Semblanza de un presidente en zapatillas
Una vez, y no recuerdo por qu¨¦, tild¨¦ de mezquino a don Santiago Bernab¨¦u, patriarcal presidente entonces del m¨ªtico Real Madrid. Me arrepiento. Bernab¨¦u era un hombre encantador. Prudente y excesivo al tiempo. Nunca mezquino. De ello dej¨® constancia mi admirado y querido Juli¨¢n Mir, inolvidable director del semanario deportivo Dicen en el que, bajo su tutela, debut¨® como periodista un osado y pedante Mart¨ªn Girard. O sea, yo.
En una ocasi¨®n, Juli¨¢n Mir visit¨® a Bernab¨¦u en su casa de Santa Pola, desde la que reg¨ªa retirado los destinos del Real Madrid, y el presidente le recibi¨® en zapatillas y con un zapato en la mano. No se trataba de un arma arrojadiza. Simplemente, no le hab¨ªa dado tiempo a calzarse. Cuando estaba solo, acostumbraba a dejar la puerta abierta por si alg¨²n d¨ªa se mor¨ªa y no pod¨ªa abrir en persona. Tras una cordial acogida, cuenta Mir, Don Santiago tom¨® la palabra y ya no la solt¨®: "?Por qu¨¦ se mete conmigo Mart¨ªn Girard?", inquiri¨® nada m¨¢s verle; "?Mira que decirme que soy un resentido! Pero d¨ªgale que no me enfado con ¨¦l, a los presidentes nos dicen cosas m¨¢s gordas y, cuando solo nos llaman resentidos, estamos contentos".
Acto seguido, y tras informar de que su mujer se hab¨ªa ido con su tesorero, se puso a hablar de un futbolista que ten¨ªa los pies m¨¢s grandes y las piernas m¨¢s largas que hab¨ªa visto en su vida. "?Y c¨®mo las levantaba!", exclam¨®. "?Es el ¨²nico hombre que he visto rematar de cabeza con los pies!". Por supuesto, la persona a la que denominaba su tesorero no era otro sino Raimundo Saporta, que se ocupaba de las muy privadas relaciones internacionales del club as¨ª como de sutiles tejemanejes financieros. Aquella tarde, hab¨ªa acompa?ado a la se?ora de Bernab¨¦u a ver un partido de baloncesto. "Como ver¨¢, hablo por los codos", se disculp¨® don Santiago; "Y es que paso mucho tiempo solo. Ese loro que ve ah¨ª solo quiere hablar ¨¦l. Me lo regal¨® el padre de Alfredo Di St¨¦fano".
"Est¨¢bamos en Brasil y, ante el hotel, hab¨ªa una tienda de loros que no me dejaban pegar ojo por las noches". "?Qu¨¦ tal lo pasa?", me pregunt¨® el padre de Alfredo. "Encantado con los loros", le respond¨ª con iron¨ªa. "Y, a las pocas horas, el buen hombre se me present¨® con un loro, ?el mejor que hab¨ªa encontrado! Y yo, la verdad, le he tomado cari?o, y prefiero encari?arme con ¨¦l que con un perro. Cuando se muere un perro, te llevas un disgusto enorme. En cambio, el loro vive 100 a?os y no lo ver¨¦ morir yo". Sirvan estos retazos, extra¨ªdos de la ¨²ltima visita de Juli¨¢n Mir a Santa Pola, como semblanza de un presidente en zapatillas y desagravio a un hombre bueno al que llam¨¦ injustamente mezquino y ni siquiera recuerdo por qu¨¦. Pero sirvan tambi¨¦n, y sobre todo, de homenaje a Juli¨¢n Mir y al semanario deportivo Dicen que tan ejemplarmente dirig¨ªa. Pero no todos los fantasmas son entra?ables ni pertenecen al pasado. Los hay que, en la actualidad, no satisfechos con infligir apabullantes derrotas a un modesto contrincante, le conminan a no tocarles la blanca camiseta por temor a que se la manchen. Ese no era el estilo del Madrid de anta?o.
Tampoco los gritos de "?A Segunda, a Segunda!", instigados por la delirante prepotencia de un entrenador, hubieran sido tolerados por Don Santiago Bernab¨¦u, cuyo club ganaba Copas de Europa sin permitir fanfarroner¨ªas ni desprecios al adversario. Precisamente esa fue una de las causas por las que Helenio Herrera nunca llegar¨ªa a ser contratado por el Real Madrid. "Es el mejor, pero habla m¨¢s que mi loro", sentenciar¨ªa don Santiago. Ahora los loros hablan por nosotros.
A imagen y semejanza de los pr¨®ceres de la patria, manejan el exabrupto como moneda de cambio. Ese es su mercado. El graznido suplanta a la palabra y los medios han transmutado la ordinariez en el ¨²nico valor en alza. Ese es su uso de raz¨®n.
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