La hora del ciudadano marroqu¨ª
Muchos marroqu¨ªes han perdido el miedo a decir que desean un Estado reformista, virtuoso, m¨¢s justo y que les permita m¨¢s libertades. La monarqu¨ªa en s¨ª no est¨¢ en cuesti¨®n. Es el esp¨ªritu del 28 de febrero
Una de las consecuencias m¨¢s hermosas de las revoluciones tunecina y egipcia, y de la din¨¢mica 20 de febrero que se ha puesto en marcha en Marruecos, es que la providencia, sea cual sea su naturaleza, ha quedado fuera de juego desde el comienzo. Ante unas sociedades encolerizadas y crispadas, ya no sirve remitirse a la autoridad divina para justificar la sumisi¨®n; ni esgrimir el pretexto de la interminable lucha contra el integrismo para justificar el Estado de no derecho; ni escudarse en el economicismo para seguir aplazando la distribuci¨®n de la riqueza; ni invocar una supuesta "minor¨ªa" o "inmadurez" de los pueblos para justificar el autoritarismo. Ahora, la partida se juega entre humanos, entre adultos que tratan de t¨² a t¨² a sus jefes, a los que ayer mismo percib¨ªan como divinidades intocables.
Este falso dilema entre dos males (autoritarismo frente a integrismo) ya no est¨¢ de actualidad
Las orientaciones mercantilistas de personas cercanas al rey han hecho perder tiempo
La irrupci¨®n de los clientes de la libertad. Al superar la servidumbre voluntaria, los pueblos de la regi¨®n han comprendido por fin que si aquel que detenta arbitrariamente el poder abusa de ¨¦l, es solo porque ellos han aceptado claudicar, porque consienten sin convicci¨®n o protestan en petit comit¨¦, o incluso en silencio.
El d¨ªa en que esos pueblos traspasaron el muro del silencio, en que se autorizaron a s¨ª mismos a salir de su mutismo de conveniencia, cruzaron el umbral de la ciudadan¨ªa. Se declararon "clientes" de la libertad. Reclamaron su parte de dignidad y justicia ante un mundo que los cre¨ªa sometidos para siempre, consintientes ante unas ofertas injuriosas de prosperidad sin democracia (en T¨²nez) o de miseria sin horizonte regulador (en Egipto). En Marruecos, empiezan a hacerlo contra una seudolibertad otorgada sin contrapoderes.
Repartir mejor la riqueza y el poder, promover el acceso equitativo a una escuela que garantiza el ascenso social, someter a todo el mundo a una justicia realmente independiente. Los esl¨®ganes despegados el 20 de febrero en 53 localidades marroqu¨ªes recuerdan ciertas evidencias, pero en todo caso evidencias deso¨ªdas durante mucho tiempo, dado que los c¨¢lculos t¨¢cticos de la sociedad cortesana prevalecieron sobre las necesidades estrat¨¦gicas de la sociedad a secas. Las sociedades civil y pol¨ªtica, que vienen perdiendo autonom¨ªa desde comienzos de los a?os 2000, han sido c¨®mplices por cooptaci¨®n, clientelismo y connivencia de intereses. Y las poblaciones afectadas, a su vez, han carecido de antenas de transmisi¨®n y de espacios de concertaci¨®n cre¨ªbles. A la larga, estos errores debilitaron la vigilancia ¨¦tica y pol¨ªtica de los marroqu¨ªes a sus espaldas. Hoy, mediante ese gesto de contestaci¨®n civil, tres cosas vuelven a ser posibles de pronto.
Lo que el 20 de febrero rehabilita. La din¨¢mica -nacida de la Red, pero de ning¨²n modo virtual- rehabilita, en primer lugar, el derecho a la controversia y al debate libre en el espacio p¨²blico sobre los fundamentos del proyecto pol¨ªtico en Marruecos y la excesiva centralidad de la monarqu¨ªa en el tablero pol¨ªtico-econ¨®mico. En etapas anteriores, esta posibilidad de expresar abiertamente unas divergencias leg¨ªtimas sobre cuestiones de gobernanza capitales simplemente fue enterrada, pues era percibida como una fuente probable de discordia. Hoy, asistimos a una inversi¨®n de esa tendencia. Los foros de Internet lo prueban, los intercambios improvisados durante la marcha del pasado 20 de febrero lo confirman. La necesidad de expresarse libremente sobre la estructura y el funcionamiento del poder, la limitaci¨®n de las prerrogativas reales, la necesidad de una ¨¦lite pol¨ªtica responsable y susceptible de rendir cuentas, ya no es un lujo que se permiten algunos iluminados en salones aterciopelados, sino un paso obligado para volver a conectar a los marroqu¨ªes con su destino. Los art¨ªfices del 20 de febrero no se enga?an. Para ellos, la ¨¦lite corrupta y sectaria que sostiene las riendas no est¨¢ a la altura. Pues cuanto m¨¢s peque?a es la apuesta, m¨¢s peque?os son los jugadores que entran en liza y m¨¢s peque?os son sus manejos, sus intereses y las causas a las que sirven.
