Animalario salta al otro lado del espejo
Penumbra, en el Matadero, es un valiente salto colectivo: de Juan Cavestany y Juan Mayorga, que no escrib¨ªan juntos desde Alejandro y Ana y aqu¨ª firman uno de los textos m¨¢s sugerentes y poderosos de los ¨²ltimos a?os, y del grupo Animalario, que a las ¨®rdenes de Andr¨¦s Lima ha corrido, como sus autores, el mayor riesgo que puede correr un artista en estos codificad¨ªsimos tiempos: no hacer lo que se esperaba de ellos, aventurarse por otro territorio, otra manera, otra tonalidad. Me ha hecho muy feliz Penumbra (el coraje y el talento son poderosos estimulantes) y me han sorprendido ciertas acusaciones de ininteligibilidad. Vivimos una ¨¦poca en la que se comulga con pedanter¨ªas absolutamente indescifrables (la mayor¨ªa con sello for¨¢neo) y al mismo tiempo se arruga la nariz ante cualquier propuesta propia que va m¨¢s all¨¢ del relato lineal y del dos m¨¢s dos cuatro, que se atreve a levantar los velos de la realidad, que imanta su br¨²jula en las aguas de la poes¨ªa y el misterio. A modo de senderos en el bosque, dir¨ªa que las estrategias de Penumbra no est¨¢n lejos de Pinter (el Pinter de Ashes to ashes), del Bergman m¨¢s furiosamente on¨ªrico de A trav¨¦s del espejo y La hora del lobo, o, m¨¢s reciente, del estremecedor Purgatorio de Castellucci. O de relatos como En sue?os empiezan las responsabilidades, de Delmore Schwartz, una muy adecuada carta de navegaci¨®n ya desde su t¨ªtulo, aunque el mismo texto de Cavestany y Mayorga ofrece no pocas pistas refulgentes. La escena nuclear de Penumbra, en la que los autores parecen condensar su po¨¦tica y la clave del criptograma est¨¢, muy adecuadamente, en el centro de la funci¨®n: el ni?o interroga y Penumbra contesta, pero sus frases anteceden a las preguntas: como dir¨ªa Fox William Mulder, un sue?o es una respuesta a una cuesti¨®n que todav¨ªa no se ha formulado. (Penumbra dir¨¢ luego, axiom¨¢tico: "?C¨®mo se le cuenta el mundo a un ni?o sin mentirle? Como se le cuenta un sue?o"). Se nos sugiere tambi¨¦n que conviene aparcar la l¨®gica elemental y se nos invita a abrir los ojos y los o¨ªdos, ¨²nico requisito para percibir los ecos, los puentes ocultos, las galer¨ªas secretas de la historia, como quien juega "a superponer el plano del metro de una ciudad sobre el mapa de las calles de otra". De hecho, la atenta escucha de ese fragmento culmina con un premio: la revelaci¨®n de la misteriosa identidad de Penumbra, ese personaje sabio y triste que observa desde lo alto, que parece atravesar las paredes, que abraza y gu¨ªa a los miembros de la familia o encarna sus m¨¢s profundos pesares, y que Guillermo Toledo interpreta como si fuera un joven Erland Josephson.
