"Julian y yo fuimos los mejores amigos"
Liberal, en¨¦rgico, genial. La personalidad del fundador de WikiLeaks es descrita en clarooscuro por Daniel Domscheit-Berg, 'Daniel Schmitt'. El que fuera su m¨¢s cercano colaborador, hoy al frente de Openleaks, revela sus vivencias en la web m¨¢s peligrosa del mundo
En su d¨ªa, Julian y yo fuimos los mejores amigos o, como m¨ªnimo, algo muy parecido (a fecha de hoy no estoy seguro de que exista una categor¨ªa semejante en su mente). En realidad, ya no estoy seguro de nada en lo que a su persona se refiere. A veces le odio, hasta tal punto que tengo miedo de m¨ª mismo, de la posibilidad de ejercer la violencia f¨ªsica en caso de que vuelva a cruzarse en mi camino. En otras ocasiones pienso que necesita mi ayuda, lo cual no deja de ser absurdo despu¨¦s de todo lo ocurrido. En mi vida he conocido a nadie con una personalidad tan fuerte como Julian Assange. Tan liberal. Tan en¨¦rgico. Tan genial. Tan paranoico. Tan obsesionado con el poder. Tan megal¨®mano. Creo poder decir que hemos pasado juntos los mejores momentos de nuestras vidas. Y soy consciente de que es algo que no podemos recuperar. Ahora que han transcurrido un par de meses y los sentimientos se han aplacado, pienso que as¨ª ten¨ªa que suceder. Pero debo admitir abiertamente que no cambiar¨ªa estos ¨²ltimos a?os por nada en el mundo. Por nada en absoluto. Mucho me temo incluso que, de poder volver atr¨¢s, har¨ªa lo mismo. (...)
En numerosas ocasiones, Julian debi¨® de tener la sensaci¨®n de que yo adoptaba una actitud de subordinaci¨®n
Assange parec¨ªa hallar cada vez mayor satisfacci¨®n en el lenguaje t¨¦cnico y desalmado de los documentos
Despu¨¦s del congreso de finales de 2008, Julian regres¨® conmigo a Wiesbaden (Alemania) y se hosped¨® dos meses en mi casa. Viv¨ªa siempre as¨ª: no ten¨ªa una residencia fija ni duradera, sino que se instalaba en casa de otras personas. Su equipaje consist¨ªa en una mochila, en la que llevaba sus dos port¨¢tiles y un sinf¨ªn de cables (aunque luego, cuando buscaba uno, no lo encontraba nunca). Iba siempre vestido con varias capas de ropa e incluso cuando se encontraba en espacios cerrados (aunque nunca he logrado comprender por qu¨¦) llevaba dos pantalones y a veces varios pares de calcetines. En Berl¨ªn hab¨ªamos pillado la "peste de los congresos", nombre con el que se conoce la epidemia de gripe que, tradicionalmente, en esa ¨¦poca del a?o, suele contagiarse en reuniones multitudinarias, cuando los asistentes comparten los teclados y el aire de los congresos. Con el rostro macilento, acatarrados y en silencio, el 1 de enero de 2009 subimos al tren r¨¢pido que nos llev¨® a Wiesbaden. En cuanto llegamos a mi piso la gripe nos oblig¨® a instalarnos de inmediato en nuestros colchones; en realidad, y como yo me encontraba algo mejor que ¨¦l, le ced¨ª mi cama a Julian y me instal¨¦ en un colch¨®n en el suelo. Julian se visti¨® con toda la ropa que fue capaz de encontrar y aun sac¨® unos pantalones t¨¦rmicos de esqu¨ª de su mochila. En ese estado se meti¨® bajo el edred¨®n, se cubri¨® con dos mantas de lana y se deshizo de la fiebre durmiendo y sudando. Cuando al cabo de dos d¨ªas volvi¨® a levantarse estaba curado. (...)
