Cuando el cine italiano era grande
Existe una tendencia l¨®gica, pero a veces fatigosa en muchos y notables creadores a que sus opiniones sobre el arte giren exclusivamente acerca del suyo, a manifestar ignorancia, olvido o desd¨¦n hacia lo que hacen sus colegas y no recordar jam¨¢s la influencia de otros artistas en su obra. Nada que objetar a ese irremediable o vocacional egocentrismo, al amor que sienten al contemplar su ombligo, si su trabajo llena de felicidad a los receptores. Tambi¨¦n hay otros dotados de conocimiento, admiraci¨®n y agradecimiento hacia maestros de los que aprendieron cosas impagables, que influyeron en su personalidad creativa, que les regalaron sensaciones inolvidables.
A estas alturas de su espl¨¦ndida carrera ya no existen dudas de que ese individuo bajito y esp¨ªdico que responde al nombre de Martin Scorsese es el primero de la clase, que abundan las obras maestras en su filmograf¨ªa y que incluso cuando se equivoca existe siempre algo apasionante, nervio narrativo, alergia a la rutina, un identificable estilo narrativo, algo ins¨®lito que expresar. Pero a este hombre tan preocupado por la continuidad de su obra siempre le ha quedado tiempo y ganas para hablar con profundidad y amor de las pel¨ªculas y los autores con los que se siente en deuda, que alimentaron sus sue?os y le descubrieron mundos cercanos o remotos cuando era ni?o, adolescente o joven. Y como Fran?ois Truffaut y Peter Bogdanovich, otros directores que homenajearon con talento, datos, intuici¨®n y penetraci¨®n a los creadores que admiraban, Scorsese ha dedicado largo tiempo y su sensibilizada memoria a evocar y analizar el cine que tanto le hizo disfrutar como espectador.
En el ¨²ltimo festival de Venecia (tan desastroso como todos los que ha dirigido el temible Marco M¨¹ller), lo m¨¢s conmovedor que vi no fue un largometraje de ficci¨®n sino un documental de una hora titulado Una carta a Elia, el apasionado tributo de Scorsese a la fuerza, el lirismo, la credibilidad y la emoci¨®n que desprende tantas veces el cine de Elia Kazan, aquel hombre turbio y artista poderoso que delat¨® mezquinamente en la caza de brujas, pero que tambi¨¦n hizo pel¨ªculas tan hermosas como La ley del silencio, R¨ªo salvaje y Am¨¦rica, Am¨¦rica. Anteriormente, Scorsese tambi¨¦n hab¨ªa dedicado otro glorioso documental a momentos grandiosos del cine norteamericano. Se supone que en esa antolog¨ªa y en el homenaje a Kazan, Scorsese hablaba de universos que le quedaban muy cerca, de una cultura que hab¨ªa mamado, que era la suya.
Sin embargo, su cinefilia tambi¨¦n traspasa fronteras, puede ser el historiador y el cr¨ªtico m¨¢s penetrante de pel¨ªculas que se hicieron en otro continente que el suyo, en ambientes desconocidos y personajes que hablan otro idioma, que gracias al lenguaje universal del arte le resultar¨ªan cercanos. En el extraordinario documental, acto de amor, prodigio did¨¢ctico, El cine italiano seg¨²n Scorsese (el t¨ªtulo original es Mi viaje en Italia, en referencia y complicidad con el enunciado de la admirable pel¨ªcula de Rossellini), repasa a lo largo de cuatro horas sus sentimientos respecto a una cinematograf¨ªa que durante mucho tiempo fue mod¨¦lica, invent¨® el perdurable neorrealismo, habl¨® con gracia, mordacidad y ternura de la gente y del estado de las cosas mediante la tragicomedia (es una pena que Scorsese no le dedique m¨¢s atenci¨®n a algunos directores que no figuran en el pante¨®n de la trascendencia, pero que fueron inmejorables provocando sonrisas y risas con sus agridulces s¨¢tiras sobre la gente com¨²n, creadores con voz propia como Comencini, Monicelli, Risi y Germi), pari¨® estilos y mundos tan personales como los que acreditan a Rossellini, De Sica, Visconti, Fellini y Antonioni.
Scorsese se centra minuciosa y entra?ablemente en las pel¨ªculas italianas que m¨¢s le turbaron, analiza la construcci¨®n de sus secuencias, destaca los peque?os gestos, explica las razones de una luz determinada y de un movimiento de c¨¢mara, muestra im¨¢genes, di¨¢logos, personajes y situaciones con valor intemporal, describe la evoluci¨®n de esos autores que le conmocionaron. No busca la taxidermia sino el proceso de creaci¨®n de las emociones. Esas pel¨ªculas son Roma, ciudad abierta, Pais¨¤, Alemania, a?o cero, Europa 1951, Francisco, juglar de Dios, Stromboli y Te querr¨¦ siempre, de Rossellini; Ladr¨®n de bicicletas, Umberto D y El oro de N¨¢poles, de De Sica; La terra trema y Senso, de Visconti; Los in¨²tiles, La dolce vita y Ocho y medio, de Fellini; La aventura, de Antonioni. La descripci¨®n que hace Scorsese de ellas es tan reflexiva y sentida, tan inteligente y sensible, tan perspicaz y documentada, que en mi caso me incita a revisar urgentemente pel¨ªculas con las que siempre me ha resultado imposible conectar o que me irritan, como Senso, Ocho y medio y La aventura. Hubiera sido maravilloso haber tropezado en las in¨²tiles ense?anzas que recib¨ª en el colegio y en la universidad con un profesor como Scorsese, alguien que habla con tanta pasi¨®n, conocimiento y fascinaci¨®n del m¨¢gico oficio de contar historias y expresar sentimientos a trav¨¦s de una c¨¢mara.
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