Las estrategias no est¨¢n lejos de Pinter, del Bergman m¨¢s furiosamente on¨ªrico de 'A trav¨¦s del espejo' o del estremecedor 'Purgatorio' de Castellucci
Beatriz San Juan ha dise?ado una escenograf¨ªa tan sencilla (y m¨®dica: se agradece) como esencial: el esqueleto de una casa, envuelta en una niebla de l¨¢minas de pl¨¢stico. Niebla trasl¨²cida y densa, que puede asfixiarte. Una casa de verano, donde el padre verane¨® en su infancia. Una casa min¨²scula, por la que los tres (el padre, la madre, el hijo) entrechocan como moscas apresadas en un dado. "Si miras la casa desde fuera", dice el padre, obsesivo, "en la pared de la playa se ven dos ventanas. Sin embargo, dentro hay tres". Como en Rojo oscuro, la primera obra maestra de Dario Argento, lo que oculta la tercera ventana es un hecho de sangre que s¨®lo retienen los sue?os. La tercera ventana tambi¨¦n puede ser espejo o apertura al naufragio que se repite una y otra vez como una maldici¨®n inexorable: el barco que choca contra el acantilado, los pasajeros que saltan por la borda. 365 pasajeros, para ser exactos. El padre (Alberto San Juan) vive en un estado de eterna pesadilla, de constante inminencia de la cat¨¢strofe. Viaja en sue?os a la vecina casa de los abuelos, reclamado para evitar algo espantoso, algo que ha sucedido o puede suceder en cualquier momento. Pero la voz de la abuela (Gloria Mu?oz, en glorioso off) flota en el vac¨ªo, compitiendo con el televisor tronante que se convierte en una nueva fuente de horror: a o¨ªdos del padre, Pasapalabra puede ser una emisi¨®n alien¨ªgena, un lenguaje cifrado ("achiote, ajenuz, alm¨¢ciga") para transmitir sospechas y amenazas. Los sue?os invaden y contaminan la vigilia, las palabras, los objetos: una caja de zapatos que se abre al anochecer, en un caf¨¦, como una horrible ofrenda; el mismo caf¨¦ donde la esposa recibir¨¢ una demanda de la que no puede escapar. Alberto San Juan interpreta al padre como el Jack Torrance de El resplandor ("?Qu¨¦ os pasa? ?Me ten¨¦is miedo? Yo no os har¨ªa nada, nunca, jam¨¢s") sin las muecas de Nicholson; Nathalie Poza, la madre, con el terror sacudiendo sus ojos, su cuerpo entero, le habr¨ªa dado cien vueltas a Shelley Duvall. El hijo es, literalmente, una marioneta (un aplauso para Ram¨®n y C¨ªa) que en las manos, la voz y la mirada de Luis Bermejo exhala la rabiosa melancol¨ªa de un peque?o Hamlet. Hay algunos pasajes mejorables (los rituales de las cenas falsamente felices, que se repiten entre m¨ªmicas violentas y m¨²sica barroca como un ballet mec¨¢nico, recuerdan un poco a las toscas resoluciones de cierto teatro independiente de los setenta), pero apenas empa?an el clima alucinatorio, subrayado por el piano espectral de Nick Powell y los instrumentos de juguete de Pascal Comelade (de nuevo, ecos de Argento), y pronto quedan atr¨¢s, sepultados por los enormes momentos: la brutal escena (puro Lynch) del polvo ag¨®nico ("?Te lo ha pedido mi madre, verdad?"), el crescendo (puro Castellucci) de los sonidos que el ni?o escucha en la alcoba de los padres, y la mutaci¨®n final del punto de vista, tan terror¨ªfica como la imagen de la noria en Sputnik, mi amor, de Murakami. Soberbias interpretaciones, tensa y vibrante direcci¨®n de Lima: Penumbra (quiz¨¢s el espect¨¢culo m¨¢s personal, m¨¢s ¨ªntimo, m¨¢s doliente de Animalario) encontrar¨¢ -est¨¢ encontrando ya- a su propio p¨²blico, como lo encuentra todo arte que viene de la tripa. Y una cosa m¨¢s: es un texto perfecta y orgullosamente exportable. Tampoco dejen de ver Un tranv¨ªa llamado Deseo, en el Espa?ol, y Llama un inspector (Goya, Barcelona), dos montajes solid¨ªsimos, cosidos a mano: artesan¨ªa pura.
Penumbra, de Juan Mayorga y Juan Cavestany. Direcci¨®n: Andr¨¦s Lima. Animalario. Matadero. Madrid. Hasta el 20 de marzo. www.mataderomadrid.com. Un tranv¨ªa llamado Deseo, de Tennessee Williams. Direcci¨®n: Mario Gas. Teatro Espa?ol. Madrid. Hasta el 10 de abril. www.esmadrid.com/teatroespanol. Llama un inspector, de J. B. Priestley. Direcci¨®n: Jos¨¦ Mar¨ªa Pou. Teatro Goya, Barcelona. www.teatregoya.cat.
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