Por aquel entonces recib¨ªamos ya algunos donativos en nuestra cuenta de PayPal y hab¨ªamos adquirido el h¨¢bito de enviar regularmente mensajes en los que agradec¨ªamos a nuestros benefactores la importancia de su donativo, que era en realidad una inversi¨®n en la libertad de informaci¨®n. Realiz¨¢bamos esa tarea por turnos y en esa ocasi¨®n le toc¨® a Julian escribir el correo conjunto y a?adir las direcciones de nuestros mecenas. Ah¨ª estaba, sentado en mi sof¨¢, ba?ado por la luz amarillenta y envuelto con dos mantas de lana, escribiendo sus mensajes. Yo o¨ªa el tecleo constante, incansable, pero de pronto el aria se interrumpi¨® abruptamente con un "?maldita sea!". Julian acababa de cometer un error. Como el mensaje iba dirigido a varios destinatarios, las direcciones deb¨ªan incluirse no en el campo "Para", sino en el "CCO", para que los destinatarios individuales no tuvieran ocasi¨®n de ver los nombres del resto de benefactores. Julian se hab¨ªa equivocado precisamente en eso; y ya hab¨ªa enviado el mensaje. El error tuvo lugar en febrero de 2009 y supuso nuestra primera y ¨²nica filtraci¨®n propia. Las reacciones a ese correo de agradecimiento no tardaron en llegar. "Por favor, utilice copia oculta (CCO) para mandar correos como este...", o: "A menos que su intenci¨®n fuera filtrar 106 direcciones de e-mail de personas que les han efectuado donativos, le recomiendo usar el CCO". Uno de los mensajes dec¨ªa incluso: "Si no conoce la diferencia, no dude en ponerse en contacto conmigo y yo lo guiar¨¦ con mucho gusto a trav¨¦s del proceso". Julian escribi¨® una disculpa. ?Julian? No, lo hizo Jay Lim, nuestro experto legal de WikiLeaks Donor Relations, el departamento de donativos. Pero pronto constatamos que la casualidad es caprichosa. Entre los benefactores a quienes mandamos nuestro agradecimiento se encontraba un tal Adrian Lamo, un exhacker m¨¢s o menos conocido que m¨¢s tarde ser¨ªa el responsable de la detenci¨®n de nuestro supuesto informador Bradley Manning. "F¨ªjate t¨², qu¨¦ golfo", dijo Julian al descubrir la coincidencia. Abr¨ª nuestro buz¨®n de entrada y encontr¨¦ un nuevo "documento secreto": Alguien nos hab¨ªa mandado nuestra propia lista de donativos como filtraci¨®n oficial, acompa?ada por una nota bastante desagradable. Normalmente, no sab¨ªamos qui¨¦nes eran nuestras fuentes, pero Lamo reconoci¨® m¨¢s tarde que hab¨ªa sido ¨¦l quien nos hab¨ªa hecho llegar nuestra propia chapuza. Nos gustara o no, no ten¨ªamos m¨¢s remedio que publicarlo. Aquella era una cuesti¨®n interesante. A menudo, filosof¨¢bamos sobre qu¨¦ suceder¨ªa si un d¨ªa deb¨ªamos publicar algo sobre nuestra propia organizaci¨®n; est¨¢bamos de acuerdo en que, llegado el momento, tambi¨¦n deb¨ªamos dar a conocer informaciones negativas sobre nosotros. La prensa se hizo eco de la filtraci¨®n de forma positiva; por lo menos ¨¦ramos consecuentes. Ninguno de los responsables de los donativos se quej¨®.
