Salvando la revoluci¨®n egipcia
Las revoluciones a lo largo de la historia demostraron devorarse a sus hijos. Sus resultados fatales rara vez son congruentes con las intenciones de quienes las impulsaron. Con demasiada frecuencia, las revoluciones son apropiadas por una segunda ola, ya sea m¨¢s conservadora o m¨¢s radical de lo que contemplaron en un principio los iniciadores del cambio.
Lo que comenz¨® en Francia en 1789 como un levantamiento de las clases medias en alianza con los sans culottes termin¨® con el retorno de la monarqu¨ªa en la forma de la dictadura de Napole¨®n. M¨¢s recientemente, la primera ola de la revoluci¨®n iran¨ª, bajo la presidencia de Abolhassan Banisadr, de ninguna manera era exclusivamente islamista; la segunda ola, liderada por el ayatol¨¢ Ruhollah Jomeini, lo fue.
Para mantener la amistad de Egipto con Occidente habr¨¢ que limitar el papel pol¨ªtico del Ej¨¦rcito
El interrogante para Egipto es si la agenda de una democracia verdaderamente pluralista -proclamada por los manifestantes j¨®venes de vanguardia en la plaza Tahrir, la generaci¨®n Facebook y Twitter que admirablemente se vale por s¨ª misma- puede prevalecer frente a las fuerzas resistentes del pasado. De hecho, seg¨²n una encuesta del Pew Research Center, solo el 5,5% de la gente tiene acceso a Facebook, mientras que el 95% quiere que el islam juegue un papel esencial en la pol¨ªtica, el 80% cree que los ad¨²lteros deben ser apedreados, el 45% son pr¨¢cticamente analfabetos y el 40% vive con menos de dos d¨®lares al d¨ªa.
En t¨¦rminos ideales, el nuevo orden democr¨¢tico deber¨ªa basarse en una plataforma com¨²n adoptada por las fuerzas de cambio, tanto seculares como isl¨¢micas, y en un pacto de transici¨®n entre estas fuerzas y aquellas que representan el viejo sistema, primero y principal de todos, el Ej¨¦rcito. De hecho, una de las caracter¨ªsticas curiosas de la revoluci¨®n egipcia es que ahora opera bajo la exclusiva protecci¨®n de un Ej¨¦rcito conservador.
Las verdaderas revoluciones ocurren solo cuando el viejo sistema represivo es minuciosamente desmantelado y purgado. Pero la revoluci¨®n de Egipto es una revoluci¨®n cuya etapa inicial termin¨® con el poder plenamente en manos del aparato represivo del antiguo r¨¦gimen. El riesgo es que los lazos fraternales entre el Ej¨¦rcito -no exactamente inocente de las pr¨¢cticas represivas del r¨¦gimen de Mubarak- y los manifestantes puedan tener corta vida.
Hasta ahora, el Ej¨¦rcito solo ha accedido a una de las demandas centrales de los manifestantes -deshacerse de Mubarak-. No respald¨® la amplia gama de demandas liberales manifestadas por los revolucionarios de la plaza Tahrir.
Podr¨ªa decirse que el Ej¨¦rcito acept¨® la demanda de los manifestantes de derrocar a Mubarak como la mejor manera de evitar que se instalara una rep¨²blica din¨¢stica bajo el mando del hijo de Mubarak, Gamal. Las masas reclamaban una revolu-ci¨®n, mientras que el Ej¨¦rcito llev¨® a cabo su propio golpe de Estado con la esperanza de salvar lo que es esencial en el sistema sacrificando al mismo tiempo al hombre que lo encarnaba.
La tentaci¨®n del Ej¨¦rcito de limitar el cambio refleja el perfil conservador de su jerarqu¨ªa, los privilegios extraordinarios de los que goza y los intereses econ¨®micos con los cuales ha estado asociado. Egipto estuvo gobernado como un Estado policial y, con un aparato de seguridad gigantesco y omnipresente, el Ej¨¦rcito podr¨ªa verse tentado de asumir el rol de guardi¨¢n del orden y la estabilidad si la democracia terminara resultando demasiado ca¨®tica. Afortunadamente, la capacidad del Ej¨¦rcito egipcio para impedir el cambio es limitada. Un Ej¨¦rcito proclive a Occidente, financiado y entrenado por Estados Unidos, no puede permitirse la libertad de disparar a manifestantes pac¨ªficos. De hecho, limitar el papel pol¨ªtico del Ej¨¦rcito seguramente ser¨¢ una condici¨®n fundamental para mantener las relaciones amistosas de Egipto con Occidente. Un acuerdo de libre comercio con Estados Unidos y un mejor acceso a los mercados de la UE podr¨ªan ser fuertes incentivos que Occidente puede ofrecer a la joven democracia de Egipto.
De manera que, no importa lo condicionado que pueda estar el Ej¨¦rcito egipcio por su visi¨®n del mundo y sus intereses creados, no tiene otra opci¨®n que facilitar el proceso de democratizaci¨®n. Sin embargo, deber¨ªa aceptar que ninguna democracia ¨¢rabe que se precie de tal podr¨ªa negarse a abrirle las puertas electorales al islam pol¨ªtico.
Por cierto, la tarea tremendamente hist¨®rica de Egipto hoy consiste en rechazar el antiguo paradigma seg¨²n el cual la ¨²nica elecci¨®n del mundo ¨¢rabe es entre la autocracia secular y represiva o la teocracia oscurantista y represiva. Pero el r¨¦gimen que surja est¨¢ obligado a estar m¨¢s en sinton¨ªa con las condiciones locales, y por ende con el papel vital de la religi¨®n en el tejido social.
Una democracia que excluya a la religi¨®n de la vida p¨²blica por completo, al estilo de Francia, no puede funcionar en Egipto.
Despu¨¦s de todo, una democracia de esas caracter¨ªsticas no funciona en Israel, ni siquiera en Estados Unidos, un pa¨ªs al que G. K. Chesterton describi¨® como poseedor del "alma de una iglesia". Construir un Estado secular moderno para un pueblo devoto es el principal desaf¨ªo de Egipto.
Dicho esto, un escenario en el que la Hermandad Musulmana usurpe la revoluci¨®n no parece plausible, aunque m¨¢s no sea porque esto podr¨ªa llevar a otro hombre fuerte a caballo a asumir el mando. Aunque todav¨ªa inspirada por conservadores incondicionalmente antioccidentales que creen que el "estandarte de la yihad" no deber¨ªa abandonarse, la Hermandad hoy no es la organizaci¨®n incondicionalmente yihadista que el r¨¦gimen de Mubarak le mostraba a Occidente. Desde hace mucho tiempo que repudia su pasado violento y demuestra un inter¨¦s por la participaci¨®n pol¨ªtica pac¨ªfica.
La tensa relaci¨®n entre los reg¨ªmenes ¨¢rabes y el islam pol¨ªtico no es necesariamente obligada. Es en este contexto que el frustrado "acuerdo de la Meca" palestino entre lo religioso (Ham¨¢s) y lo secular (Fatah) para formar un Gobierno de unidad nacional para Palestina podr¨ªa haber establecido un nuevo paradigma para el futuro del cambio de r¨¦gimen en el mundo ¨¢rabe. Estos acuerdos pueden ser la ¨²nica manera de frenar la ca¨ªda en una guerra civil, y posiblemente invitar a los islamistas a sellar un acuerdo con Israel y un acercamiento con Occidente.
? Project Syndicate, 2011.
Shlomo Ben Ami, exministro israel¨ª de Asuntos Exteriores, es en la actualidad vicepresidente del Centro Internacional Toledo por la Paz.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.