En segundo lugar, el 20 de febrero permite restablecer el ejercicio de la pol¨ªtica a trav¨¦s de la relaci¨®n de fuerzas. Desde que la antigua oposici¨®n confundi¨® participaci¨®n gubernamental con abdicaci¨®n pol¨ªtica, aceptaci¨®n de una constituci¨®n a la baja en 1996 y amordazamiento de la ambici¨®n de una separaci¨®n de poderes, los partidos susceptibles de tener alg¨²n peso en la balanza pol¨ªtica se han convertido en sombras de s¨ª mismos. Hoy, al no poder contar con intermediarios pol¨ªticos fiables para garantizar un contrapoder, la exigencia de la relaci¨®n de fuerzas llega desde la base, espont¨¢neamente. Eso permite disociar la persona del rey -plebiscitada-, su papel de ¨¢rbitro por encima del ¨¢rea de juego -apreciado- y el alcance de su funci¨®n -por reevaluar- para crear un Estado reformista, virtuoso y m¨¢s justo.
Finalmente, todo esto deja caduco un pacto impl¨ªcito, nacido de los escombros de los atentados del 16 de mayo de 2003, seg¨²n el cual la ¨¦lite pol¨ªtica y social aceptaba la permanencia del autoritarismo en la medida en que este parec¨ªa servir de muralla contra el integrismo. Hoy, este dilema falsamente corneliano entre dos males (autoritarismo frente a integrismo) ya no est¨¢ de actualidad. El contexto ha redefinido las jerarqu¨ªas: antes que nada, son un mercantilismo y una injusticia social favorecidos por una gobernanza no democr¨¢tica los que amenazan los fundamentos de la paz social. El resto forma parte de la gesti¨®n pol¨ªtica de la pluralidad. No se trata de dejar de lado las divergencias entre ideolog¨ªas o de cerrar los ojos al fundamentalismo (del Estado y de la sociedad) en nombre de un consenso invertido, sino de sanear las reglas del juego para que ninguna verdad, ya sea sagrada o considerada como tal, no prevalezca sobre otra.
Una oportunidad inesperada que no hay que dejar pasar. El "baraka" popular de los marroqu¨ªes -que no hay que confundir con "la" baraka jerifiana que opone a los rentistas del sistema con aquellos que cuestionan sus abusos- recuerda m¨¢s al Kifaya egipcio de 2008 -movimiento de protesta impulsado por los ciberactivistas egipcios tras los motines de Mahalla- que a los derrocamientos de 2011. Con la diferencia de que la rueda de la historia se ha acelerado despu¨¦s. Es tanto como decir que Marruecos tiene ante s¨ª una peque?a ventana de lanzamiento para recuperar su retraso. ?Cu¨¢l? El retraso en cumplir la promesa de una reforma real de la gobernanza y de salir de esa zona gris, ni democr¨¢tica ni autocr¨¢tica, que solo beneficia a los notables, los cortesanos y los l¨ªderes de lenguaje estereotipado.
A grandes rasgos, Marruecos lleva una d¨¦cada seduciendo a proveedores de fondos e inversionistas con una imagen de primero de la clase ambicioso. Hoy, corre el riesgo de verse adelantado por un T¨²nez triunfante y un Egipto exultante. Porque no hay que equivocarse. Todo es cuesti¨®n de energ¨ªa colectiva y de sentido del inter¨¦s general. Ahora bien, en Marruecos, reconozc¨¢moslo, las orientaciones excesivamente mercantilistas, la propensi¨®n de las personas cercanas al rey a colocarse por encima de las leyes y a pisotearlas, y la ausencia de asunci¨®n de riesgos pol¨ªticos para contrarrestar esas tendencias abusivas han favorecido las estrategias individuales y han afectado a la vida en com¨²n.
Para volver a dar sentido a la promesa de despegue en la que los marroqu¨ªes de todas las clases sociales creen desde fines de los a?os noventa, ser¨¢ necesaria una verdadera reactivaci¨®n del esp¨ªritu de apertura, de audacia, debate e iniciativa. Por el momento, en vez de eso asistimos a un celo patri¨®tico que insulta la inteligencia de la mayor¨ªa, da alas al esp¨ªritu inquisitorial de algunos y deja muy poco margen para aquellos que piensan o act¨²an de otro modo. Es hora de combatir la inercia que se desprende de ello. Y de aprovechar la bocanada de aire fresco insuflada por los "clientes" de la libertad para repensar el Marruecos de ma?ana, lejos de las t¨¢cticas complacientes que mantienen un statu quo suicida.
Driss Ksikes es escritor y dramaturgo marroqu¨ª. Traducci¨®n de Jos¨¦ Luis S¨¢nchez-Silva.
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