Chicas de novela
Los tacones son para la noche. Cuando me los pongo s¨¦ que lo que mis pies sufran estar¨¢ compensado con lo que yo, la mujer que camina sobre ellos, disfrute. Primero, han de cumplir su funci¨®n cultural, asistiendo a un acto literario. Luego, emprender¨¢n camino hacia una lucecita que nos promete refugio en este bosque urbano, el neoyorquino, tan pobremente iluminado. La luz de ne¨®n reza "P. J. Clarke's". Llevo dos a?os sin pisar esta taberna del coraz¨®n de Manhattan que ha resistido milagrosamente desde hace siglo y medio el azote de la especulaci¨®n. Ya no habr¨¢ quien la derrumbe. La peque?a casita construida a mediados del diecinueve es ya una rareza hist¨®rica rodeada de rascacielos. Mientras camino hacia ella, con el fr¨ªo mordi¨¦ndome las piernas, pienso que si no vamos m¨¢s a menudo al P. J. Clarke's es porque sabemos que siempre estar¨¢ ah¨ª, acogiendo a diario al batall¨®n de ejecutivos del Midtown que, tras quitarse la corbata y met¨¦rsela en el bolsillo, superan la ansiedad laboral con una cerveza de grifo, masticando a dos carrillos la que se anuncia pomposamente como "la mejor hamburguesa de la ciudad" y completando este c¨®ctel revitalizante con una copa en uno de esos vasos cortos que parecen estar hechos para que los personajes de las pel¨ªculas puedan beberse un whisky de un solo trago. Las pel¨ªculas. Ninguna gu¨ªa tur¨ªstica podr¨¢ competir jam¨¢s con los sue?os que nos despierta la ficci¨®n por ciertos lugares. Para estos j¨®venes ejecutivos de pecho de toro que se api?an en la barra, el P. J. Clarke's es una v¨ªa de escape tan cotidiana que es posible que no sean conscientes ya de su r¨²stica belleza. Frank Sinatra sol¨ªa terminar sus juergas en esta taberna y celebraba el encanto del lugar diciendo: "Ah, esos urinarios". Urinarios para un Gulliver en el pa¨ªs de los gigantes. Pero nosotros, extranjeros, por m¨¢s que nos familiaricemos con la ciudad, nos valemos de la ficci¨®n para hacerla nuestra. En este local algunos de nuestros personajes m¨¢s queridos se han acodado a la barra. La experiencia que a nosotros nos falta la compensan ellos. Recuerdo a una chica memorable, Peggy Olson, esa secretaria de la serie Mad Men que a fuerza de talento y tes¨®n acaba introduci¨¦ndose en el universo de los creativos publicitarios. Peggy estuvo aqu¨ª y nosotros con ella. Peggy, en esta sala en la que ahora nos sentamos, bailando una canci¨®n que sale del jukebox, todav¨ªa vestida con su conjuntito cateto de chica de barrio obrero, a punto de convertirse en otra. Peggy, transformada ya en mujer de Manhattan, peleando a diario porque su talento sea reconocido, acodada a esta misma barra y dici¨¦ndole a un muchacho que acaba de conocer: "?Que mi acento no parece de Brooklyn? Deja que haga efecto esta copa y ver¨¢s c¨®mo sale". Mientras devoro una hamburguesa, que no s¨¦ si es la mejor de la ciudad pero se acerca, le recuerdo la escena de Peggy a la actriz Carmen Ruiz, que vive entre la emoci¨®n y la sorpresa continuas su primera visita a Nueva York. "S¨ª, Peggy baila en esta misma sala". Carmen recorre el lugar con otros ojos, con los ojos de quien ha estado aqu¨ª antes. No, una gu¨ªa tur¨ªstica informa, es necesaria, pero la ficci¨®n permite que entendamos que cada lugar contiene la gran novela urbana, la que encierra la vida de cada una de las personas que estuvieron aqu¨ª. A la protagonista de Brooklyn, la novela de Colm T¨®ib¨ªn, le he puesto la cara de la actriz que da vida a Peggy Olson, Elisabeth Moss. Tal vez porque se trata de otro personaje humilde e inteligente que intenta labrarse un futuro en mundo ajeno. A o¨ªdos de un neoyorquino, Brooklyn suena como el barrio obrero, con car¨¢cter, rudo y peculiar en su acento que todav¨ªa es, a pesar de que haya zonas colonizadas por chicos modernos o por escritores como Paul Auster. En los o¨ªdos de un espa?ol, la palabra Brooklyn carece de rudeza, Brooklyn suena a un para¨ªso de casas antiguas adosadas. Pero historias como la que T¨®ib¨ªn cuenta, la de la chica irlandesa que llega en los a?os cincuenta a Brooklyn a mejorar un destino que en su pueblo natal ya estaba escrito, nos sit¨²an a la misma altura que la de las personas comunes, nos hacen comprender mejor la riqueza y la dureza de un barrio en el que los inmigrantes reci¨¦n llegados se refugiaban entre los paisanos que hab¨ªan llegado antes, conformando un crisol de pa¨ªses: aqu¨ª, la peque?a Irlanda; all¨ª, la peque?a Italia; m¨¢s all¨¢, los jud¨ªos del este de Europa. Cada comunidad recelando de la comunidad fronteriza, pero aprendiendo a convivir con ella. Solo una novela puede colarse en los anhelos de una joven que llega a Brooklyn con miedo y esperanza; solo en la ficci¨®n (cuando est¨¢ escrita por un hombre como T¨®ib¨ªn, que con tanto respeto reproduce la voz de las personas humildes) encontramos c¨®mo la nostalgia de los primeros meses se va transformando en familiaridad y la chica de pueblo se convierte en chica de barrio. Esas dos j¨®venes Peggy y Eilis, las dos con el rostro de Elisabeth Moss, me ense?an a mirar la ciudad sin olvidar el pasado que habit¨® en sus aceras. Siento el impulso de correr al rinc¨®n de la vieja gramola, meter un d¨®lar y hacer que suene Lullaby of Birland, de Georges Shearing, que acaba de morir y que seguro que m¨¢s de una vez estuvo aqu¨ª.
Ninguna gu¨ªa tur¨ªstica podr¨¢ competir jam¨¢s con los sue?os que nos despierta la ficci¨®n por ciertos lugares
A la protagonista de la novela 'Brooklyn', le he puesto la cara de Elisabeth Moss, actriz que da vida a Peggy Olson
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