, los populares de Aznar buscaban la destrucci¨®n de Felipe Gonz¨¢lez y proclamaban el "vale todo", incluida la lucha antiterrorista, para obtener ventaja electoral. Cuando, a partir del congreso del a?o 2000, el PSOE hace un ajuste de cuentas y se abre a un nuevo liderazgo, Jos¨¦ Lu¨ªs Rodr¨ªguez Zapatero propugna que al PP mejor que darle ca?a hab¨ªa que darle ejemplo. Se dedica a proponer toda suerte de pactos "por las libertades y contra el terrorismo", "por la justicia", "por la educaci¨®n" y as¨ª sucesivamente. Entonces, algunos erraron llam¨¢ndole Bamby. Despu¨¦s vino el desatino de la guerra de Irak y al final Zapatero acab¨® en la calle sumado a la protesta que dibujaba la soledad del Gobierno aznarista del PP.
Ahora, el aspirante es Mariano Rajoy, que se fuma un puro en la seguridad pronosticada por Pedro Arriola, su consejero ¨¢ulico, de que haci¨¦ndose el muerto el viento de la historia le llevar¨¢ a la playa de La Moncloa. Nada de hacer propuestas, se trata solo de proponerse a s¨ª mismo como la soluci¨®n y dejar a los energ¨²menos de las propias filas que rompan a placer todos los consensos en l¨ªnea de cuanto peor, mejor. Todav¨ªa hay una asignatura pendiente: que la calle se incendie contra Zapatero como ha sucedido en Par¨ªs, en Londres, en Atenas, en Dubl¨ªn o en Bruselas. Quieren esa prueba gr¨¢fica cuanto antes fiados en su fuerza argumental.
Sabemos que en una democracia parlamentaria, cada uno debe atender a su juego. As¨ª, la oposici¨®n debe aplicarse al cumplimiento de su obligaci¨®n de controlar, criticar, desconfiar, interrogar, someter a escrutinio permanente al Gobierno. Pero sin olvidar que el poder est¨¢ muy distribuido, seg¨²n esferas de diferente radio -nacional, auton¨®mico, municipal-; que quienes gobiernan se alternan en los distintos niveles y quienes est¨¢n en la oposici¨®n tambi¨¦n est¨¢n en los Gobiernos. En resumen, que a un mismo partido le pueden corresponder de modo simult¨¢neo funciones de poder o de oposici¨®n, seg¨²n de qu¨¦ escala y de qu¨¦ ¨¢rea geogr¨¢fica particular estemos hablando. De manera que, por ejemplo, encontremos al PP exigiendo transparencia al Gobierno de la naci¨®n y ofreciendo por el contrario opacidad en los Gobiernos auton¨®mos o municipales y viceversa con el PSOE. Porque una cosa es predicar y otra, dar trigo, pero hay que hacer las dos funciones a la vez, no vaya a ser que la gente se fije.
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