Investigar o someterse, he ah¨ª el dilema
- Grandes pensadores cristianos se refugian en centros laicos ante la censura del Vaticano - Roma ha perdido el monopolio teol¨®gico
La Teolog¨ªa, con may¨²scula, la disciplina acad¨¦mica que presum¨ªa anta?o de ser la emperatriz de las ciencias, aparece hoy encerrada en una capilla de catequistas repitiendo lo que el Vaticano decide en cada momento. Es solo una apariencia. Grandes pensadores cristianos producen su obra cobijados en centros universitarios laicos, o publican en editoriales libres de control eclesi¨¢stico. Un ejemplo es el te¨®logo suizo Hans K¨¹ng, perito del Concilio Vaticano II junto a Joseph Ratzinger (hoy papa Benedicto XVI). Execrado sin contemplaciones por Roma, que le retir¨® incluso la categor¨ªa de "te¨®logo cat¨®lico", K¨¹ng sigue siendo una referencia mundial. El pr¨®ximo mes de enero ser¨¢ investido doctor honoris causa por la Universidad a Distancia (UNED), a propuesta de su Facultad de Filosof¨ªa.
Se puede condenar una soluci¨®n, pero no condenar un problema
Hans K¨¹ng: "Jes¨²s goza de mayor estima fuera de la Iglesia que dentro"
El Vaticano II aboli¨® la Inquisici¨®n, pero resurgi¨® de nuevo con Ratzinger
Obediencia, unidad y la voluntad de Dios son las ideas que justifican todo
"El poder doctrinal es despiadado y cruel", afirma Leonardo Boff
Masi¨¢: "Renunciar al esp¨ªritu inquisitorial es una asignatura pendiente"
En Espa?a funcionan ya una docena de centros superiores donde la Teolog¨ªa o las ciencias de las religiones no tienen tufillo eclesi¨¢stico alguno. Son c¨¢tedras creadas sin interferencia religiosa y dirigidas por profesores de plantilla de las propias Universidades. Entre otras, cuentan con centros de ese tipo las Universidades Complutense y Carlos III (Comunidad de Madrid), la Pablo de Olavide (Sevilla), la Pompeu Fabra de Barcelona, la Universidad de Valencia y la c¨¢tedra de Filosof¨ªa de la Religi¨®n e Historia de las Religiones en la propia UNED.
La p¨¦rdida del tradicional monopolio teol¨®gico de la jerarqu¨ªa cat¨®lica ha sido pac¨ªfica. Nadie discute ya la competencia del Estado para crear facultades de Teolog¨ªa, y mucho menos la existencia de Universidades cat¨®licas con igual fin. No siempre fue as¨ª. La sabidur¨ªa popular, la m¨¢s afectada por las feroces guerras de religi¨®n que asolaron Europa durante siglos, acu?¨® la expresi¨®n "?Y se arm¨® la de Dios es Cristo!", para escenificar las consecuencias de las disputas teol¨®gicas sobre si Jes¨²s de Nazaret era hijo de Dios, y no un simple mes¨ªas.
Viejos recuerdos de la Inquisici¨®n, entre otros. Ahora, la Iglesia de Roma tiene un n¨²cleo irrenunciable de doctrina y lo guarda con siete llaves, sin discusi¨®n, pero sin violencia. Hacia fuera, sin embargo, florecen te¨®logos que escapan de la caverna, liberados de amenazas de tortura u hoguera. Son pocos, pero suelen tener el favor del p¨²blico. Es la atracci¨®n de la disidencia.
Entre los que en Espa?a han pagado por la osad¨ªa de ser libres destacan en los ¨²ltimos a?os Jos¨¦ Mar¨ªa D¨ªez-Alegr¨ªa, Jos¨¦ Mar¨ªa Castillo, Benjam¨ªn Forcano, Jos¨¦ Antonio Pagola, Juan Masi¨¢ y Juan Antonio Estrada, apartados de la docencia mediante sinuosos procesos. El ¨²ltimo caso es el del te¨®logo franciscano Jos¨¦ Arregi, obligado a abandonar la congregaci¨®n de Francisco de As¨ªs para evitar males mayores a sus superiores.
"Humiliter se subiecti". Se ha sometido humildemente. Esta era la f¨®rmula de sometimiento de los censurados por Roma. Persiste. El Vaticano II suprimi¨® en 1965 el Santo Oficio de la Inquisici¨®n, pero ha resurgido con fuerza, ahora con el nombre de Congregaci¨®n para la Doctrina de la Fe. Tambi¨¦n hay un latinajo para enunciar la nueva intransigencia. "Roma locuta, causa finita". Una vez que Roma se ha pronunciado, el asunto queda zanjado. Es dif¨ªcil encontrar otra instituci¨®n que trate de modo tan desde?oso a quienes defienden otros puntos de vista en sus filas.
