La revuelta del pan (tunecina)
Establecer los or¨ªgenes puede ser tan azaroso y banal como decir que la Edad Moderna comienza con el descubrimiento de Am¨¦rica. Desde esa perspectiva, la sublevaci¨®n tunecina se desencadenaba como atroz an¨¦cdota el pasado 17 de diciembre, cuando un joven licenciado en paro se quemaba a lo bonzo en una peque?a localidad del pa¨ªs, y la protesta, en la que ya ha habido casi un centenar de muertos, se extend¨ªa a la capital el 28; pero, en realidad, hay que verla como un ¨²ltimo avatar de una tradici¨®n medieval muy mediterr¨¢nea, a¨²n viva en la costa sur del Mare Nostrum: la revuelta del pan, que hoy adopta la forma de combate por el trabajo, contra la corrupci¨®n, y por la democracia. La pregunta es ad¨®nde conduce esa politizaci¨®n del hambre.
La insurrecci¨®n es una oportunidad para T¨²nez si da voz a un islamismo pac¨ªfico y pol¨ªtico
La masa de maniobra de la revuelta la integran miles de j¨®venes que han terminado sus estudios y tienen que empujar un carret¨®n para mal ganarse la vida, pandemia que se extiende por todo el norte de ?frica desde Marruecos a Egipto. Y esa es, precisamente, la materia prima con la que se ha amasado la protesta islamista, la que la condujo en 1991 a la victoria en las legislativas frustrada por un golpe militar en Argelia, y a una larga guerra a la vez civil y contra el terror integrista. El ya expresidente tunecino, Zine el Abidine Ben Ali complac¨ªa razonablemente, sin embargo, a las potencias occidentales porque estas cre¨ªan que ten¨ªa bien sujeto al islamismo local y el pa¨ªs gozaba de gran estabilidad.
?Qu¨¦ ocurre con el islam ¨¢rabe? ?No le cabe la democracia? El r¨¦gimen de Ben Ali, como casi todos los de esa parte del mundo, era una dictadura con delicadezas de Photoshop. Y entre sus vecinos solo Marruecos puede sentirse relativamente al abrigo de la conmoci¨®n tunecina, aunque los inacabables poderes del monarca delimitan un pa¨ªs de d¨¦bil densidad democr¨¢tica; la vecina Argelia es un caso de pluralismo tan constre?ido como extenuado de violencia; el l¨ªder libio, Muammar el Gadafi -que gobierna desde 1969 entrando y saliendo de las instituciones- con el rostro entumecido de b¨®tox y fracaso, afirma imperturbable que para Tr¨ªpoli el presidente sigue siendo el parsimonioso Ben Ali, que lleg¨® al poder en 1987; en Egipto todo apunta a una momificaci¨®n del sistema al estilo del antiguo PRI mexicano, como probaba la grosera manipulaci¨®n de las legislativas de noviembre de 2010, en las que los Hermanos Musulmanes, que ten¨ªan 88 esca?os -tantos como candidatos hab¨ªa podido presentar- se quedaban sin ninguno, y donde oficialmente aflu¨ªa a las urnas un 35% del paisanaje, cuando probablemente no lo hizo ni la mitad. El presidente Hosni Mubarak, que gobierna desde 1982 con el pa¨ªs en permanente estado de excepci¨®n, podr¨ªa presentarse a un en¨¦simo mandato o nombrar sucesor a su hijo Gamal; y, finalmente, en Siria se?orean los Asad, padre e hijo, desde 1970. Dictadura y dinast¨ªa se aman tiernamente.
Es m¨¢s f¨¢cil definir lo que no es democracia que lo que s¨ª lo es. Pero si la democracia en el Tercer Mundo no tiene por qu¨¦ ser un calco de lo que Occidente ha inventado con ese nombre, siempre tiene que haber un n¨²cleo duro com¨²n, como libertad de asociaci¨®n, de sufragio, de expresi¨®n, independencia de los poderes constituidos. ?Qui¨¦n ha ensayado eso de verdad en el mundo ¨¢rabe?
El nuevo poder tunecino, que no est¨¢ claro cu¨¢nto manda, autoriza todos los temores. Dice promover elecciones en seis meses, plazo insuficiente para montar un escenario democr¨¢tico tras 23 a?os de mandato puro y duro de Ben Ali, a los que habr¨ªa que sumar los 31 anteriores del anciano modernizante Habib Burguiba; asegura que todos los tunecinos podr¨¢n participar en la ceremonia electoral, pero excluye a¨²n a los islamistas; practica una minuciosa cirug¨ªa, purgando a los servidores m¨¢s obvios del dictador, e invitando a algunos disidentes a entrar en un Gobierno de uni¨®n nacional, que es como ponerlos en n¨®mina, y al igual que en la Ruman¨ªa pos-Ceaucescu, puede tratar de sucederse a s¨ª mismo. La espantada de Ben Ali a tierras saud¨ªes hace incluso pensar que alguien haya podido soplarle una seria advertencia en el o¨ªdo.
La revuelta constituye una oportunidad para T¨²nez si da voz a un integrismo pac¨ªfico y pol¨ªtico. ?Ser¨¢ verdad lo que dec¨ªa un sarc¨¢stico y despreciativo ministro de Exteriores israel¨ª, cuando afirmaba que "los palestinos no perd¨ªan jam¨¢s la ocasi¨®n de perder una ocasi¨®n"? P¨®ngase ¨¢rabe donde dice palestino y Abba Eban donde dice israel¨ª.
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