El calor de nuestro hogar
En la excelente pel¨ªcula Los intocables de Eliot Ness, ambientada en el Chicago de los a?os treinta, el protagonista (Kevin Costner) persigue implacablemente al g¨¢nster Al Capone. Una persecuci¨®n que se convierte en una sangrienta batalla. Mientras Eliot Ness sufre lo indecible, su dulce esposa lo telefonea para saber c¨®mo se encuentra y le pregunta de qu¨¦ color cree que deber¨ªa pintar las paredes de la cocina. Al colgar el tel¨¦fono, ¨¦l reflexiona en voz alta:"Una parte del mundo todav¨ªa se preocupa por el color de la cocina". Aunque nos lo parezca, la mujer de Eliot Ness no se est¨¢ ocupando de un tema tan balad¨ª. Para la cordura humana, el estado de nuestras casas es mucho m¨¢s crucial de lo que parece.
"Nuestro humor incide en c¨®mo cuidamos nuestra casa y, al rev¨¦s, el estado de nuestro hogar influye en c¨®mo nos sentimos"
"Lo realmente importante es sentirnos c¨®modos y cobijados en nuestras casas, y eso no significa estar rodeados de lujo"
?Qu¨¦ deb¨ªan sentir nuestros ancestros cuando se refugiaban en sus cuevas? Entrar o no pod¨ªa significar seguir viviendo o morir. Las cavernas les proteg¨ªan de las arrasadoras inclemencias del tiempo y de los feroces depredadores. Cobijarse en sus grutas deb¨ªa constituir un gran alivio para ellos. Y nosotros, ?qu¨¦ sentimos cuando entramos en nuestro hogar y cerramos la puerta? ?Buf! Otro gran alivio. Los leones no merodean por las calles, pero siguen existiendo "leones", simplemente con otras formas (jefes, clientes, compa?eros, reuniones, compromisos sociales, tr¨¢fico?).
Nuestra casa es nuestro cobijo. Cuando contemplamos desde nuestro sof¨¢ las espantosas escenas que cada d¨ªa arrojan los noticieros, nos sentimos de alguna forma protegidos de toda esa barbarie. Sentimos que nuestras paredes nos resguardan de alguna manera. El hogar no es solo donde nos cobijamos, sino tambi¨¦n donde podemos recargar energ¨ªas para nuestro d¨ªa a d¨ªa. Ese rinc¨®n del mundo es esencial para nuestra vida.
La casa y el estado de ¨¢nimo
"Si hay belleza en el car¨¢cter, habr¨¢ armon¨ªa en el hogar. Si hay armon¨ªa en el hogar, habr¨¢ orden en la naci¨®n. Si hay orden en la naci¨®n, habr¨¢ paz en el mundo" (Confucio)
Cuando se eval¨²a la depresi¨®n se tiene en cuenta el aspecto f¨ªsico de la persona, esto es, si va limpia y arreglada. No saquemos una conclusi¨®n simplista, eso no significa que todo el mundo que se encuentra deprimido descuide su imagen, ni que todas las personas desarregladas sufran depresi¨®n. Pero s¨ª que puede ser un s¨ªntoma m¨¢s. Desde mi punto de vista, tambi¨¦n se deber¨ªa tener en cuenta el estado de la casa. De hecho, hablando con compa?eras psic¨®logas todas compart¨ªamos experiencias de pacientes que sus casas reflejaban su estado de ¨¢nimo. Pacientes desilusionados con casas descuidadas o personas en las que el desorden mental se ve¨ªa reflejado en todas las habitaciones.
Nuestro humor incide en c¨®mo cuidamos nuestra casa y, al rev¨¦s, el estado de nuestro hogar influye en c¨®mo nos sentimos. Un ejemplo extremo es estar de traslado. Vivir con nuestras cosas metidas en cajas es de lo m¨¢s estresante. Para nuestra paz mental necesitamos tener cada cosa en su sitio.
