"No tuvimos miedo. La prioridad era la acci¨®n"
El 11 de mayo de 1960, mientras un grupo de agentes del Mosad capturaba en Buenos Aires a uno de los principales responsables del Holocausto, el oficial de las SS Adolf Eichmann, un veintea?ero de origen jud¨ªo, Serge Klarsfeld, cruzaba su mirada en el metro de Par¨ªs con una joven alemana. Beate, ese era su nombre, se convertir¨ªa en su mujer e inseparable compa?era en la b¨²squeda de criminales nazis por el mundo. "Era muy guapa. Yo me acerqu¨¦ y tres a?os despu¨¦s nos casamos", recuerda Serge, sentado al lado de su esposa en un ruidoso restaurante del centro de Madrid. En aquel lejano mayo parisiense, ninguno de los dos sab¨ªa que acabar¨ªan formando parte del pu?ado de individuos que dedicaron sus vidas a perseguir a los autores de los cr¨ªmenes del Tercer Reich.
El matrimonio dedic¨® su vida a la b¨²squeda de los criminales nazis
Siete a?os m¨¢s tarde de su primer encuentro, Beate, protestante e hija de un soldado de la Wehrmacht, que trabajaba para la oficina franco-alemana para la juventud (un organismo ideado por el presidente Charles de Gaulle y el canciller Konrad Adenauer para acercar a los j¨®venes de los dos pa¨ªses), escribi¨®, con la ayuda del marido, una serie de art¨ªculos en los que atacaba al canciller alem¨¢n Kurt-Georg Kiesinger por su pasado nazi y ped¨ªa su dimisi¨®n. Quien sali¨® despedida fue ella. "Juntos preparamos un informe", comenta Serge. Su mujer deja que ¨¦l cuente c¨®mo se convirtieron en cazanazis.
Medio siglo despu¨¦s de cruzarse en el subterr¨¢neo de la capital francesa, no dejan de coincidir. Piden el mismo men¨², ensalada de tomate y pollo asado. Serge teje el relato y Beate a?ade los detalles que llenan la historia. Cuenta as¨ª c¨®mo en noviembre de 1968 irrumpi¨® en el congreso del partido cristianodem¨®crata y mont¨® una escena que quedar¨ªa para la historia. "Me acerqu¨¦ a Kiesinger y le abofete¨¦", afirma, enfilando otro bocado, como si fuera lo m¨¢s normal del mundo golpear en medio de sus seguidores al canciller de la Alemania federal y enfrentarse despu¨¦s a una condena de un a?o de c¨¢rcel. "Fue un acto muy simb¨®lico", comenta el marido. "Como si hubiera abofeteado a su propio padre". El suyo, Serge lo perdi¨® en Auschwitz en 1944.
No era atrevimiento juvenil lo que mov¨ªa a los Klarlsfeld. "Tampoco venganza", asegura Serge. Gracias a ellos cayeron personajes como Klaus Barbie, el Carnicero de Lyon, al que encontraron en Bolivia, y Kurt Lischka, jefe del servicio antijud¨ªo de la Gestapo. Dicen que nunca tuvieron miedo. "La prioridad era la acci¨®n", repiten. Y no pararon. Ni cuando a Beate le detuvieron en Bolivia, en Argentina o en Siria, donde intentaba encontrar al nazi Alois Brunner, el segundo de Eichmann. Ni cuando en 1979 una bomba destruy¨® su coche. Ni cuando, para protegerles, la polic¨ªa tuvo que vigilar durante a?o y medio la casa en la que viv¨ªan con sus dos hijos.
Ya no cazan nazis -"no quedan cazanazis porque los nazis tendr¨ªan 100 a?os hoy", dicen-, pero se dedican a conservar la memoria de lo que fue y viajan sin parar para atender a conferencias y dar su testimonio. Mientras terminan el postre -un flan para ¨¦l y un helado de vainilla para ella, lo ¨²nico en lo que no coinciden- el marido vuelve sobre lo que aliment¨® durante m¨¢s de cuatro d¨¦cadas su labor: "Si no nos hubi¨¦ramos conocido, no hubi¨¦ramos hecho lo que hicimos. El amor nos anim¨®".
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