El escritor que nunca quiso ser otra cosa
Hubo un instante de estupor en el rostro de Mario Vargas Llosa en medio del "loquer¨ªo" que ha sido su vida desde que el secretario perpetuo de la Academia Sueca, Peter Englund, le sac¨® de las enso?aciones en que le ten¨ªa metido, en la madrugada de Nueva York, El reino de este mundo de Alejo Carpentier.
Ese fue el inicio de un torbellino que no ha cesado a¨²n pero que esa ma?ana del martes 7 de diciembre, cuando ten¨ªa que decir su discurso de aceptaci¨®n en la sede de la Academia, hizo crack en el ¨¢nimo y en la salud del autor de Los cachorros.
Hab¨ªa llegado a Estocolmo el 5 de diciembre, rodeado de familiares, parientes y amigos, "para festejar", una palabra muy de los Vargas Llosa. Al torbellino, como en Nueva York, le pon¨ªa orden Patricia, la prima "de nariz respingada" con la que est¨¢ casado desde hace 45 a?os.
"Me acusaron de traidor cuando, en la ¨²ltima dictadura, ped¨ª a los gobiernos democr¨¢ticos que penalizaran al r¨¦gimen"
El discurso "ten¨ªa que ser un texto referido a la literatura, aunque esta no se puede aislar de cierta preocupaci¨®n pol¨ªtica"
Y como Patricia, la que le dice "Mario, solo sirves para escribir", no pod¨ªa estar en todo, ¨¦l hizo muchas cosas que no tendr¨ªa que hacer un Nobel. As¨ª que camin¨® por las calles heladas, sin la protecci¨®n que se requerir¨ªa para una garganta que tiene que oficiar un discurso clave en su vida, dej¨® que los periodistas lo manejaran a su antojo y, en fin, crey¨® que todo el monte es or¨¦gano. Hasta que la salud se le indispuso, y ¨¦l se enfrent¨® a la evidencia de que estaba mudo con el estupor que convirti¨® su cara en un poema que enunciaba una tragedia.
Ah¨ª estaba, hundido por una afon¨ªa, el hombre que surc¨® el Amazonas para escribir La guerra del fin del mundo, el que se adentr¨® como un soldado en las selvas peligrosas del Congo, el que fue a Irak a ver qu¨¦ pasaba en la ¨²ltima guerra.
Lo sacaron a toda prisa del Grand Hotel, camino de un hospital; cuando sal¨ªa estaba, en efecto, p¨¢lido, ojeroso, como si hubiera pasado por encima de ¨¦l un tren de preocupaciones; hizo un gesto con la mano, pero no fue ese gesto de confirmaci¨®n de que se le hab¨ªa fastidiado la voz del todo lo que llamaba la atenci¨®n de su mirada. Era como si, desde el fondo del alma adolescente que sin duda le queda, el muchacho que una vez perdi¨® el para¨ªso, para no reencontrarlo sino mucho m¨¢s tarde, quiz¨¢ ahora, tuviera en ese rostro blanqueado por el miedo todas las miradas de sus miedos sucesivos.
Esa era la mirada de Vargas Llosa; lo que no sab¨ªamos es que esa mirada estaba sacada del fondo de su discurso. Su discurso (Elogio de la lectura y la ficci¨®n) es un hito hist¨®rico en su bibliograf¨ªa, y no solo porque le haya servido para estar, en la lista de los que recibieron el Nobel, entre autores tan significativos para ¨¦l como Camus o como Faulkner, sino porque verdaderamente ah¨ª el creador del personaje Zavalita puso toda su carne en el asador hasta hacerse sangre, por decirlo as¨ª.
En primer lugar, era un discurso sobre el para¨ªso (su madre), y sobre la p¨¦rdida del para¨ªso (el encuentro con su padre), era un discurso sobre su encuentro con el marxismo (y con Jean Paul Sartre), y su desd¨¦n por ese sistema totalitario de la pol¨ªtica y de la vida, y su apuesta por el liberalismo democr¨¢tico; era un discurso sobre la familia, que en su caso tiene un valor determinante y sin duda simb¨®lico, tanto en la vida, como es l¨®gico, como en la literatura; y era un discurso sobre varias vocaciones, pero sobre todo por una vocaci¨®n que le han querido discutir o ningunear para dejarlo sin patria.
