Sade, libertino provenzal
En ruta por el sur de Francia en busca de los lugares que marcaron la vida del marqu¨¦s
La relaci¨®n de la Provenza y el marqu¨¦s de Sade recuerda a las de las familias mal avenidas con alg¨²n pariente, del que no guardan ni siquiera un retrato debajo del cristal de la mesa camilla. Habiendo recalado durante siglos en esta regi¨®n tantos nobles personajes, ?por qu¨¦ hablar del divino marqu¨¦s?
Marsella El lugar del crimen
Ser¨¢ en esta ciudad donde ocurra el episodio m¨¢s importante de su vida. A partir del caso de Marsella, sus excesos libertinos lo llevan a un punto de no retorno y perder¨¢ el favor de su poderosa suegra, madame Montreuil, quien le declarar¨¢ una guerra que esta acabar¨¢ ganando (?qu¨¦ suegra no se enfadar¨ªa si su yerno corteja a sus dos hijas?). El supuesto envenenamiento por parte del marqu¨¦s de unas prostitutas con caramelos afrodisiacos le har¨¢ merecedor de dos condenas a pena de muerte por un tribunal marsell¨¦s.
La ciudad cumple una funci¨®n similar a la de su ¨¦poca: lugar de paso, de intercambios comerciales y carnales. De aspecto sucio y abandonado, da la sensaci¨®n de que las prioridades aqu¨ª no son est¨¦ticas, como si los habitantes pudieran decirnos que si buscamos lugares bellos, estamos rodeados de pueblos y ciudades maravillosos, y que ellos bastante tienen con la gesti¨®n de uno de los puntos de entrada a Europa desde el sur.
Aix La condena del Parlamento
La sentencia que conden¨® a Sade fue ratificada por el Parlamento de Aix, capital entonces de la Provenza. Es en esa misma ciudad, a unos 30 kil¨®metros al norte de Marsella, donde se le ejecuta en efigie, y donde unos d¨ªas antes su suegro hab¨ªa acudido en busca de la revisi¨®n de un caso que sus abogados siempre enfocaron desde las supuestas irregularidades en el juicio. Bien informado de la condena y la ratificaci¨®n, el marqu¨¦s huir¨¢ a Italia, desde donde volver¨¢ regularmente a sus tierras de la Provenza de forma clandestina.
Aix es conocida como ciudad universitaria, alegre, siempre ambientada y de precios razonables, algo inusual en Francia, y m¨¢s a¨²n en la Provenza. Con 150.000 habitantes, tiene una periferia nueva, limpia y c¨®moda que rodea un casco antiguo se?orial, con una de las avenidas m¨¢s elegantes de Francia: el bulevar Mirabeau (revolucionario que cohabit¨® con Sade en la c¨¢rcel de Vicennes) y sus caf¨¦s que a¨²n se parecen a lo que siempre cre¨ªmos que eran los caf¨¦s franceses. El centro al que se accede por aqu¨ª es de calles estrechas y en ligera pendiente, con algunas zonas peatonales y agradables mercadillos a los que tan aficionados son los franceses.
Lacoste
El refugio
Tras su huida a Italia, volvi¨® a la Provenza, donde ser¨ªa capturado en su castillo de Lacoste, a medio camino entre Aix y Avi?¨®n. La carretera que lleva a Lacoste es con seguridad una de las m¨¢s bellas de la zona y punto de reconciliaci¨®n de algunos viajeros que pueden haber sentido hasta ese momento que hab¨ªa algo de fraudulento en los elogios que se le han dedicado a esta regi¨®n. Estrecha y llena de curvas, la ruta atraviesa campos, vi?edos y varios de los pueblos m¨¢s interesantes, como Lourmarin o Bonnieux, situado en una colina frente a Lacoste, y desde donde se divisa el castillo medio derruido donde el marqu¨¦s representaba obras (como autor, director y actor) y festejaba org¨ªas, y que fue hasta el final de sus d¨ªas su m¨¢s preciada posesi¨®n. Siempre se crey¨® protegido aqu¨ª por lealtades ancestrales.
A diferencia de otros peque?os pueblos hist¨®ricos, Lacoste ha dado la espalda al turismo y no ha explotado la presencia del marqu¨¦s y su castillo, que ser¨ªa posteriormente adquirido por el dise?ador Pierre Cardin. Es solo cuando se ha aparcado el coche a la entrada de las cuestas que llevan a su antigua morada cuando vemos un restaurante y una tienda que llevan el apellido Sade. En el castillo, mal conservado y de dif¨ªcil acceso, puede disfrutarse una de las vistas m¨¢s grandiosas de la zona, con el antes mencionado pueblo de Bonnieux como escenario de un cuadro imposible. Llama la atenci¨®n el busto de Sade a la entrada del castillo, encerrado en una jaula.
Avi?¨®n El origen de la pasi¨®n
Desde Lacoste hay una ruta hacia Avi?¨®n que no cabe menospreciar, pero merece la pena dar un peque?o rodeo y atravesar algunos pueblos de la zona, especialmente Goult y Lumi¨¨res, que desembocan en una carretera nacional a unos 40 kil¨®metros de la ciudad adonde el padre del marqu¨¦s de Sade envi¨® a su peque?o v¨¢stago para que se educara junto a su abuela paterna y su t¨ªo abad. Craso error: sus dos pasiones (la literatura y el libertinaje) las aprendi¨® de su licencioso t¨ªo en el castillo de Saumane, donde residieron, a una media hora en coche de Avi?¨®n hacia el oeste.
Destaca en la ciudad de la antigua sede del papado el puente, del que actualmente se conservan cuatro de los 22 arcos originales; construcci¨®n que fue financiada por ascendientes de la casa de Sade, cuyo escudo a¨²n puede verse bajo el primer arco.
La vida del marqu¨¦s de Sade no parece importar demasiado en los lugares que tanto frecuent¨®. Siempre tuvo Sade predilecci¨®n por la Provenza, aunque la fuerza del reclamo comercial no parece ser todav¨ªa lo suficientemente fuerte como para borrar el recuerdo de sus excesos. Para justificar este silencio, no podr¨¢, sin embargo, esgrimirse que Sade no advirti¨® pronto de c¨®mo era, aunque tambi¨¦n de lo que cre¨ªa no ser: "S¨ª, soy un libertino, lo confieso: he pensado todo lo que puede pensarse a este respecto, pero no he hecho todo lo que he pensado y seguramente no lo har¨¦ jam¨¢s. Soy un libertino, pero no soy un asesino ni un criminal".
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