La plaga de la impunidad
Acabo de terminar una nueva novela, titulada Los enamoramientos, despu¨¦s de haber cre¨ªdo que no escribir¨ªa ninguna m¨¢s tras las mil seiscientas p¨¢ginas, en tres vol¨²menes, de la anterior, Tu rostro ma?ana. Durante los m¨¢s de dos a?os que me ha ocupado esta nueva obra -siempre con muchas interrupciones externas, como sucede hoy en d¨ªa a casi todos los novelistas-, he tenido la insistente impresi¨®n de que se trataba de un libro particularmente pesimista y sombr¨ªo, aunque no carezca de alguna breve escena humor¨ªstica. Ahora, al leerla entera por primera vez para efectuar la revisi¨®n final, he observado con m¨¢s claridad que el pesimismo no ven¨ªa s¨®lo dado por el asunto de su t¨ªtulo: las cosas mezquinas que -adem¨¢s de las m¨¢s nobles y desinteresadas, claro est¨¢- son capaces de llevar a cabo las personas enamoradas, y que, precisamente por estar dictadas por un sentimiento casi universalmente considerado deseable y positivo, "mejorador", incluso salv¨ªfico y "redentor", suelen encontrar f¨¢cil justificaci¨®n, tanto para quien las comete como para quien asiste a ellas, a veces hasta para quien las padece. "Es que lo quer¨ªa tanto", se dice comprensivamente. "Es que ha sufrido mucho por amor", se disculpa a menudo a quienes incurren en actos viles o imperdonables. Si no en un salvoconducto, el estado de enamoramiento se convierte con frecuencia en la mayor atenuante imaginable, aunque ese estado lleve a personas bondadosas a comportarse en ocasiones como malvadas; a personas generosas a ser ruines; a personas compasivas a ser despiadadas; a personas normales a actuar como criminales.
"En contra de lo esperable, la justicia parece cada vez m¨¢s impotente, o m¨¢s corrupta"
Pero, como he dicho, creo que el car¨¢cter m¨¢s sombr¨ªo de esta novela que a¨²n no s¨¦ ver con una m¨ªnima distancia (si es que eso nos resulta posible a los autores alguna vez), tiene que ver con otra cuesti¨®n, la impunidad que cada d¨ªa m¨¢s impera en el mundo, o esa es la sensaci¨®n que muchos tenemos y que crece en nosotros a diario. No s¨¦ citar de memoria, pero en Los enamoramientos uno de los personajes dice algo parecido a esto: "El n¨²mero de cr¨ªmenes desconocidos supera con creces el de los registrados, y el de los que quedan impunes es infinitamente mayor que el de los que son castigados". En contra de lo esperable, y de lo que debiera suceder, la justicia parece cada vez m¨¢s impotente, o m¨¢s indolente, o m¨¢s corrupta o connivente, o m¨¢s cobarde, o m¨¢s manipulable, o m¨¢s susceptible de tergiversaci¨®n y de perversi¨®n. Las triqui?uelas para burlarla se multiplican, y hay pol¨ªticos y empresarios -en Espa?a, en Italia no digamos- que celebran como un triunfo y una exoneraci¨®n que el delito del que se los acusa haya prescrito, siempre conveniente o incluso calculadamente, cuando una prescripci¨®n en modo alguno equivale a una absoluci¨®n, sino a una declaraci¨®n de culpabilidad que sin embargo no se puede materializar. S¨ª, a eso equivale las m¨¢s de las veces. Las dificultades de la justicia siempre han existido, y basta fijarse, para comprobarlo, en los poqu¨ªsimos verdugos nazis que sufrieron condena. No nos enga?emos: por un motivo o por otro, la inmensa mayor¨ªa se sali¨® con la suya, se libr¨® de todo castigo, incluso de toda amonestaci¨®n y verg¨¹enza.
De manera sorprendente, esta tendencia, estas dificultades han ido a m¨¢s. Son numerosos los dictadores (me niego a hablar de "ex-dictadores", como no se puede hablar de "ex-asesinos") que, en el mejor de los casos, acaban abandonando su pa¨ªs con una fortuna en los bolsillos y jam¨¢s comparecen ante la justicia, los ¨²ltimos bien recientes, Ben Ali de T¨²nez y Mubarak de Egipto (mientras nuestro Parlamento homenajea al sanguinario Obiang de Guinea). La proporci¨®n de asesinatos resueltos, entre los centenares o ya millares cometidos contra mujeres en Ciudad Ju¨¢rez desde hace quince o m¨¢s a?os, es rid¨ªcula, lo mismo que la de los habidos, tambi¨¦n en M¨¦xico, en la llamada guerra contra el narcotr¨¢fico (algo as¨ª como el 3%). En tono comparativamente menor, los causantes de la actual crisis econ¨®mica mundial siguen en sus puestos, la mayor¨ªa, y adem¨¢s dando ¨®rdenes, pese al inmenso da?o ocasionado. O bien Bush Jr, Blair y Aznar, que desencadenaron una guerra ilegal e innecesaria que se ha cobrado m¨¢s de cien mil v¨ªctimas, todas evitables, se pasean tranquilamente por el mundo, con frecuencia aclamados y embols¨¢ndose grandes sumas de dinero por sus libros, conferencias y "consejos" a grandes empresas (nadie fuera de sospecha puede requerir a semejantes consejeros).
La sensaci¨®n de que la impunidad domina es inevitable en nuestras sociedades, y eso las lleva, gradual pero indefectiblemente, a tener una cada vez mayor tolerancia hacia ella; a juzgar que a los individuos particulares no les compete intervenir ni poner remedio, cuando ni siquiera lo hacen los jueces, y a considerar que dejar pasar un delito m¨¢s del que tengan conocimiento o hayan sido objeto, un crimen aislado de la vida civil, no tiene mayor importancia ni cambia nada en esencia, ante la superabundancia de los cr¨ªmenes p¨²blicos, econ¨®micos y pol¨ªticos, que quedan y quedar¨¢n siempre impunes. Se trata de una de las m¨¢s grandes desmoralizaciones de nuestro tiempo, y de ah¨ª, supongo, mi pesadumbre al escribir sobre ello, aunque fuera lateral, indirecta y ficticiamente, en algo tan modesto como una novela.
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