El adversario es otro
"Por parte de vos, Miguel de Cervantes, nos fue hecha relaci¨®n que hab¨ªades compuesto un libro intitulado El ingenioso hidalgo de la Mancha, el cual os hab¨ªa costado mucho trabajo y era muy ¨²til y provechoso (...) Os damos licencia y facultad para que vos, o la persona que vuestro poder hubiere y no otra alguna, podais imprimir el dicho libro (...) So pena que la persona o personas que sin tener vuestro poder lo imprimiere o vendiere: o hiciere imprimir o vender, por el mesmo caso pierda la impresi¨®n que hiciere, con los moldes y aparejos de ella: y m¨¢s incurra en pena de cincuenta mil maraved¨ªs cada vez que lo contrario hiciere... Fecha en Valladolid a veinte y seis d¨ªas del mes de Septiembre de mil seiscientos y cuatro a?os. Yo el Rey."
La pirater¨ªa empuj¨® a Cervantes a escribir la segunda parte de 'El Quijote' Para muchos, sus vidas virtuales son mejores que las reales
La revoluci¨®n social se har¨¢ en Internet o no se har¨¢, parecen creer
El m¨ªtico internauta pierde el tiempo con el que considera su enemigo
La 'ley Sinde' no tiene por objeto controlar o detener el progreso en la Red
Si no estamos atentos, cada vez menos gente podr¨¢ vivir de la cultura
El fragmento anterior, que se puede encontrar en El Quijote interactivo (www.bne.es), es parte del tr¨¢mite legal de toda publicaci¨®n en 1604. En esa licencia ya se establecen muy claramente puntos que hoy nos resultan familiares: no solo que el ¨²nico propietario de los derechos sobre El Quijote es Miguel de Cervantes, sino que la obra es fruto de su trabajo. Tambi¨¦n indica que solo el autor tiene capacidad para ceder esos derechos exclusivos de reproducci¨®n y comercializaci¨®n de su obra a terceros y, lo que es m¨¢s importante, expresamente advierte sobre una multa cuantiosa para quien imprima o copie la obra sin permiso. Y es que la cuesti¨®n de los derechos de los autores no es ni mucho menos nueva. Con cada cambio tecnol¨®gico (en 1604 se trataba de la aparici¨®n del maravilloso invento de Gutenberg), los derechos de los hombres y mujeres sobre sus creaciones han atravesado una enorme sacudida.
Sin embargo, cada generaci¨®n considera que el suyo es un tiempo nuevo y no tiene obligaci¨®n de recordar que fue la pirater¨ªa la que empuj¨® a Cervantes a escribir la segunda parte de su novela, o que fue la pirater¨ªa, tan frecuente en el cine mudo (otro salto tecnol¨®gico), la que acab¨® con cineastas innovadores como M¨¦li¨¨s. Tambi¨¦n contra la pirater¨ªa y a favor del respeto a los derechos de autor lucharon desde Beaumarchais a Immanuel Kant o, ya en el siglo XX, Mark Twain, hasta el punto de que el t¨¦rmino "pirata" en esta acepci¨®n fue popularizado por el autor estadounidense.
Lo que diferencia el debate de los tiempos de Cervantes, Beaumarchais o M¨¨li¨¦s del de hoy es que Internet y la digitalizaci¨®n no son un simple salto tecnol¨®gico m¨¢s, sino una descomunal mutaci¨®n cultural, econ¨®mica y pol¨ªtica sin precedentes.
La p¨¦rdida de lo p¨²blico, la crisis de las instituciones, la indiferencia hacia la pol¨ªtica, la precariedad de nuestros v¨ªnculos laborales o personales, la incertidumbre y la desconfianza, sumadas a una econom¨ªa de mercado que huye de las reglas, hacen de Internet en nuestro imaginario una importante alternativa al orden de cosas que conocemos. Una alternativa atractiva y aparentemente viable que creemos que nos pertenece y que se ha convertido en una extensi¨®n de nuestros cerebros y de nuestras casas. Pensamos que la Red es de las pocas cosas que no tienen due?o, y sentimos as¨ª que viene a cubrir ese vac¨ªo inmenso que percibimos, aunque no sepamos muy bien a qu¨¦ achacarlo.
Los ciudadanos del siglo XXI tenemos la percepci¨®n no solo de que Internet es nuestro, sino de que nuestras opiniones cuentan m¨¢s all¨ª que en el espacio f¨ªsico donde desarrollamos nuestras insatisfechas vidas. Podr¨ªa decirse incluso que para muchos sus vidas virtuales son mejores que las reales. O al menos que su presencia, su mera existencia, cuenta mucho m¨¢s. Internet nos ofrece alternativas a la realidad que podemos construir con nuestras manos. Durante el rato que estamos conectados, dejamos de ser meros consumidores para volver a ser, como anta?o, productores de algo con lo que identificarnos.
Si perder un poco de intimidad es el precio que hay que pagar a cambio de una vida sin instituciones, sin normas heredadas y sin patronal, nos parece barato. Menos seguridad por m¨¢s libertad es la f¨®rmula acu?ada por Zygmunt Bauman para definir estos tiempos l¨ªquidos. Al fin y al cabo, hac¨ªa mucho tiempo que no nos sent¨ªamos miembros de una comunidad tan poderosa.
