Tan lejos de El Cairo
La escena dur¨® apenas unos segundos en pantalla, un destello breve que nos cincel¨® en la retina la imagen de miles de personas protestando en las calles de El Cairo. La situaci¨®n era descrita por la engolada voz de un locutor cubano, quien sosten¨ªa que la crisis del capitalismo hab¨ªa hecho estallar la inconformidad en Egipto y que las diferencias sociales hund¨ªan al Gobierno.
Apenas mencion¨® que un ciclo de casi 30 a?os se estaba desmoronando en solo una semana, justo all¨¢, en un pa¨ªs donde la historia se mide con n¨²meros de cuatro cifras, se acu?a en trozos del tama?o de milenios. La alusi¨®n entre nosotros a la prolongada estancia en el poder de Hosni Mubarak fue -como advierte el refranero popular- mencionar "la soga en casa del ahorcado", insinuar que en nuestro propio patio un autoritarismo de cinco d¨¦cadas tambi¨¦n ha excedido su fecha de caducidad. Tal vez para evitarnos esa comparaci¨®n, los medios estatales se mostraron cautelosos con las noticias que llegaban desde el norte de ?frica. Nos administran a cucharadas la narraci¨®n de los sucesos, sin hacer hincapi¨¦ en todos los motivos que empujan a un pueblo a poner l¨ªmite al mandato personalista de un octogenario.
La vista a¨¦rea de la plaza de Tahrir nos hizo sentir verg¨¹enza de nuestra propia inercia
A pesar del sigilo period¨ªstico, otros fragmentos de lo ocurrido llegaron hasta nosotros a trav¨¦s de las redes alternativas de informaci¨®n, de las perseguidas antenas parab¨®licas y la escurridiza Internet.
La prudencia oficial no pudo evitar que nos sobrecogi¨¦ramos con la vista a¨¦rea de la plaza de Tahrir que vibraba al ritmo de la espontaneidad, cuando por estos lares hace muchos a?os que esa franqueza no se percibe en la sobria y gris plaza de la Revoluci¨®n. Era inevitable que, al observar la muchedumbre manifest¨¢ndose con pancartas, termin¨¢ramos haci¨¦ndonos la pregunta que aquel locutor de corbata a rayas quer¨ªa alejar de nuestras mentes. ?Por qu¨¦ en Cuba no ocurre algo as¨ª? Si nuestro Gobierno es de m¨¢s vieja data y el colapso econ¨®mico se ha convertido en elemento inseparable de nuestros d¨ªas, ?qu¨¦ evita que emprendamos el camino de la protesta c¨ªvica, de la presi¨®n pac¨ªfica en las calles?
Egipto ha venido a sacudirnos en nuestra mansedumbre y el arrojo de otros nos ha enfrentado con nuestra apat¨ªa, en esta naci¨®n donde el tiempo se mide en efem¨¦rides "revolucionarias", se acu?a en los folios amarillos de la burocracia.
La teor¨ªa de pueblos valientes y pueblos cobardes es, en el menor de los casos, simplista. No hay una gen¨¦tica de la rebeld¨ªa como tampoco se puede predecir en qu¨¦ momento la inconformidad alcanza su punto de ebullici¨®n. Esta isla larga y estrecha ha nutrido desde 1959 las especulaciones, las barajas de copa y espada, los tableros de If¨¢ y hasta los cuartetos rimados, de analistas, cartom¨¢nticos, babalaos y profetas. Ante estos augurios de un futuro que no acaba de llegar, millones de cubanos han resumido su actitud c¨ªvica en un vocablo moroso: esperar.
Acarician el espejismo de la soluci¨®n r¨¢pida, de acostarse un d¨ªa en un Estado sin derechos y levantarse al otro en una Cuba democr¨¢tica. Cuando el tiempo de aguardar se prolonga m¨¢s all¨¢ de lo previsto, muchos deciden conjugar el verbo emigrar u optan por las breves y lac¨®nicas s¨ªlabas de "callar".
Pero lanzarse a las plazas no, pues ese asfalto retinto de las avenidas pertenece -y as¨ª nos dicen desde peque?os- a los revolucionarios, a Fidel Castro y al Partido Comunista. Nos han hecho creer que protestar en p¨²blico contra los despidos masivos, el alto coste de la vida o para exigir la renuncia de un Gabinete son gestas que emprenden otros, acciones que solo son posibles fuera de nuestras fronteras nacionales.
Nos han quitado las calles, nuestras calles.
En aras de impedir que una multitud tome las aceras y grite al un¨ªsono ?qu¨¦ se vaya el presidente, qu¨¦ se vaya!, activan los mecanismos ocultos del control, los resortes del miedo. El engranaje de la vigilancia que no conoce de crisis econ¨®mica ni de recortes se cierne constantemente sobre nosotros.
Ahora mismo est¨¢ en vilo, ajustando sus agentes, sus autos, sus leyes, para evitar el contagio que puede venir desde el Este. Pues aunque El Cairo queda muy lejos, hay demasiadas analog¨ªas entre los cubanos y esos rostros que vimos reunidos en la marcha de un mill¨®n. Ellos gritaban contra Mubarak, pero del lado de ac¨¢ de la pantalla muchos sentimos que nos emplazaban a nosotros, que nos hac¨ªan sentir avergonzados de nuestra inercia.
Yoani S¨¢nchez es periodista cubana y autora del blog Generaci¨®n Y. En 2008 fue galardonada con el Premio Ortega y Gasset de periodismo. ? Yoani S¨¢nchez / bgagency-Mil¨¢n
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