Prohibido llevarse la alfombra
Alvar Aalto proyect¨® a las afueras de Par¨ªs la Maison Carr¨¦, una casa liviana donde hasta los pomos de las puertas son obras de arte
Cuando le preguntaban sus alumnos c¨®mo se hac¨ªa el buen arte, Alvar Aalto respond¨ªa: "No lo s¨¦". Entrando en la Maison Louis Carr¨¦, uno cree que el maestro ment¨ªa. Solo mirando los pomos de las puertas ya se ve que era consciente de varias normas del buen hacer. Para empezar, la casa saluda estrechando la mano, o por lo menos eso es lo que se siente al agarrar el primer pomo curvo de bronce. Con tal amabilidad, no hacen falta felpudos.
La mansi¨®n, construida en los cincuenta, permanece hoy abierta al p¨²blico los fines de semana de marzo a noviembre con una visita guiada que puede reservarse en espa?ol (00 33 134 86 79 63). Para acceder desde Par¨ªs hay que tomar el tren hacia Montfort l'Amaury-M¨¦r¨¦ en la Gare de Montparnasse y continuar despu¨¦s en taxi hasta la puerta. La villa se encuentra perdida en Bazoches-sur-Gyonne, en plena campi?a. Para hacernos una idea, el vecino m¨¢s cercano fue el europe¨ªsta Jean Monnet, que habit¨® en una agradable casa de campo -tambi¨¦n visitable- justo enfrente. El resto son b¨²hos y bosques.
Como otras viviendas de Aalto, la morada es un fiel retrato de su propietario, pero tambi¨¦n del propio arquitecto, y es su ¨²nica obra en suelo franc¨¦s. Mientras para el com¨²n de los humanos una de las dudas actuales que nos pueden asaltar a la hora de montar un hogar es la de elegir horno pirol¨ªtico o no, para el due?o de la Maison Carr¨¦ los interrogantes eran si llamar a Le Corbusier o encargar su construcci¨®n a Alvar Aalto. Quede claro entonces que m¨¢s que una vivienda, lo que estamos visitando es algo de otro nivel, sin duda, una obra de arte habitable, un museo con vida propia donde el visitante siente sobre todo envidia. Envidia y cleptoman¨ªa. Leamos el libro de visitas: "Todos queremos vivir aqu¨ª", dicen unos estudiantes de la escuela de arquitectura de Newcastle. "La alfombra, yo quiero llevarme la alfombra", asegura en franc¨¦s una firma ilegible.
Quienes pisaban esa alfombra, quienes realmente vivieron aqu¨ª fueron el coleccionista y marchante de arte Louis Carr¨¦ y su se?ora, oriundos de Breta?a y especialistas en obra de Picasso, Fernand L¨¦ger y Paul Klee. Por culpa de una cojera, el matrimonio habitaba en el piso de abajo, mientras el servicio lo hac¨ªa en las estancias de arriba. Es interesante ver c¨®mo la dificultad para caminar del propietario hizo que Aalto y su mujer, Elissa, proyectaran la casa con todo el paso estudiado. Las amplias escaleras que dan al sal¨®n son un gran ejemplo de adaptaci¨®n de la funcionalidad a la est¨¦tica: los siete pelda?os se descienden solos y comunican el lugar de trabajo y el habit¨¢culo sin marcar fronteras. De entrada nos recibe un juego de paredes blancas que conforman la galer¨ªa donde se expon¨ªan las obras y, casi sin quererlo, la suave rampa nos adentra de lleno en el sal¨®n, centro de la vivienda.
En la explicaci¨®n nos cuentan que el espacio p¨²blico y el privado quedan as¨ª hermanados, evidenciando que los Carr¨¦ no hac¨ªan otra cosa que habitar el arte. Eso s¨ª, es una pena que no quede hoy ninguna obra colgada ni ninguna escultura sobre las mesas para poder hacerse una idea de lo que ser¨ªa dejar el caf¨¦ junto a una bailarina de Degas o cepillarse los dientes ante un picasso antes de dormir.
