El iconoclasta gracioso

Por no andar con rodeos: Albert Pla ni canta ni toca la guitarra, a menos que asumamos estas dos actividades en acepciones muy laxas. Es decir, ni tiene voz, ni hace amago de entonar, ni supera la plusmarca de los tres acordes, as¨ª que no podremos enjuiciarlo en t¨¦rminos del todo musicales.

El juglar de Sabadell es otra cosa. Un iconoclasta, la contempor¨¢nea catalogaci¨®n finolis para raritos como ¨¦l. A falta de canciones, opt¨® en el Teatro de Madrid por llamar la atenci¨®n con su desharrapada t¨²nica de Cromagnon y medias azules de futbolista. Lo suyo no es un concierto, sino una performance pretendidamente lumpen donde el encanto radica (se supone) en las historias, entre surrealistas y dementes. Y, a lo que se ve, muy graciosas.

Ah¨ª tienen al Sargento P¨¦rez, ese "violador de abuelitas" ajusticiado por "un comando terrorista feminista". O a Joaqu¨ªn el necio, el cornudo atribulado que pregunta "por qu¨¦ te fuiste con ese negro" (Georgie Dann acaso pueda reclamar un porcentaje). Y est¨¢ La colilla, donde un pitillo patri¨®tico prende fuego a todo EE UU. Cuidado, Leire: la interpret¨® con un cigarrito que no parec¨ªa de hierbaluisa.

Son casi siempre gracietas de caca-culo-pedo-pis. Salvo Enterrador de cementerios, que relata c¨®mo una colegiala le hace un franc¨¦s, pero luego se chiva al padre. Ocurrencias as¨ª no sugieren provocaci¨®n, sino una inmensa repugnancia. Y verg¨¹enza ajena.