Algunas investigaciones muestran c¨®mo la arquitectura y la decoraci¨®n de los hospitales influyen no solo en el estado de ¨¢nimo de los pacientes, sino tambi¨¦n en su recuperaci¨®n. En un estudio realizado por Roger S. Ulrich, de la Universidad de Delaware, se compararon dos grupos de pacientes que fueron sometidos a una colecistectom¨ªa. Los pacientes del primer grupo pasaron su convalecencia en una habitaci¨®n con vistas a un paisaje natural, mientras las personas del segundo grupo solo oteaban edificios desde sus ventanas. Los primeros necesitaron menos d¨ªas para ser dados de alta y tomaron menos analg¨¦sicos mientras estuvieron hospitalizados.
La atenci¨®n que se presta a la decoraci¨®n de los hospitales cada d¨ªa es mayor, dado que, como el anterior, muchos estudios muestran la influencia de la arquitectura y del interiorismo en las emociones y la convalecencia de los pacientes. Con estas premisas se puede suponer que en el caso de nuestras casas pasa exactamente lo mismo.
Redecorar nuestras emociones
"Mira las estrellas, pero no te olvides de encender la lumbre en el hogar" (Proverbio alem¨¢n )
Si el estado de nuestra casa nos da m¨¢s o menos equilibrio, m¨¢s o menos paz, m¨¢s o menos energ¨ªas, parece necesario que empecemos a meditar qu¨¦ podemos cambiar para sentirnos m¨¢s a gusto en ella. Podr¨ªa ser terap¨¦utico. De hecho, una psic¨®loga me comentaba que una parte de la terapia con una de sus pacientes consiste en que arregle su casa. Y le pide que en cada visita le traiga fotos. Una de las formas de comprobar su avance mental es observar el progreso de su hogar.
Est¨¢ claro que es terap¨¦utico porque en muchas ocasiones esa necesidad de arreglar nuestra caba?a surge de muy adentro. En el s¨ªndrome del nido se ve muy claro. Muchas mujeres embarazadas sienten la necesidad imperiosa de limpiar, ordenar y preparar todo lo referente a la llegada del bebe.
Una mujer que padeci¨® c¨¢ncer me explicaba que durante la quimioterapia le dio por poner muchas plantas, y lo m¨¢s curioso es que conoc¨ªa otros casos como el suyo. Igual nos encontramos ante otro s¨ªndrome que de momento no tiene nombre.
Una amiga me comentaba que despu¨¦s de su divorcio, en plena intemperie emocional, empez¨® a comprar mantas y cojines y a encender la lumbre cada d¨ªa. Seg¨²n ella, era como si sintiera un fr¨ªo dentro y necesitaba mucho calor de hogar. As¨ª se sent¨ªa mejor.
Desgraciadamente, no siempre se repara el estado de ¨¢nimo simplemente arreglando nuestra caba?a. No son pocas las personas que dan miles de vueltas antes de llegar a casa. Hacen cualquier cosa para retrasar al m¨¢ximo el momento. Entrar supone un suplicio. "La casa se me cae encima", es una de sus expresiones favoritas. Los motivos no suelen encontrarse en la vivienda en s¨ª, sino m¨¢s bien en la relaci¨®n con quienes habitan en ella (padres, pareja?). Incluso, en algunos casos, la ra¨ªz de esa desaz¨®n se halla en las profundidades de la misma persona. Cuando no est¨¢s bien contigo mismo parece que no hay lugar en el mundo que d¨¦ paz, ni tu propio hogar.
batalla contra el desorden
"Los ni?os iluminan el hogar. ?C¨®mo no iluminarlo, si dejan las luces prendidas en todos lados!" (Aldo Cammarota)
Mientras escrib¨ªa este art¨ªculo, asist¨ª a una tertulia que celebramos asiduamente un grupo de amigos psic¨®logos. Les ped¨ª tratar el tema de la casa. Y enseguida apareci¨® un subtema: el desorden. Una de las tertulianas nos expuso este dilema: "Imaginaros una familia compuesta por la madre y el padre y dos ni?os peque?os, una familia feliz. Siempre juegan y, como consecuencia, tienen la casa muy desordenada. Ese desorden no les hace sentir bien. Y as¨ª se enfrentan a un dilema "orden o felicidad". La verdad es que ninguno de nosotros ca¨ªmos en la trampa dicot¨®mica que ofrece este dilema porque en esta vida normalmente la salida se encuentra en el medio.