Esos son nudos de la vida de Mario Vargas Llosa. Pero vayamos al nudo peruano. Cuando ¨¦l perdi¨® las elecciones peruanas de 1990 fue despu¨¦s de una campa?a en la que se port¨® como un forzado y como un ingenuo. Su amigo Fernando de Szyszlo, uno de los artistas m¨¢s importantes de Am¨¦rica, y tambi¨¦n una de sus amistades decisivas, dec¨ªa en Estocolmo que aquellas elecciones las perdi¨® Vargas Llosa porque es incapaz de mentir. Dijo lo que iba a hacer, y jam¨¢s dijo lo que la demagogia aconseja decir en periodo electoral. Eso tumb¨® al candidato liberal y puso el pa¨ªs en manos de Fujimori, que luego ser¨ªa un dictador.
La p¨¦rdida electoral tuvo un efecto devastador, como la propia campa?a, en la figura y en el semblante de Vargas Llosa. En Par¨ªs, de regreso de esa derrota, el autor de La ciudad y los perros reflejaba en su rostro el mismo estupor, pero por razones distintas, que se vislumbraba aquella ma?ana de p¨¢nico en Estocolmo. Aqu¨ª hab¨ªa perdido la voz, all¨ª hab¨ªa empezado a perder (provisionalmente) la patria.
Y no fue en sentido simb¨®lico. Los acontecimientos se precipitaron; a Fujimori le gust¨® tanto el poder que lo agarr¨® enteramente, lo hizo suyo, y persigui¨® con sa?a a quienes lo contradijeran; a Mario Vargas Llosa lo busc¨® para quitarle la nacionalidad, y Felipe Gonz¨¢lez le ofreci¨® (y le dio) la espa?ola.
De eso habl¨® en el discurso de Estocolmo. No suele ajustar cuentas; esta vez, igual que hizo en algunas p¨¢ginas de El pez en el agua, su decisivo libro autobiogr¨¢fico, ajust¨® cuentas, puso en su lugar a aquellos que, desde su peque?ez, le trataron de traidor... "Algunos compatriotas", ley¨® en su discurso, "me acusaron de traidor y estuve a punto de perder la ciudadan¨ªa cuando, durante la ¨²ltima dictadura, ped¨ª a los gobiernos democr¨¢ticos del mundo que penalizaran al r¨¦gimen con sanciones diplom¨¢ticas y econ¨®micas...".
El discurso era, por decirlo con las palabras que ¨¦l us¨® para escribir de Joanot Martorell, "una carta de batalla", as¨ª que prosigui¨® con palabras que tambi¨¦n est¨¢n, de otra manera, en aquella autobiograf¨ªa: "Y lo volver¨ªa a hacer ma?ana si -el destino no lo quiera y los peruanos no lo permitan- el Per¨² fuera v¨ªctima una vez m¨¢s de un golpe de Estado que aniquilara nuestra fr¨¢gil democracia. Aquella no fue la acci¨®n precipitada y pasional de un resentido, como escribieron algunos pol¨ªgrafos acostumbrados a juzgar a los dem¨¢s desde su propia peque?ez".
No es com¨²n en ¨¦l esa evocaci¨®n a los demonios que cayeron sobre ¨¦l en ciertas etapas de la evoluci¨®n de su pensamiento pol¨ªtico; pero ah¨ª estaba ese Vargas tambi¨¦n, desanudando. Porque ese era un nudo muy grave en la garganta. En Per¨² le persiguieron con la sa?a que solo es posible en la patria propia, pero Per¨² es su sitio; volvi¨® a?os despu¨¦s, con Fujimori y Montesinos mandando, para hablar de La fiesta del chivo. Estuvo a punto de llorar cuando le recibieron con flores y aplausos (en las calles a¨²n le rehu¨ªan quienes fueron pr¨®ximos suyos) en una de las universidades que le acogi¨®, dijo lo que le dio la gana en algunas televisiones controladas, y en el s¨®tano de un hotel cr¨ªtico sin freno a aquel d¨²o mort¨ªfero.