En su duda, Louis Carr¨¦ se decant¨® por Alvar Aalto porque, seg¨²n declar¨®, no quer¨ªa un edificio de hormig¨®n, buscaba algo m¨¢s liviano y aquello entroncaba con la arquitectura que el finland¨¦s estaba realizando por los a?os cincuenta, cuando, prendado de Italia y superado el racionalismo, proyectaba con un lenguaje propio. Louis Carr¨¦ solo puso una condici¨®n: no quer¨ªa un edificio plano, y Aalto se sac¨® de la manga un perfil triangular que dialoga con la silueta de la colina sobre la que se halla. El tejado de pizarra ayuda a coronar el terrapl¨¦n y el ladrillo blanco aligera las fachadas. En conjunto, es lo que persegu¨ªa: una casa peque?a por fuera, grande por dentro.
Esa grandeza se ve sobre todo en la b¨®veda de tres c¨²pulas que nos recibe a la entrada. Construida en forma de gran ola con maderas de pino rojo finland¨¦s y montada por carpinteros venidos desde Helsinki, la altura permite iluminar la galer¨ªa y las obras de una manera excepcional. Adem¨¢s, con sus ondulaciones mantiene la sinuosidad del terreno una vez que se est¨¢ dentro de la casa, dejando bien claro que estamos ante una arquitectura nada epitelial.
El gran sal¨®n es similar al de Villa Mairea, la vivienda por excelencia de Aalto. En principio puede parecer casi un calco con su chimenea y el gran ventanal al jard¨ªn, pero visto todo con lupa pronto se cae en la cuenta de que estamos ante lo que el arquitecto defend¨ªa como "estandarizaci¨®n flexible", es decir, la exportaci¨®n de sus modelos, pero adaptados, demostrando que en arquitectura lo importante no es repetirse, sino insistir.
Timbres y biombos
La visita contin¨²a por la biblioteca, los dormitorios, los ba?os, y a continuaci¨®n se entra de lleno hasta la cocina. Luego est¨¢n los mil detalles, sobre todo en el mobiliario, algunos de dise?o exclusivo para el hogar. Vemos las l¨¢mparas Golden Bell de iluminaci¨®n lateral y las sinuosas vasijas Savoy, pero junto a ellos hay pomos, timbres, biombos y manillas desconocidos. Una joya: las cajas de madera ideadas con rejas aireadas para esconder los radiadores son toda una lecci¨®n intuitiva sobre c¨®mo guardar el ritmo sin perder el calor.
La visita finaliza con un paseo por el jard¨ªn exterior, donde podemos admirar los sumideros con forma de margarita o las propias columnas proyectadas como tallos florales, pura biolog¨ªa. Otra joya: los m¨¢stiles de las banderas, con su tronco menguante y las vetas del propio ¨¢rbol que Aalto siempre respetaba, hacen que la vista se pasee por ellos como si fuera la mano, dise?o hecho para el tacto, como si los ojos se izaran hacia el cielo.
Por ¨²ltimo, la piscina en una esquina al fondo del terrapl¨¦n. Al arquitecto finland¨¦s le gustaba nadar casi tanto como admirar templos griegos y aqu¨ª uni¨® ambas pasiones. Se llega por una ca¨ªda de anfiteatro, con grandes escalones como gradas que se descienden, una vez m¨¢s, casi sin quererlo. Junto a la piscina, el edificio con duchas y cambiadores que incorpora curvas y m¨¢rmol de Carrara. Est¨¢ situado al norte para tapar el viento y proteger el agua dejando la piscina escondida de nuevo de forma r¨ªtmica. Tampoco la propia casa escapa a ese ocultamiento premeditado. Al abandonarla vemos c¨®mo desaparece gradualmente por el camino de entrada tras una hilera de ¨¢rboles estrat¨¦gicamente plantados como si fueran un tel¨®n vegetal.
Gu¨ªa
C¨®mo llegar
? La Maison Louis Carr¨¦ se encuentra a unos 40 kil¨®metros al suroeste de Par¨ªs. Para quienes no tengan coche, se puede tomar un tren en la estaci¨®n de Montparnasse hasta Montfort L'Amaury-M¨¦r¨¦, donde hay que seguir en taxi hasta la casa.
La visita
? Maison Louis Carr¨¦ (www.maisonlouiscarre.fr; 00 33 134 86 79 63). Bazoches-sur-Guyonne. En febrero a¨²n estar¨¢ cerrada. Luego abrir¨¢ los s¨¢bados y domingos de 14.00 a 18.00 (en mayo y junio, desde las 11.00). Precio de la entrada, 15 euros. Como el acceso se limita a 19 personas por grupo, conviene reservar.
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