Ocultar y averiguar
Sin duda suele ser divertido saber lo que no nos toca o incluso nos est¨¢ prohibido. Nos regocija enterarnos de cosas a las que normalmente no tenemos acceso; o¨ªr las charlas privadas entre pol¨ªticos o famosos de cualquier ¨ªndole, escuchar qu¨¦ dicen y c¨®mo hablan "en realidad", dando por descontado que lo que por lo general nos ofrecen es una estudiada representaci¨®n, algo adecuado a la imagen que han decidido proyectar de s¨ª mismos. Suponemos, por tanto, que todo el mundo finge en mayor o menor medida; que nadie se salva enteramente de ser hip¨®crita o cuando menos "diplom¨¢tico"; que con frecuencia se calla lo que de verdad se piensa o se hacen declaraciones falsarias, o, si se prefiere, "de compromiso"; y gusta ver desenmascarados a los personajes notables, o a quienes desempe?an cargos p¨²blicos o tienen responsabilidades. Causa hilaridad descubrir que alguien ha metido la pata o que ha sido pillado por una c¨¢mara indiscreta, un micr¨®fono abierto o una filtraci¨®n con la que no contaba. Es natural, as¨ª pues, que la divulgaci¨®n de los llamados "Papeles del Departamento de Estado" a trav¨¦s de Wikileaks y de cinco publicaciones, El Pa¨ªs entre ellas, sea motivo de alborozo y jocosidad para parte de la poblaci¨®n mundial. Lo que ya es m¨¢s raro es que tambi¨¦n suscite esc¨¢ndalo e indignaci¨®n. La verdad es que el hecho me parece m¨¢s divertido que trascendental.
"Suele ser mejor que ignoremos lo que dicen de nosotros tanto los amigos como los enemigos"
En modo alguno quiero d¨¢rmelas de blas¨¦, ni presumir de estar al cabo de la calle, no es el caso. Pero, teniendo todos el convencimiento de lo que acabo de decir -de que se nos muestra lo que se nos quiere mostrar y nada m¨¢s-, no entiendo que nadie se sorprenda o monte en c¨®lera ante las revelaciones que nos est¨¢n llegando. Es de caj¨®n que cada pa¨ªs maniobre y presione para conseguir sus prop¨®sitos, defender sus intereses y beneficiarse; que los menos poderosos procuren no contrariar en exceso a aquellos de los que dependen econ¨®mica, pol¨ªtica o militarmente, y a veces se plieguen a sus indicaciones aunque les siente como un tiro. Y nada tiene de particular que, en privado y crey¨¦ndose sin testigos, los embajadores y funcionarios suelten inconveniencias sobre sus hom¨®logos, sus superiores y los l¨ªderes mundiales. De hecho, me ha extra?ado que no hayan aparecido opiniones m¨¢s contundentes, del tipo "Ese es un enorme cretino" o "Este es el mayor tonto de la tierra" o "Aquel es un hijo de puta, un malvado". Casi todo el mundo se despacha a gusto en privado, por lo menos en Espa?a, pa¨ªs en el que la exageraci¨®n es norma: los empleados sobre sus jefes y viceversa, los periodistas sobre sus colegas, los directores de cine sobre sus actores, los escritores sobre los cr¨ªticos y viceversa, los pol¨ªticos sobre sus adversarios y sus aliados, los trabajadores sobre sus compa?eros y cualquier hijo de vecino sobre sus vecinos. Incluso muchos maridos sobre sus mujeres y viceversa, como la mayor¨ªa de los v¨¢stagos -m¨¢s si son adolescentes- acerca de sus progenitores. En ocasiones hablamos todos bien de otros, no es que crea que vivimos en el despellejamiento universal y perpetuo, en absoluto. Pero no es dif¨ªcil que pongamos alg¨²n reparo, circunstancial o de fondo, incluso a las personas que m¨¢s queremos o admiramos. Y si ese reparo llegase a nuestros o¨ªdos, aunque fuese junto a una monta?a de elogios, es probable que nos sucediese lo que a Frasier en un episodio de la serie que llevaba su nombre: se invitaba a una docena de radioyentes a opinar sobre su programa, an¨®nimamente; once de ellos lo alababan, y s¨®lo uno manifestaba su desagrado; Frasier, tras escucharlos, se olvidaba en seguida de los once entusiastas y se obsesionaba con el detractor, cuyo nombre averiguaba y a quien persegu¨ªa para tratar de gan¨¢rselo.
Por eso suele ser mejor que ignoremos lo que dicen de nosotros, cuando no estamos delante, tanto los amigos como los enemigos. La hipocres¨ªa (si no es flagrante ni excesiva), la discreci¨®n, el secreto, forman parte de la educaci¨®n y de la civilizaci¨®n, y si esas cosas no existieran, lo m¨¢s seguro es que casi nadie saludase a casi nadie y que hubiera muchos m¨¢s homicidios. La mayor¨ªa de la gente estar¨ªa cabreada con sus semejantes y el aire ser¨ªa irrespirable. Por eso tampoco comprendo a quienes celebran sin reserva alguna la "transparencia" y abogan por la supresi¨®n general del secreto. Es natural que los tengan los diplom¨¢ticos, y los gobiernos, y los Estados, como los tenemos todos los seres humanos, y m¨¢s vale as¨ª, desde luego, en pro de la convivencia. Quienes exigen "saberlo todo de todos" est¨¢n yendo contra sus intereses, porque si se supiera "todo" de ellos no saldr¨ªan limpios ni impunes, y se buscar¨ªan m¨¢s de un conflicto, desde ser despedidos por sus denostados jefes hasta pelearse con la familia o granjearse la inquina de muchos o perder sus amistades. Ojo, con esto no quiero decir que me parezca mal tratar de averiguar lo oculto ni de desvelar secretos, sobre todo -por salud- los que no nos conciernen personalmente. La curiosidad es humana. Pero cada cual debe asumir su papel: a unos les toca ejercer de intrusos, de sabuesos, de cotillas respecto a lo de los dem¨¢s, ll¨¢menlos como quieran. Y a los dem¨¢s les toca evitar por todos los medios a su alcance que aqu¨¦llos metan las narices en sus asuntos y esp¨ªen sus conversaciones privadas. Quienes guardan los secretos y escamotean datos no hacen mal ni resultan ser unos mendaces incurables: tan s¨®lo cumplen con su deber, como lo hacemos todos cuando se trata de mantener los nuestros a salvo.
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