No era Saladino, era Ner¨®n
Gadafi, por extra?o que parezca ahora, fue un joven guapo y que se pretend¨ªa revolucionario
Este Ner¨®n gre?udo, de rostro acartonado y estrafalaria vestimenta que vocifera mientras acribilla a su pueblo quiso ser Saladino en su juventud. Lo fue, de hecho, por un tiempo en los m¨¢s salvajes y h¨²medos sue?os de algunos. Lo s¨¦, resulta dif¨ªcil de aceptar para los que no vivieron los a?os setenta y ochenta del pasado siglo, para los que tan solo lo han seguido en los ¨²ltimos tres o cuatro lustros. Pero, cr¨¦anme, Gadafi fue guapo en su juventud y no iba de tirano, sino de revolucionario. ?Como Fidel Castro? Algo as¨ª.
Beduino, hijo de un pastor de camellos, Gadafi fue uno de los j¨®venes oficiales -ten¨ªa 27 a?os- que en 1969 derrocaron al reyezuelo Idris Senussi, para el que, tras la II Guerra Mundial, las potencias anglosajonas hab¨ªan creado un pa¨ªs llamado Libia en un territorio que hab¨ªa sido colonia de Italia y, antes, tres provincias del imperio otomano. Como tantos ¨¢rabes de la ¨¦poca, Gadafi estaba fascinado por el panarabismo del egipcio Nasser, quien, desde Radio El Cairo, predicaba la unidad sustancial de los pueblos que van del Atl¨¢ntico al golfo P¨¦rsico. Una unidad que propon¨ªa cimentar no solo en la lengua, la cultura y la historia comunes, sino en un modelo laicista, socializante y antiimperialista.
"Vest¨ªa uniformes de jefe de pista de circo austroh¨²ngaro y andaba protegido por una guardia de amazonas v¨ªrgenes..."
En 1969, Nasser ya era un caudillo avergonzado por su derrota militar frente a Israel dos a?os antes y que se mor¨ªa a chorros de tristeza. Cuentan que cuando conoci¨® en persona al nuevo caudillo libio, Nasser dijo que le hab¨ªa parecido "escandalosamente puro e inocente".
El rais egipcio falleci¨® en 1970, los ¨¢rabes fueron vencidos de nuevo por Israel en 1973 y Egipto termin¨® firmando la paz con el Estado jud¨ªo. Ah¨ª lleg¨® el gran momento del militar beduino. En los setenta y ochenta, la Libia de Gadafi, siguiendo la senda de Nasser, firm¨®, sin materializar jam¨¢s, uniones con otros pa¨ªses ¨¢rabes, incluido, p¨¢smense, Marruecos. Se convirti¨® en portaestandarte de la idea de la aniquilaci¨®n de Israel. Encabez¨® el embargo de petr¨®leo a Occidente. Compr¨® armas sovi¨¦ticas. Acogi¨® o financi¨® a cualquier grupo guerrillero o terrorista que le presentara supuestas credenciales de izquierda: el palestino Abu Nidal, el venezolano Carlos, los irlandeses del IRA, el Frente Moro filipino, el Ej¨¦rcito Rojo japon¨¦s, la banda alemana Baader-Meinhof... Entretanto, los servicios secretos libios asesinaban por todo el mundo a cualquier opositor.
Gadafi se ve¨ªa como un revolucionario con una visi¨®n c¨®smica. Se invent¨® el concepto de yamahiriya o rep¨²blica asamblearia de las masas. Y, cual Mao ¨¢rabe, edit¨® su Libro Verde, un revuelto indigerible de socialismo, panarabismo, populismo e islam, como base de una "tercera teor¨ªa mundial" alternativa al capitalismo y al comunismo. Todo pagado con el much¨ªsimo dinero de los pozos de petr¨®leo libios.
En 1986, por ¨®rdenes de Reagan, aviones estadounidenses bombardearon Libia con la intenci¨®n de liquidar a Gadafi. No lo consiguieron, pero s¨ª mataron a una hija adoptiva suya. En b¨²squeda de venganza, sus servicios secretos estuvieron detr¨¢s de los atentados contra un avi¨®n de Pan Am en Lockerbie, en 1988, y un avi¨®n franc¨¦s de UTA sobre N¨ªger, en 1989.
