La silla de Galileo
Astr¨®nomos, f¨ªsicos, paleont¨®logos, m¨¦dicos, bi¨®logos, matem¨¢ticos, psic¨®logos, historiadores, fil¨®sofos, te¨®logos, moralistas, poetas, canonistas, antrop¨®logos, m¨ªsticos, fueran hombres o mujeres, seglares, religiosos, religiosas, sacerdotes u obispos. Ning¨²n campo del saber ha escapado a la censura eclesi¨¢stica, llam¨¢rase Inquisici¨®n, Santo Oficio, ?ndice de Libros Prohibidos o, m¨¢s modernamente, Congregaci¨®n para la Doctrina de la Fe. Un dato bien significativo: durante sus apenas 11 a?os de pontificado, San P¨ªo X puso ?150 obras! en el ?ndice de Libros Prohibidos.
Los inquisidores han ejercido su papel con verdadero celo antievang¨¦lico, sin parar mientes en que los -para ellos- herejes fueran sacerdotes ejemplares como Antonio Rosmini; cient¨ªficos de prestigio como Galileo y Darwin; m¨ªsticos que irradiaban santidad como el Maestro Eckhardt, Juan de la Cruz y Teresa de Jes¨²s; renombrados te¨®logos como Roger Haight y Ion Sobrino; biblistas con un gran bagaje de investigadores como Renan, Loisy y Lagrange; cient¨ªficos que quer¨ªan compaginar ciencia y religi¨®n como el jesuita Teilhard de Chardin, incomprensiblemente ca¨ªdo en el olvido.
Los inquisidores no han librado de la condena ni siquiera a sus colegas, como Ratzinger a Hans K¨¹ng; ni han tenido en cuenta su anterior etapa de mecenas como Ratzinger con Leonardo Boff, a quien pag¨® la publicaci¨®n de su tesis y luego conden¨® al silencio; ni a asesores conciliares que luego fueron acusados de desviaciones doctrinales como el te¨®logo Schillebeckx y el moralista H?ring, inspiradores de la reforma de la Iglesia y del di¨¢logo con la modernidad en el Vaticano II.
Todos han tenido que sentarse en la silla de Galileo con el veredicto de culpabilidad dictado de antemano, que se traduc¨ªa en retirada de la c¨¢tedra, censura de sus publicaciones e incluso destierro, como le sucedi¨® a Yves M? Congar, nombrado luego cardenal. Peor suerte corrieron otros que dieron con sus huesos en la hoguera como la beguina Margarita Porete -cuyo libro Espejo de las almas simples fue tambi¨¦n quemado- en la Plaza de Gr¨¨ve (1310); el cient¨ªfico Giordano Bruno, quemado en el Campo de las Flores (1600) -?qu¨¦ cruel iron¨ªa!-; el reformador Jan Hus (1415), consumido por las llamas delante de las murallas de Constanza, y Miguel Servet, cuyo libro condenado fue igualmente pasto de las llamas con ¨¦l en la colina ginebrina de Champel (1553). La silla de Galileo o la hoguera han sido las dos salidas de la Inquisici¨®n para los heterodoxos.
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