Edad, velocidad y tocino
Conforme me voy haciendo mayor, aunque, la verdad, es opini¨®n generalizada mi archiamortizaci¨®n, descubro peque?os secretos vitales con los que tropiezo en el trato con los contempor¨¢neos. Por ejemplo, la coqueter¨ªa de los viejos, que consiste en proclamar la verdadera edad e incluso a?adir algo. "Qu¨¦ bien se conserva para los a?os que tiene!". Es frase bals¨¢mica para los caducos corazones, que no se escucha en la treintena, cuarentena ni, quiz¨¢s, en el septuagenario. Porque, en estos tiempos que corren que se las pelan, la borrosa frontera con la vejez hay que colocarla por encima de los ochenta y tantos.
Desde hace mucho soy lector empedernido de las esquelas que aparecen en los peri¨®dicos, aut¨¦nticos certificados de defunci¨®n definitiva. Y busco la l¨ªnea donde se suele declarar los a?os que tiene el difunto o la difunta. En mayor n¨²mero sigue siendo dato oculto entre ellas, como si el irreversible hecho del sorpasso descubriera la mantenida impostura y eso importara al p¨²blico. Ganan, tambi¨¦n por goleada, las f¨¦minas, que resisten m¨¢s tiempo en este valle de l¨¢grimas e impuestos. Son m¨¢s abundantes las viudas, algo que siempre ha sucedido pero que, en otras edades, se justificaba por el hecho de que los matrimonios sol¨ªan celebrarse entre hombres mayores que las esposas, con lugar preferente a la hora de desaparecer.
La borrosa frontera con la vejez hay que colocarla por encima de los ochenta y tantos
En la espa?ola ceremonia de tomarse el aperitivo del mediod¨ªa, el bar de siempre suele ser el ¨²ltimo lugar abandonado. Han ido cambiando la variedad, la forma del vaso o la copa, el contenido, la marca. Se vuelve a la vergonzante limonada, que refleja en su verdosa palidez la extensa trayectoria de un gran bebedor. En la ¨²ltima tertulia gan¨¦ el privilegio de ser el m¨¢s antiguo, de lo que me sent¨ªa contento y ufano, entre otras cosas por la cesi¨®n del taburete y otras muestras de afecto y deferencia. Como es previsible, se suele hablar de achaques, descritos como simples causas naturales, aunque siempre haya alg¨²n factor o detalle que los singularice.
A veces nos entra el prurito por respetar la verdad y la sinceridad. Me ha venido a la memoria cierta situaci¨®n, hace unos 10 o 12 a?os, en la vieja tertulia de Embassy. Est¨¢bamos presumiendo de alifafes, todav¨ªa delante de copas de Rueda o de Rioja, cuando uno de los asistentes, no habitual y poco hablador, intervino: "Salvo un cava o un albari?o, puedo decir que he prescindido de casi todo. O sea, mi organismo ya no admite ingerencias de graduaci¨®n alguna".
Le prestamos atenci¨®n por ser parco en las intervenciones y conoc¨ªamos que se hab¨ªa refugiado en una extra?a y arriesgada man¨ªa, poco concordante con su biograf¨ªa, que sobrepasaba los noventa a?os. En verdad no representaba edad alguna, pues su recta espalda no concordaba con el cr¨¢neo desguarnecido y las arrugas que hac¨ªan parecer su cara como una almendra garrapi?ada. A nuestro amigo y ocasional contertulio le chiflaba la velocidad, los coches de gran cilindrada, Que esto era as¨ª quedaba demostrado al salir del local, ante cuya puerta luc¨ªa un espl¨¦ndido Ferrari ¨²ltimo modelo, capaz de raspar los 300 kil¨®metros en circuito. Le pon¨ªan alguna multa y soportaba, en los sem¨¢foros, la chacota de conductores j¨®venes que ve¨ªan a aquel estafermo al volante de una maravilla mec¨¢nica. Lo llev¨® con paciencia y arrancaba haci¨¦ndoles una higa con el dedo coraz¨®n erguido.
"Elijo salir cuando hay poco tr¨¢fico y puedo ir desde el monumento al Sagrado Coraz¨®n hasta Aranjuez en 10 minutos. Lo he hecho esta ma?ana". No hab¨ªa ¨¢pice de arrogancia en esas afirmaciones, hartamente confirmadas. Supongo que hoy -aunque sospecho que no vive ya- le ser¨ªan imposibles tales proezas por la densidad de tr¨¢fico en todas partes y los millones de coches que pululan por ciudades y carreteras. La gente ya no conduce autom¨®viles, sino que se desplaza en ellos, y hasta el m¨¢s modesto y simple alcanza los 140 si precisa adelantar a quien vaya a 110. En descargo del viejo amigo hay que decir que no ten¨ªa en su haber accidente alguno que no fuese la rozadura al aparcar. Quiz¨¢s d¨¦ una pista informar que aquel hombre era aviador militar hasta su retiro, con el grado de teniente general. Entonces decidi¨® volar bajo, sin confundir la velocidad con el tocino.
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