Vi a Gadafi a finales de los ochenta en Marraquech, Argel y Tr¨ªpoli. Se tomaba por un nuevo Saladino capaz de reconquistar por las armas Palestina y alzar su estandarte en Jerusal¨¦n. Ya era un anacronismo incluso para la mayor¨ªa de los dem¨¢s dirigentes ¨¢rabes, incluido Arafat, que iban aceptando la imposibilidad de una victoria militar sobre un Israel protegido por Estados Unidos y el car¨¢cter inevitable del Estado jud¨ªo. Gadafi cultivaba su estilo: llegaba tarde o no llegaba a las reuniones; levantaba el pu?o cada dos por tres; calzaba botas con tacones alt¨ªsimos; vest¨ªa trajes seudobeduinos dise?ados en Italia o uniformes de jefe de pista de circo austroh¨²ngaro; transportaba camellas en su avi¨®n para beber su leche; andaba protegido por una guardia personal de amazonas v¨ªrgenes... Era un ni?o caprichoso, de reacciones imprevisibles. Una vez, se cubri¨® la mano derecha con un guante blanco para estrechar la de Hassan II sin que su carne tocara la de aquel monarca que hab¨ªa saludado a dirigentes israel¨ªes.
El 2 de marzo de 1988, Gadafi habl¨® ante una asamblea en Ras Lanuf: "Una pesadilla me acecha d¨ªa y noche: no soy carcelero, me da pena que haya detenidos". El d¨ªa siguiente, se subi¨® a un bulldozer y embisti¨® contra los muros del centro penitenciario de Tr¨ªpoli. Por los agujeros as¨ª abiertos salieron decenas de estupefactos prisioneros. Muchos pensaron que solo hac¨ªa eso para seguir apareciendo en las televisiones occidentales.
Estuve en Tr¨ªpoli en septiembre de 1989, en el vig¨¦simo aniversario del derrocamiento del rey Idris. Ni tan siquiera en el Irak de Sadam me hab¨ªa sentido menos libre. Me "albergaron" en un viejo buque varado en los muelles y de donde solo pod¨ªa salir escoltado para asistir a los actos de masas protagonizados por Gadafi: desfiles de hasta seis horas en los que sus amazonas ululaban al paso de las delegaciones y cuyo ¨²nico inter¨¦s eran los modelitos que luc¨ªa el caudillo. Solo puedo compartir lo escrito esta semana por el marroqu¨ª Tahar Ben Jelloun a prop¨®sito de una experiencia semejante en Tr¨ªpoli: "Uno siente que ha llegado a un pa¨ªs imaginado por George Orwell y Franz Kafka juntos. Todo es fingido, absurdo y extra?o".
En los noventa, decepcionado por sus "hermanos", Gadafi declar¨® que ya no se sent¨ªa ¨¢rabe, sino africano. En 1999 celebr¨® en Tr¨ªpoli una cumbre extraordinaria de la Organizaci¨®n para la Unidad Africana (OUA), cuya principal novedad fue la presentaci¨®n de un coche deportivo parecido al usado por Batman y fabricado en Libia, del que se afirmaba que no solo era el m¨¢s r¨¢pido, sino tambi¨¦n el m¨¢s seguro del mundo. El propio Gadafi hab¨ªa dedicado muchas horas a colaborar en el dise?o del llamado Cohete Libio.
El resto ya es m¨¢s conocido: las sanciones econ¨®micas terminaron forz¨¢ndole a entregar a agentes libios implicados en los atentados y a pagar indemnizaciones millonarias. A partir del 11-S comenz¨® su "rehabilitaci¨®n" internacional. Se hizo socio en la "guerra contra el terror" de Bush, se abraz¨® con Blair, le regal¨® un caballo a Aznar, se hizo amigo de Berlusconi, plant¨® su jaima en Roma, Madrid y Par¨ªs, contrat¨® a azafatas italianas para darles un curso sobre el Cor¨¢n, denunci¨® que enfermeras b¨²lgaras al servicio del Mosad infectaban con el sida a los libios... Entretanto, bajo el manto del ominoso silencio impuesto por su r¨¦gimen, crec¨ªa el descontento de una juventud libia que viv¨ªa en la estrechez econ¨®mica y no pod¨ªa ni respirar libremente. Esta semana, ante el estallido de la revoluci¨®n popular, el narcisismo brutal y grotesco de Gadafi revel¨® su ¨²ltimo personaje: Ner¨®n.
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