Que estas semanas el debate sobre la Red sea apasionado no debe, por todo ello, sorprendernos. Es mucho lo que hay en juego. La revoluci¨®n social se har¨¢ por la Red o no se har¨¢, parecen creer muchos, sobre todo esos j¨®venes hastiados de una sociedad en la que no se reconocen y en la que encuentran poco o ning¨²n espacio para la expresi¨®n y la participaci¨®n.
Hasta aqu¨ª todo se entiende. Lo que quiz¨¢ sorprenda a un observador del futuro que mire atr¨¢s es el antagonismo que, al menos en nuestro pa¨ªs, el debate de Internet ha generado: gente de la cultura versus gente de la tecnolog¨ªa. Los derechos de autor son vistos como palos en las ruedas que solo detienen el avance del progreso, el avance hacia ese cambio social democr¨¢tico e igualitario, hacia esa transmisi¨®n del saber y de nuevos valores que tanto necesitamos y que la Red parece propulsar.
Digamos que esta es la sinopsis de la pel¨ªcula, pero algo falla porque la narraci¨®n no avanza hacia el cambio de modelo ni de negocio ni de sociedad. Y es que el antagonismo parte de un falso supuesto que genera un problema grave de estructura en este guion: la identificaci¨®n del antagonista. Mientras el h¨¦roe (los usuarios de la Red, el m¨ªtico internauta) pierde tiempo y energ¨ªa con el que considera su enemigo (la gente de la cultura), el verdadero adversario est¨¢ en otro lado haci¨¦ndose m¨¢s y m¨¢s fuerte.
Pero esta funci¨®n no ha hecho m¨¢s que estrenarse, pues aunque parezca que siempre hemos vivido rodeados de pantallas y pantallitas, en realidad somos neonatos. De manera que todav¨ªa nos quedan por delante el segundo y el tercer acto. Vaticino que en ellos ese falso antagonista -los de la cultura- se revelar¨¢ como el aliado natural y verdadero del h¨¦roe -el an¨®nimo y desinteresado internauta-, y juntos encontrar¨¢n las f¨®rmulas m¨¢s eficaces para hacer de la Red ese espacio aut¨®nomo de creaci¨®n, libertad y democracia que ya todos sabemos que es. Y la proteger¨¢n juntos de las verdaderas amenazas que son, me temo, muy distintas.
Esa ley que popularmente se conoce con el apellido de mi abuela no tiene por objeto ni controlar ni detener el progreso en la Red. De la misma manera que el prop¨®sito de las leyes de propiedad intelectual no fue nunca enriquecer a los autores, sino velar por las necesidades e intereses de toda la sociedad: proteger las ideas para que crezcan las ideas. Y a nuestra sociedad -a cualquier sociedad, pero m¨¢s a la espa?ola, que cuenta ya con un inmenso patrimonio cultural en una lengua en expansi¨®n- le interesa estrat¨¦gicamente tener un tejido cultural fuerte, din¨¢mico y diverso.
De los maraved¨ªes al euro han sucedido muchas cosas, sin duda, pero creo que todos coincidiremos en que no fueron Cervantes ni sus colegas autores ni los actores de sus comedias quienes impidieron que lleg¨¢semos siglos despu¨¦s a Internet. M¨¢s bien fue al contrario. Las transformaciones siempre se hicieron gracias al pensamiento cr¨ªtico que proporciona la cultura. Lo lamentable ser¨ªa que los M¨¦li¨¨s de hoy fueran erradicados de la Tierra como lo fue el gran cineasta franc¨¦s cuando gigantes como Edison lo llevaron a la ruina imponiendo un modelo de negocio que llevaba anejo un modelo narrativo, est¨¦tico e ideol¨®gico ¨²nico.
Como no estemos muy atentos, eso es exactamente lo que ocurrir¨¢ con la cultura. Cada vez menos gente podr¨¢ dedicarse profesionalmente a ella y nos veremos abocados a un men¨² monof¨¢gico de apenas unos pocos platos que gusten a muchos y que decidan por nosotros grandes intereses econ¨®micos (los verdaderos due?os de la Red).
Que Internet tiene que ver con democracia es algo que el Gobierno sabe bien. No en vano impulsa cada a?o desde los Presupuestos Generales del Estado, y a trav¨¦s de Ministerios como Industria, Ciencia e Innovaci¨®n, Educaci¨®n y, por supuesto, Cultura, fuertes inversiones para que Espa?a no se quede atr¨¢s y est¨¦ entre los primeros en el desarrollo de las TIC y en acceso a la Red. Por eso tambi¨¦n ha sido la Ley de Econom¨ªa Sostenible la que aborda en m¨¢s de un art¨ªculo, adem¨¢s de la ya c¨¦lebre Disposici¨®n Final, el impulso a esa transformaci¨®n que favorecer¨¢ la recuperaci¨®n econ¨®mica y nuestra competitividad internacional. Para que nadie mande sobre las ideas de nadie. Para que nadie imponga modelos a nadie. Para garantizar la convivencia de todos los derechos, pero, sobre todo, para favorecer el avance de la sociedad hacia m¨¢s democracia, m¨¢s voces y m¨¢s justicia.
Babelia
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