El Vaticano II proclam¨® que se hab¨ªan acabado los m¨¦todos del Santo Oficio -crueles, muchas veces criminales, con decenas de miles de personas quemadas vivas o asesinadas por otros medios-, ante el esc¨¢ndalo de que tres de los principales papas del pasado siglo hubiesen sido molestados por el inquisidor de turno como sospechosos de herej¨ªa o desviaciones pastorales. Fueron Benedicto XV, Juan XXIII y Pablo VI. Grandes te¨®logos del famoso concilio tambi¨¦n sufrieron lo indecible en las garras del Santo Oficio. D¨¦cadas m¨¢s tarde, observaron con estupor que uno de los mejores peritos del Vaticano II, el alem¨¢n Joseph Ratzinger, iba a resucitar algunas de las pr¨¢cticas inquisitoriales repudiadas en 1965.
Fue el cardenal austriaco Franz K?nig quien dio la voz de alarma, y expres¨® bien alto su perplejidad. Lo hizo cuando Ratzinger cay¨® sobre el te¨®logo jesuita belga Jacques Dupuis por "desviaciones doctrinales" en el libro Hacia una teolog¨ªa cristiana del pluralismo religioso. En una disputa con Ratzinger muy jaleada en los medios cat¨®licos, el gran K?nig sali¨® al quite. "Mi funci¨®n no consiste en aconsejar a la congregaci¨®n doctrinal, pero no puedo permanecer en silencio, porque se me parte el coraz¨®n cuando veo hacer un da?o tan obvio al bien com¨²n de la Iglesia de Dios. La Congregaci¨®n tiene perfecto derecho a salvaguardar la fe -aunque a¨²n lo har¨ªa mejor si la promueve-. El presente caso, sin embargo, es un signo de que se est¨¢n extendiendo la desconfianza y la sospecha respecto de un autor que tiene las mejores intenciones y que ha adquirido grandes m¨¦ritos en su servicio a la Iglesia cat¨®lica", escribi¨® en un alegato titulado En defensa del P. Dupuis.
K?nig, uno de los grandes aperturistas del Vaticano II, ten¨ªa motivos para decirse escandalizado. No solo se estaba pisoteando la proclamaci¨®n conciliar de la libertad religiosa y de conciencia, sino la idea de que se deb¨ªa proteger el trabajo de los te¨®logos. K?nig lleg¨® a recordar a Ratzinger el discurso de Pablo VI a la Curia romana en pleno concilio: "Tenemos que aceptar con humildad la cr¨ªtica, con reflexi¨®n y tambi¨¦n con reconocimiento".
Ratzinger sosten¨ªa entonces la misma idea. Escribi¨® en 1968: "A¨²n por encima del Papa se halla la propia conciencia, a la que hay que obedecer la primera, si fuera necesario incluso en contra de lo que diga la autoridad eclesi¨¢stica. Lo que hace falta en la Iglesia no son panegiristas del orden establecido, sino hombres cuya humildad y obediencia no sean menores que su pasi¨®n por la verdad, y que amen a la Iglesia m¨¢s que a la comodidad de su propia carrera".
Estas palabras se las llev¨® el viento nada m¨¢s acceder Ratzinger, en 1981, a la presidencia de la Congregaci¨®n doctrinal, convertida poco a poco en f¨¦rrea polic¨ªa de la fe. Desde entonces, la Teolog¨ªa es tratada como la criada del magisterio episcopal.
Obediencia y unidad son las palabras que lo justifican todo. Y, tambi¨¦n, la voluntad de Dios. Pero los te¨®logos no hacen caso. Siguen en esto al Evangelio, m¨¢s que a sus superiores. Lo sostiene Hans K¨¹ng, compa?ero y amigo de Ratzinger cuando coincidieron como docentes en la Universidad alemana de Tubinga. "Tampoco Jes¨²s obedeci¨® a ciegas. Ya con 12 a?os, en el templo, demostr¨® que no obedec¨ªa ciegamente a sus padres".
La verdad os har¨¢ libres, proclama Jes¨²s. Es en nombre de esa libertad que el te¨®logo K¨¹ng se rebel¨®. "No pod¨ªa seguir otro camino, no solo por la libertad, que siempre me fue querida, sino por la verdad, que est¨¢ por encima de mi libertad. Si lo hubiera hecho, habr¨ªa vendido mi alma por el poder en la Iglesia".
Durante siglos, la Iglesia romana se opuso a la traducci¨®n de los textos sagrados a las lenguas de cada pueblo. Cuando Lutero public¨® la Biblia en alem¨¢n, el Papa arreci¨® en sus exigencias de que le llevasen a Roma la cabeza del monje agustino. Con las ideas de Jes¨²s en manos del pueblo, Roma no podr¨ªa justificar su poder terrenal, ni sus pompas y vanidades, ni el af¨¢n de dominaci¨®n, o la marginaci¨®n de la mujer. Por eso, como sostiene K¨¹ng, "parece que Jes¨²s goza de mayor estima fuera de la Iglesia que dentro de ella". A?ade: "Nunca se pregunta qu¨¦ hubiera hecho o dicho Jes¨²s; tal pregunta resulta en ese contexto tan extra?a, que la mayor¨ªa la juzgar¨ªa poco menos que absurda".