Lo m¨¢s duro de aquel reencuentro, en lo que a hechos p¨²blicos se refiere, fue lo que le sucedi¨® en el patio del Colegio Militar Leoncio Prado, el lugar donde su padre lo puso a estudiar "para se dejara de las mariconer¨ªas" de la poes¨ªa. ?l vivi¨® all¨ª, hizo de escritor de novelitas por encargo, y de esa experiencia obtuvo el material autobiogr¨¢fico que puede rastrearse en sus primeros libros, y sobre todo en La ciudad y los perros, que los militares quemar¨ªan en sus cuarteles y que la censura espa?ola tach¨® cuando Carlos Barral la premi¨® y la public¨®.
Pues en el Leoncio Prado le recibieron con desd¨¦n en aquel tiempo ominoso de Fujimori. Alg¨²n tiempo despu¨¦s, cuando ya aquel d¨²o infernal estaba en v¨ªas de encarcelamiento, fue recibido como un h¨¦roe... Y ahora es un h¨¦roe. Szyszlo, que hizo de embajador plenipotenciario de Alan Garc¨ªa (presidente otra vez, pero ahora con modos distintos de los que le reproch¨® el candidato Vargas Llosa cuando Garc¨ªa quiso nacionalizar la banca peruana, entre otras cosas) en los fastos de Estocolmo, reflexionaba con iron¨ªa sobre estos hechos que ahora resultan cargados de paradoja: le rinde pleites¨ªa el presidente a quien se opuso ardientemente, y esto ocurre cuando est¨¢n en la c¨¢rcel los que quisieron quitarle hasta la patria...
Ese nudo de la patria es muy fuerte para Vargas Llosa. Y lo tuvo ah¨ª, en la garganta, hasta Estocolmo, precisamente. Y lo junt¨® con lo que m¨¢s quiere, su mujer, su familia. Acaso esa relaci¨®n (patria, familia), junto con la devoci¨®n literaria y la persistente vocaci¨®n pol¨ªtica, se juntaron en un sintagma fundamental para entender su vida: "El Per¨² es Patricia". Para llegar a esa frase, que su mujer, "la prima de naricita respingada y car¨¢cter indomable", no ley¨® hasta que el marido la ley¨® en p¨²blico, desat¨® su llanto, un sollozo que a ¨¦l mismo le sorprendi¨®.
Llora muy poco, llor¨® cuando muri¨® su madre, llor¨® cuando muri¨® Blanca Varela, la poeta, y llor¨® ahora. La evocaci¨®n ten¨ªa muchas connotaciones, era el n¨²cleo del discurso, pues en ¨¦l se propuso hacer un tr¨¢velin por su vida, desde que aprendi¨® a leer. Y ese elemento, la uni¨®n de las palabras Per¨² y Patricia, era mucho m¨¢s que un homenaje a la patria y a la mujer: era el precipitado de una lucha, el resultado verbal de una batalla que ¨¦l quer¨ªa contar en Estocolmo, una especie de confieso que he vivido o de para nacer he nacido o una especie de Para que yo me llame ?ngel Gonz¨¢lez, el verso autobiogr¨¢fico de su amigo el poeta asturiano...
Era un nudo en la garganta, lo solt¨® y empez¨® a llorar... Ya en Per¨², de vuelta del "loquer¨ªo" de Estocolmo, rodeado de los agasajos de sus paisanos, que ahora lo tratan verdaderamente como un h¨¦roe nacional, me cont¨® por tel¨¦fono c¨®mo hizo el discurso, qu¨¦ sinti¨® en ese momento en que se produjo el momento m¨¢s emocionante de su texto y, acaso, de su vida. Lo escribi¨® "a retazos, a pedacitos", entre viaje y viaje. Y sab¨ªa que "ten¨ªa que ser un texto muy personal, fundamentalmente referido a la literatura, aunque desde luego la literatura no se puede aislar enteramente de otras cosas: cierta preocupaci¨®n c¨ªvica, pol¨ªtica...". En cierto modo, era el esquema de El pez en el agua: por un lado la vida personal, por el otro, la ambici¨®n pol¨ªtica. En ese libro, que desanud¨® en 1990 la esencia de su fracaso p¨²blico y lo puso otra vez en el camino de la literatura, hay dos finales. En uno es un adolescente que viaja a Par¨ªs, a hacerse escritor: le despiden sus parientes, y ¨¦l reflexiona: "A ellos s¨ª estaba seguro de que volver¨ªa a verlos, y de que entonces ya ser¨ªa, por fin, un escritor". Era 1958. En 1990 inicia otro viaje, otra vez a Par¨ªs, esta vez derrotado pol¨ªticamente, cansado, herido en lo m¨¢s hondo. Entonces escribe: "Cuando el aparato emprendi¨® vuelo y las infalibles nubes de Lima borraron de nuestra vista la ciudad y nos quedamos rodeados solo de cielo azul, pens¨¦ que esta partida se parec¨ªa a la de 1958, que hab¨ªa marcado de manera tan n¨ªtida el fin de una etapa de mi vida y el inicio de otra, en la que la literatura pas¨® a ocupar el lugar central".
