Chabolismo vertical listo para demoler
La Comunidad demoler¨¢ el edificio de Aranjuez por su deterioro y realojar¨¢ a las familias que lo habitan
Antonio Mendoza, El Trompo, recuerda que hace 20 a?os pagaba por su casa 750 pesetas a un cura que recorr¨ªa el edificio con un cazo todos los meses. Pero eso era hace mucho tiempo. El sacerdote desapareci¨® y ni por la casa del Trompo ni por la de ning¨²n otro vecino, en este bloque de Aranjuez, volvi¨® a aparecer nunca nadie a exigir la renta. Desde entonces el vecindario se ha multiplicado, la basura lo inunda todo y los silbidos han sustituido a los timbres tras los constantes robos.
Ni el Ayuntamiento de Aranjuez ni el propio Instituto de la Vivienda de Madrid (Ivima), propietario del edificio, saben a ciencia cierta cu¨¢nta gente habita el inmueble de la calle de Yeser¨ªas, conocido en el pueblo como el de C¨¢ritas. Son 44 pisos, pero el n¨²mero de personas que los habitan podr¨ªa contarse por centenas. En uno de los pisos ocupados, en solo dos habitaciones, conviven cuatro matrimonios y nueve ni?os. Una familia de 17 personas. La concejal de Bienestar Social, Montserrat Garc¨ªa, define la situaci¨®n del edificio y su entorno sin dar rodeos: "Es el ¨²nico foco de chabolismo vertical que hay en el municipio".
El Ayuntamiento quiere dispersar a los inquilinos para evitar otros guetos
Al lado de la rotonda situada frente al edificio, que luce negra de holl¨ªn por las fogatas nocturnas que se montan a diario, un grupo de hombres echa la ma?ana. Cuando El Trompo, de 63 a?os, sale del portal sin puerta, con aire de patriarca trajeado y sombrero, todos le miran. Lleva 43 a?os en el edificio y hace de anfitri¨®n. Pasea por los rellanos sin luz y repletos de basura llamando a golpes a las puertas. Primero el piso de su hermano, luego el de uno de sus hijos, el de su nuera de la que as¨ª, a bote pronto, no se acuerda ni del nombre. Tras cada puerta siempre es lo mismo: "?sabe algo de nuestras nuevas casas?". Todos repiten la misma pregunta.
El anuncio del Ivima, aunque sin fecha, de que proceder¨¢ al desalojo del edificio para demolerlo por su deterioro y del posterior realojo de los vecinos en otros pisos les ha llenado de ilusi¨®n. Carmen D¨ªaz, de 76 a?os, se asoma a la ventana pese a sus problemas de rodilla para responder al silbido de su vecino Marcos. Ella y su marido Julio, de 84, est¨¢n deseando irse. Son de los 15 vecinos que tienen el piso en propiedad. Prefirieron adquirir la casa a alquilarla cuando C¨¢ritas construy¨® las viviendas sociales en los a?os sesenta y ahora comparten la propiedad con el Ivima, a quien la Iglesia cedi¨® el edificio en el a?o 2000.
Mientras Carmen y Julio escuchan la radio en el sal¨®n, acompa?an sus quejas con palabras cari?osas hacia algunos de sus vecinos. "Yo no tengo problemas con los gitanos, si me he criado con ellos, pero es que tienen much¨ªsimos hijos y todos viven con los padres", dice ella.
Bajo su boina, Julio da buena cuenta de las innumerables veces que tuvieron que cambiar las puertas de los portales o los telefonillos por los constantes robos. Y sobre todo, se queja del ruido. Muy a su pesar su calle se ha convertido en el constante centro de reuni¨®n de numerosos grupos de gente. Un h¨¢bito que molesta a unos y a otros.
"Si me ven a m¨ª o a la autoridad salen corriendo", asegura Miguel Motos, otro de los patriarcas. Con su barba reci¨¦n recortada y su chaqueta de domingo pasea a media ma?ana por la acera y mira fijamente a una furgoneta que da un par de vueltas haciendo trompos en la calzada. "Esto se ha llenado de gente de fuera, los mayores, los de antes, no somos as¨ª", dice contrariado.
?l, como el Trompo, no son propietarios, pero fueron de los primeros en llegar. El Ivima, que hasta el momento solo ha contactado con los 15 propietarios, todos payos, planea adjudicarles sus casas m¨¢s adelante.
El impasse de las 29 familias, 17 de ellas gitanas, que est¨¢n en r¨¦gimen de alquiler, va acompa?ado de nerviosismo y de miles de deseos: "Quiero otro barrio m¨¢s al centro. Necesito al menos tres habitaciones".
Algunos deseos, aunque no lo sepan, se cumplir¨¢n. Para el Ayuntamiento es prioritario que las familias se dispersen por distintos barrios para evitar crear otros guetos, pero el tema de las habitaciones no es tan f¨¢cil con familias de 17 miembros. Para el Ivima, ese tema lo tendr¨¢ que solucionar el Consistorio, que mediante el acuerdo que firmaron en 2006 se comprometi¨® a hacerse cargo de la parte social.
La concejal asegura que ya han arreglado la situaci¨®n con varios okupas. Pero Carmen, desde el sal¨®n de su casa, la desautoriza en voz muy baja. Marcos, el chico que minutos antes le dio el silbido desde la calle, "aunque es muy majo", dio una patada a la puerta al morir un vecino y se instal¨® en su casa. ?l, su mujer y sus seis hijos. Necesita al menos otras tres habitaciones.
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