Demasiado Bar?a
Sada y Anderson rompen el planteamiento defensivo del Madrid de Messina y encarrilan el segundo t¨ªtulo consecutivo de los azulgrana - Nadie lograba dos seguidos desde el propio equipo catal¨¢n en 1988
El Madrid se vaci¨®, se hizo ilusiones, llev¨® a cabo un plan, pero acab¨® sucediendo lo que quiso el Regal Barcelona, insaciable, dominador de los hilos de los que penden las victorias, los t¨ªtulos, la gloria. Tiene mucho de disuasorio este Bar?a, capaz de ganar por activa y por pasiva, capaz de arrasar cuando sus mejores jugadores afinan y tambi¨¦n cuando se trata de exprimir el trabajo menos vistoso o hacer frente a defensas tan pegajosas como la que le plante¨® el Madrid.
Cualquier otro conjunto, probablemente, habr¨ªa sucumbido. Cualquier otro equipo en el que dos de sus mejores hombres, caso de Navarro y Ricky Rubio, hubieran tenido un d¨ªa tan nefasto, habr¨ªa claudicado. Pero uno de los distintivos de este Barcelona es que siempre prevalece la labor de conjunto, que siempre hay alguien que da un paso al frente. Si no est¨¢ Ricky, aparece un V¨ªctor Sada que se multiplica en todas las facetas del juego, puntos (siete), rebotes (seis), asistencias (seis), recuperaciones (tres), lo que convenga. Y si no est¨¢ Navarro, muy difuminado por la implacable defensa del Madrid, aparece Anderson, letal, matador en los momentos culminantes, con 19 puntos, una suma enorme trat¨¢ndose de un partido de defensa a ultranza, de bajos guarismos.
Otra plantilla habr¨ªa sucumbido al nefasto d¨ªa de sus estrellas: Navarro y Ricky
El Madrid, desfondado, se qued¨® corto de aut¨¦nticos l¨ªderes al final
Gan¨® el Barcelona porque fue mucho m¨¢s consistente que un animoso Madrid, cierto, pero que acab¨® qued¨¢ndose corto, desfondado f¨ªsicamente, incapaz de soportar la tensi¨®n en los momentos trascendentales de la final. Mantuvo el tipo durante todo el primer tiempo y resisti¨® todav¨ªa los intercambios de golpes del inicio del tercer cuarto, pero, cuando el Bar?a abri¨® la primera brecha un poco significativa (37-44), empez¨® a apreciarse su sufrimiento, su tensi¨®n, su temor.
Al Barcelona le cost¨® tambi¨¦n dar el tir¨®n que pod¨ªa empezar a conducirle a su segundo triunfo consecutivo en la Copa, algo que nadie consegu¨ªa desde que el propio Bar?a de los Epi, Soloz¨¢bal, Norris y compa?¨ªa lo hiciera en 1988.
Con esos siete puntos de bot¨ªn azulgrana, hasta siete jugadas intercambiaron ambos equipos sin anotar. Al final, logr¨® hacerlo Tucker y el Madrid lleg¨® con vida al ¨²ltimo acto. Pero se le notaba ya muy tocado. Una p¨¦rdida del bal¨®n por parte de Llull, que en otras circunstancias no habr¨ªa tenido excesiva importancia, acab¨® dando ocasi¨®n al Bar?a para dispararse en el marcador. En cinco minutos, y a falta de otros tantos por disputarse, se situ¨® a 15 (49-64) tras dos triples casi seguidos de Anderson y Morris. A partir de ah¨ª, el Bar?a ya pudo jugar al gato y el rat¨®n con un Madrid obstinado, pero consciente de su derrota.
Messina plante¨® un partido muy fiado a la defensa y bas¨® su estrategia en atrapar a Navarro e intentar que el Bar?a no jugara con fluidez. Lo consigui¨® en parte. No bast¨®, pero la incomodidad del Bar?a durante gran parte del duelo premi¨® el descomunal ejercicio defensivo del Madrid. Navarro no vio aro porque siempre llevaba enganchado a Prigioni o Tucker y los p¨ªvots del Madrid le acababan de poner peaje en la pintura. No fue el ¨²nico jugador que no actu¨® con soltura. Tampoco a Lorbek, al principio, le entraron los tiros, ni Ingles pis¨® con buen pie la cancha cuando tuvo que relevar a Anderson mientras que V¨¢zquez se las vio y dese¨® para contener a Tomic.
El ritmo del juego fue lento, con ataques muy largos y raramente fluidos. No le fue mal al Madrid durante bastantes minutos, pero tambi¨¦n se las vio y dese¨® para anotar. Le cost¨® introducir de forma acertada algunas piezas, como Fischer, Sergio Rodr¨ªguez o Llull, que apenas percutieron en el ataque. Pero en la defensa fue en lo que todos y cada uno de los jugadores del Madrid se emplearon a un nivel superior al habitual. Por eso el partido, despu¨¦s de una primera parte en la que solo algunos, como Anderson o Tomic, escaparon al radar de las defensas, se enred¨® en el segundo cuarto y cada canasta empez¨® a cantarse como un gol. Hasta que Sada se adue?¨® de manera definitiva del ritmo de juego y Anderson, Lorbek y Morris, empezaron a anotar con soltura. Entonces se hizo patente que el muro de Messina no serv¨ªa para otra cosa m¨¢s que para alargar la agon¨ªa y poner en evidencia que el Madrid sigue qued¨¢ndose corto de jugadores aut¨¦nticamente l¨ªderes y capaces de emerger en una final ante un rival tan exigente. Son los signos de los nuevos tiempos, en los que el Bar?a iguala los 22 t¨ªtulos de Copa del Madrid con la diferencia de que el ¨²ltimo madridista fue hace 18 a?os.
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