T¨²nez y la libertad
La revuelta ciudadana derroca a Ben Ali y abre las puertas a una transici¨®n a la democracia
La chispa que prendi¨® en el pueblo tunecino de Sidi Bouziz tras la muerte de Mohamed Bouazizi, un licenciado en inform¨¢tica que trabajaba como vendedor ambulante y se inmol¨® como protesta por el maltrato que recibi¨® de la polic¨ªa, ha terminado derribando la dictadura de Ben Ali, ininterrumpidamente en el poder durante casi un cuarto de siglo. Ben Ali huy¨® ayer a media tarde, cediendo el poder al primer ministro Mohamed Ghanuchi. Este podr¨ªa presidir un Gobierno de transici¨®n hasta la celebraci¨®n de elecciones democr¨¢ticas en un breve plazo.
Tan pronto como se conoci¨® la noticia de la huida de Ben Ali, fuerzas de la polic¨ªa y del Ej¨¦rcito confraternizaron con los manifestantes. Tanto los tunecinos que han logrado desembarazarse de una sangrienta dictadura, como la comunidad internacional, que fue excesivamente condescendiente con ella hasta ayer mismo, est¨¢n obligados a concertar esfuerzos para establecer un aut¨¦ntico sistema democr¨¢tico en el Magreb.
El derrocado Ben Ali supo granjearse el apoyo de las principales potencias mediante la h¨¢bil explotaci¨®n de una fachada reformista y un expl¨ªcito compromiso en la lucha contra el terrorismo. Las protestas que siguieron a la muerte de Bouazizi dejaron al descubierto la verdadera naturaleza de su r¨¦gimen. Los tunecinos enfurecidos contra un presidente y un Gobierno que no solo les oprim¨ªan con mano de hierro, sino que, adem¨¢s, hab¨ªan conseguido labrarse una falsa reputaci¨®n exterior de prosperidad y tolerancia, deber¨ªan haber encontrado un decidido respaldo de la comunidad internacional, no la precavida indiferencia de todos estos a?os.
Todo est¨¢ por hacer tras el triunfo de la revuelta democr¨¢tica en T¨²nez. La comunidad internacional, y especialmente la Uni¨®n Europea, que defraudaron a los dem¨®cratas tunecinos durante casi un cuarto de siglo, el tiempo que Ben Ali estuvo en el poder, tiene ahora la oportunidad, y la obligaci¨®n, de contribuir al establecimiento de un r¨¦gimen de libertades que podr¨ªa obligar, por su sola existencia y ejemplo, a repensar el futuro de una de las regiones m¨¢s inestables del mundo. En esta ocasi¨®n ya no valen, frente a las aspiraciones democr¨¢ticas de los tunecinos, las coartadas de las que se sirvi¨® el r¨¦gimen de Ben Ali para disfrazar como un oasis de modernidad amenazado por terroristas lo que, tras su ca¨ªda, aparece como lo que era, un pa¨ªs empobrecido por el mal gobierno y la corrupci¨®n, y sojuzgado por una camarilla.
Los tunecinos que han salido a las calles reclamando libertad necesitan el apoyo internacional que merece su causa, aunque solo sea ahora que ha triunfado. En T¨²nez se decide ahora algo que excede sus fronteras: si las democracias de los pa¨ªses desarrollados apoyar¨¢n a partir de ahora a los hombres y mujeres libres del Magreb o si seguir¨¢n prefiriendo, por miedo, cortedad o miop¨ªa, respaldar a quienes los reprimen a sangre y fuego invocando los fantasmas del islamismo y del terror.
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