En Estocolmo, aquella ma?ana en que entr¨® en p¨¢nico, y esa misma tarde, cuando solloz¨® en p¨²blico de manera emocionante para todos los que le escucharon, acab¨® una etapa crucial de ese viaje. Acaso esa cara de estupor que le vimos escond¨ªa la b¨²squeda personal de lo que hab¨ªa detr¨¢s del abismo que ocasiona el ¨¦xito, en este caso. ?Se sorprendi¨® llorando? "Desde luego que me sorprendi¨®, quiz¨¢ porque a cierta edad es m¨¢s dif¨ªcil controlar las emociones... Nos pasa a los ni?os y a los viejos". "Por otra parte", prosigue el Nobel, "de alguna manera era haber llegado a un momento neur¨¢lgico de mi trabajo de escritor, de mi vida personal, y supongo que esa situaci¨®n y el hecho de haber estado muchos minutos sumido en un mundo de recuerdos, a?oranzas, nostalgias, hizo que se produjera esta explosi¨®n emocional...".
"No era para menos", dice. Todo conspir¨® "para que yo alcanzara una hipersensibilidad que suelo siempre controlar". Era una mezcla de alegr¨ªa y de sentimiento de fin de etapa, como si ahora empezara otro viaje... Est¨¢ ansioso por ponerse a escribir de nuevo, "yo soy un escritor, solo quise ser un escritor, este premio no va a acabar con eso". Est¨¢ contento, "pero fatigado; ojal¨¢ acabe esto pronto, no veo la hora de volver a mi rutina"... Ahora se propone hacer una novela que tendr¨¢ como geograf¨ªa el norte de Per¨² en el que se cri¨®, termina un ensayo sobre la cultura de masas y no descarta continuar en el futuro aquel libro de dos finales, El pez en el agua. "Ese segundo tomo tambi¨¦n tendr¨¢ un final, claro, pero ser¨¢ un final m¨¢s definitivo que aquellos dos que hubo en la primera parte de esas memorias...".
"Mi salvaci¨®n fue leer", dijo en Estocolmo. Su salvaci¨®n luego fue escribir, por ese camino quiso reencontrar el para¨ªso. La cr¨®nica de ese esfuerzo late debajo de sus sollozos de Estocolmo. Acaso aquella cara de estupor cuando perdi¨® la voz en medio del hielo es la que desvele cuando termine de relatar la vida que a¨²n Mario Vargas Llosa no ha terminado de contar.
"Soy el mismo"
Dice Vargas Llosa, desde su casa en Lima, despu¨¦s de los acontecimientos que le entronizaron como Nobel en Estocolmo, donde pronunci¨® un discurso en el que repas¨®, batallador y nost¨¢lgico, algunos hechos fundamentales de su vida:
"Ahora comienzo a tener otras nostalgias. Mi rutina, mi sistema de trabajo... La rutina de sumergirme en un proyecto literario, porque eso es lo que me da el orden en la vida. Cuando me salgo del orden, aunque sea por razones exaltantes como ha sido en este caso el Nobel, empiezo a sentirme fuera de mi salsa, un poco inc¨®modo, y ya tengo ganas de que pare todo ese fuego de artificio que me rodea y volver a la tranquilidad de la lectura y la escritura. Voy a hacer todo lo posible porque todo eso se produzca pronto. Por una parte, es estimulante, pero puede ser paralizante actuar en la vida como un Nobel. Soy un premio Nobel, pero fundamentalmente soy la misma persona que era antes de recibirlo y voy a seguir si¨¦ndolo en el futuro".
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