El orden tiene diferentes significados para cada uno de nosotros. Podemos encontrarnos ante una mesa rebosante de monta?as desparramadas de papeles y que su propietario nos aclare: "Para m¨ª est¨¢ ordenado, s¨¦ donde se encuentra cada papel". Y todos conocemos personas obsesivas que cuando entras en su casa parece que nadie vive all¨ª.
En la tertulia llegamos a la conclusi¨®n, a la que media humanidad tambi¨¦n ha llegado, de que es muy importante diferenciar espacios comunes y privados. En los comunes es importante que reine el orden (no obsesivo), mientras que en los espacios privados cada uno puede tener "su orden". De hecho, recuerdo a una mujer que uno de los motivos principales de discusi¨®n con su marido era el desorden de este. Finalmente, se solucion¨® de forma pr¨¢ctica. Llegaron al acuerdo de que una de las habitaciones ser¨ªa el estudio de ¨¦l, y ella no entrar¨ªa ni para limpiar ni para ordenar. Ser¨ªa la peque?a isla del marido y all¨ª podr¨ªa reinar "su orden". Con los adolescentes, muchos padres llegan a esta especie de acuerdo. La habitaci¨®n del adolescente, por definici¨®n, est¨¢ desordenada. En una ocasi¨®n le¨ª que en un piso piloto de una nueva promoci¨®n, para que fuera todo m¨¢s realista, presentaban la habitaci¨®n destinada a los ni?os ?desordenada!
No es cuesti¨®n de dinero
"El hombre feliz es aquel que,?siendo rey o campesino, encuentra paz en su hogar" (Johann Wolfgang Goethe)
Una gran parte de los espa?oles, cuando son encuestados y se les pregunta que har¨ªan si les tocara la loter¨ªa, responden que destinar¨ªan el dinero a arreglar alguna parte de la vivienda. Es verdad, si tenemos dinero es m¨¢s f¨¢cil tener nuestro hogar como nos gustar¨ªa. Pero no es menos cierto que la cantidad de dinero que uno tiene no es proporcional con lo acogedora que es su casa.
Muchos ricos famosos exhiben sus casas en las p¨¢ginas de las revistas del?ramo. Estancias enormes, sof¨¢s kilom¨¦tricos, todo milim¨¦tricamente colocado, y el protagonista en cuesti¨®n, vestido a conjunto con la habitaci¨®n. Me conmueve pensar que habr¨¢ personas que so?aran con eso pensando que all¨ª?se encuentra la felicidad. Pensemos que, en algunos casos, esos famosos tienen la parte de la casa que ense?an y otra m¨¢s ¨ªntima en donde realmente viven, porque, ?qui¨¦n se puede encontrar recogido en un sof¨¢ que no se acaba nunca?
Lo importante es sentirnos c¨®modos y cobijados, y no rodeados de lujo. La prueba est¨¢ en que la mayor¨ªa de las personas que se hospedan en hoteles de lujo acaban finalmente por a?orar sus hogares.
Mi abuela, como ha ocurrido con muchas mujeres de su misma ¨¦poca, vivi¨® duramente su infancia y juventud. Ya bien entrada en su madurez, su vida se fue acomodando e incluso pudo ahorrar. Gran parte de esas pesetas las invirti¨® en mantas. Grandes y c¨¢lidas mantas de lana que en su mayor¨ªa regal¨® a mi madre. Deb¨ªa de ser proporcional la cantidad de mantas que compr¨® con el fr¨ªo que deber¨ªa de haber pasado de peque?a. Ahora yo atesoro algunas. Cuando me acoplo en mi rinc¨®n del sof¨¢ con una de esas mantas por encima me parece notar el cari?o de mi abuela enredado entre las hebras de la lana. Esa sensaci¨®n no tiene precio.
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