Huevos
Desde la muerte de Jes¨²s Gil no hab¨ªamos tenido en Marbella una exhibici¨®n testicular similar a la que protagoniz¨® hace unos d¨ªas el due?o del Asador Guadalmina de la localidad, Jos¨¦ Eugenio Arias-Camis¨®n. Este empresario, al que la pasada semana le clausuraban su restaurante y le impon¨ªan una sanci¨®n de 145.000 euros por incumplir la ley antitabaco, lanz¨® una sarta de improperios con un ¨²nico denominador com¨²n: todas las frases inclu¨ªan una parada obligada en un lugar concreto de su entrepierna. Entre chuletas con huevo de primer plato, y puros y cigarrillos, fumados por otra variedad distinta de huevos, para concluir el almuerzo, este empresario hab¨ªa decidido hacer en su establecimiento lo que le sal¨ªa, literalmente, del germen de embri¨®n que produce la gallina.
Las g¨®nadas -dicho en fino- han tenido siempre una larga tradici¨®n en la cultura espa?ola, especialmente en el habla. Por las santas g¨®nadas -en su variante como acepci¨®n utilizada en el lenguaje vulgar y pronunciada con el g¨¦nero masculino, as¨ª como con el mi posesivo delante y en plural- se han librado grandes batallas. Del d¨¦bil contra el fuerte, de los ciudadanos contra la Administraci¨®n, del administrador contra el ciudadano, y cu¨¢ntos y cu¨¢ntos ejemplos m¨¢s que podr¨ªamos poner de gente que en vez de hablar con la cabeza discut¨ªan agarrando con una mano esos ap¨¦ndices que cuelgan del cuerpo justo en el ecuador que separa el tronco de las extremidades. Un gesto popularizado por un famoso ventr¨ªculo y su peculiar cuervo al grito de: "Toma Moreno", y que tiene otra variante menos televisiva y m¨¢s chulesca dirigida a un tal Carrasco que dice: "Chupa del frasco Carrasco".
Por las santas g¨®nadas de algunos, que de santas nunca tuvieron nada, se lleg¨® a gobernar una ciudad, al igual que se estaba gobernando ahora un restaurante. Nunca hay que minusvalorar a nadie que apele a sus santas g¨®nadas, sobre todo si lo hace en la versi¨®n vulgar antes relatada. Por las santas g¨®nadas de un alcalde, se cambiaron suelos verdes por urbanizables, terrenos destinados a colegios se convirtieron en edificios de m¨²ltiples plantas y hasta se aprob¨® un Plan General de Ordenaci¨®n Urban¨ªstica con nocturnidad y alevos¨ªa. No digo nada de lo que algunos llegaron a trincar, adem¨¢s de por la cara, porque les sali¨® de sus santas g¨®nadas. Aunque ahora, que se enfrentan a un juicio por ello, hayan perdido parte de estos atributos y asistan todos los d¨ªas a la vista oral con la terminaci¨®n del cuerpo del toro entre las piernas.
Los huevos como atributo, ya procedan de una gallina o de cualquier otra especie animal o humana, no son nada por s¨ª solos sino que lo son en comparaci¨®n con ellos mismos. Para comer, se compran en docenas y se clasifican en grandes y medianos. Para discutir, se juntan en parejas y la pelea consiste en ver quien los tiene m¨¢s grandes. A pesar de que la naturaleza no ha querido que el hombre tuviera m¨¢s de dos, el lenguaje barriobajero se ha sustentando, desde los primeros hom¨ªnidos hasta nuestros d¨ªas, en una pol¨¦mica biol¨®gica imposible: discutir sobre qui¨¦n es el que tiene m¨¢s. Y as¨ª nos han ido demasiadas veces las cosas.
El lenguaje, como la sociedad, est¨¢ impregnado de un sustrato machista que no hay manera de quitarse de encima. Por eso es tan recurrente apelar a los atributos en cualquier refriega, por importante o nimia que sea la discusi¨®n. El caso del propietario del asador de Marbella es un ejemplo paradigm¨¢tico de que no hay debate posible cuando uno pone en su restaurante, en vez de chuletas con patatas, la versi¨®n vulgar de sus santas g¨®nadas encima de la mesa. No existe estudio cient¨ªfico, al menos que yo haya conocido, que avale que la raz¨®n tenga vinculaci¨®n alguna con la entrepierna, a pesar de que los hombres llevamos desde Atapuerca apelando a esta zona del cuerpo para abrir o dar por finalizada una discusi¨®n.
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