Lo destac¨® bien alto el te¨®logo Jos¨¦ Mar¨ªa D¨ªez-Alegr¨ªa, expulsado de la Universidad Pontificia Gregoriana, de Roma, y refugiado en una de las chabolas del Pozo del T¨ªo Raimundo, junto al m¨ªtico Jos¨¦ Mar¨ªa Llanos. "Jes¨²s entr¨® en Jerusal¨¦n a lomos de un borrico. Los Papas viajan coronados con la tiara pontificia".
No ha habido un solo aspecto de la vida en que la Iglesia no se creyese con derecho a dar su dictamen e imponerlo. Monarcas autocr¨¢ticos, los Papas practicaron durante siglos la doctrina de Gregorio VII en Dictatus Papae, de 1075: solo el romano pont¨ªfice puede usar insignias imperiales, "¨²nicamente del Papa besan los pies todos los pr¨ªncipes", solo a ¨¦l le compete deponer emperadores, sus sentencias no deben ser reformadas por nadie mientras ¨¦l puede reformar las de todos.
El ¨²ltimo de esos emperadores (o as¨ª se cre¨ªa), fue P¨ªo XII, soberano entre 1939 a 1958. Obsesionado con el protocolo tradicional, los funcionarios deb¨ªan arrodillarse cuando el Papa empezaba a hablar, dirigirse hacia ¨¦l arrodillados y salir de la habitaci¨®n caminando hacia atr¨¢s.
Son recuerdos del brasile?o Leonardo Boff, forzado a abandonar la orden franciscana. "Mi experiencia de 20 a?os de relaci¨®n con el poder doctrinal es esta: es cruel y despiadado. No olvida nada, no perdona nada, exige todo. Y para alcanzar su fin, se toma el tiempo necesario y elige los medios oportunos".
Boff nunca olvidar¨¢ que incluso intentaron quemar sus libros. Despu¨¦s de muchas disputas, silencios y humillaciones, lleg¨® el d¨ªa en que tuvo "la sensaci¨®n de haber llegado ante un muro". Entonces, abandon¨® tambi¨¦n el sacerdocio. "Hay momentos en que una persona, para ser fiel a s¨ª misma, tiene que cambiar. El mismo Jes¨²s fue muerto por decir que no todo es l¨ªcito en este mundo. No todo es l¨ªcito en la Iglesia. Existen l¨ªmites intraspasables: la dignidad y la libertad de la persona. Dej¨¦ el ministerio sacerdotal, no la Iglesia. Me alej¨¦ de la Orden Franciscana, no del sue?o tierno y fraterno de san Francisco de As¨ªs. La Iglesia jer¨¢rquica no posee el monopolio de los valores evang¨¦licos ni la orden franciscana es la ¨²nica heredera del Sol de As¨ªs".
El hoy papa Benedicto XVI fue profesor de Boff en Munich (Alemania) e incluso le dio de su bolsillo dinero para que pudiera publicar la tesis doctoral porque la consideraba una gran aportaci¨®n teol¨®gica. "Ratzinger es una persona muy compleja y, a la vez, muy negativa para la Iglesia. Es un hombre muy influido por la teolog¨ªa agustiniana, con una visi¨®n pesimista del ser humano. No es un hombre que ilumine el camino, sino que lo oscurece, impidiendo transitar por ¨¦l. Dudo que crea en el ser humano y, por tanto, dudo tambi¨¦n que se fiase de m¨ª. Por eso me conden¨®".
"Gestapo eclesial", "m¨¢quina de estrangular", "camarilla indecente e ignorante"... He aqu¨ª algunos calificativos contra la inquisici¨®n romana en boca del dominico franc¨¦s Yves Congar. Apartado de la ense?anza, mandado al exilio, humillado, Congar lleg¨® a sentirse destruido, al borde del suicidio. "Se me ha desprovisto de todo aquello en lo que he cre¨ªdo y a lo que me he entregado", dijo. Resisti¨® y venci¨®. Como compensaci¨®n a los a?os de silenciamiento y en reconocimiento a su profundidad teol¨®gica (uno de los grandes inspiradores del Vaticano II), Juan Pablo II lo hizo cardenal en 1994. De Congar es esta frase: "Se puede condenar una soluci¨®n, pero no se puede condenar un problema".
El jesu¨ªta Juan Masi¨¢, expulsado de la c¨¢tedra de Bio¨¦tica en la Universidad Pontifica de Comillas, sostiene que la Iglesia cat¨®lica habla de derechos humanos hacia fuera, pero no los respeta dentro. "Renunciar al esp¨ªritu inquisitorial es una asignatura pendiente. Cuando impera un sistema de pensar -en realidad, de no pensar- estrictamente regulado por los c¨¢nones de la ortodoxia, quien quiera medrar en su escalaf¨®n no tendr¨¢ otro recurso que callarse. La perfecta ortodoxia llevada al extremo dar¨ªa sobresaliente al silencio y notable a la repetici¨®n de papagayo; un aprobado por los pelos a quien insin¨²e t¨ªmidamente preguntas prohibidas. Y, desde luego, un suspenso a todo disentir, por muy fiel, responsable, inteligente, meditado y ponderado que sea".
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