(...) Julian era muy paranoico. Daba por sentado que alguien vigilaba la casa y por ello insist¨ªa en que nadie deb¨ªa vernos salir ni regresar juntos. Yo siempre me preguntaba de qu¨¦ serv¨ªa aquello: si alguien se hab¨ªa tomado la molestia de vigilar mi casa, desde luego ya hab¨ªa descubierto que viv¨ªamos juntos. Si sal¨ªamos juntos por la ciudad, Julian insist¨ªa siempre en que deb¨ªamos separarnos antes de llegar a casa. ?l se iba por la izquierda, y yo, por la derecha; a menudo, al llegar a casa, deb¨ªa esperarlo un buen rato porque se hab¨ªa perdido. (...) Julian ten¨ªa tambi¨¦n una relaci¨®n muy libre con la verdad; a veces ten¨ªa la sensaci¨®n de que probaba hasta d¨®nde le era posible llegar. En una ocasi¨®n, por ejemplo, me cont¨® una historia sobre el origen de su pelo blanco. A los 14 a?os hab¨ªa construido un reactor en el s¨®tano de su casa, pero hab¨ªa cometido un error de polarizaci¨®n. A consecuencia de ello, el pelo se le hab¨ªa vuelto blanco por culpa de los rayos gamma. (...)
La primera vez que una frase de Julian me dio realmente mala espina fue a principios de 2009, cuando nos est¨¢bamos planteando volar a Brasil para asistir al Foro Social Mundial. Un amigo me hab¨ªa dicho que le gustar¨ªa acompa?arnos. Se lo cont¨¦ a Julian, aunque en realidad a m¨ª no me parec¨ªa muy buena idea; mi amigo no ten¨ªa nada que ver con el proyecto y nuestra intenci¨®n no era ir a Brasil de vacaciones, sino a hacer contactos y a trabajar. A Julian, en cambio, le pareci¨® una idea genial y coment¨®: "S¨ª, dile que venga". A continuaci¨®n, a?adi¨® que siempre ven¨ªa bien tener a alguien que cargara con las maletas. Entonces, por primera vez, me pregunt¨¦ qui¨¦n le llevaba las maletas en esos momentos; y no vi a nadie... salvo a m¨ª mismo. M¨¢s tarde comprend¨ª que, en numerosas ocasiones, Julian debi¨® de tener la sensaci¨®n de que yo adoptaba una actitud de subordinaci¨®n, cuando, en realidad, yo tan solo intentaba mostrarme amable y considerado. Era evidente que a menudo me consideraba mucho m¨¢s d¨¦bil de lo que en realidad era. Eso se deb¨ªa quiz¨¢ a que yo soy un tipo optimista, que invierte mucho menos tiempo en las cr¨ªticas que en los hechos concretos. En todo caso, a partir del momento en el que Julian tuvo la sensaci¨®n de que yo hab¨ªa dejado de subordinarme a ¨¦l, nuestra amistad empez¨® a resquebrajarse. En cuanto empec¨¦ a sacar a colaci¨®n problemas concretos (porque esos problemas exist¨ªan y no porque de pronto yo hubiera empezado a valorar nuestra relaci¨®n de forma distinta), Julian empez¨® a referirse a m¨ª como alguien al que hab¨ªa que contener, controlar y mantener a raya.
A principios de 2010 su actitud hacia m¨ª hab¨ªa cambiado ya visiblemente. De hecho, llego a decirme que si comet¨ªa un error, me "cazar¨ªa" y me "matar¨ªa". Nunca nadie me hab¨ªa dicho nada parecido. Y por mucho miedo que tuviera de que algo pudiera salir mal, una amenaza de ese calibre no tiene excusa posible. Yo me limit¨¦ a preguntarle si se hab¨ªa vuelto loco, solt¨¦ una carcajada y dej¨¦ correr el asunto. ?Qu¨¦ otra cosa pod¨ªa hacer? No recuerdo haber cometido ning¨²n error grave. Solo en una ocasi¨®n se me olvid¨® hacer una copia de seguridad del servidor central. Cuando este se estrope¨®, Julian me dijo: "WikiLeaks sigue vivo tan solo porque no he confiado en ti". (...)
Conozco tres versiones distintas sobre su pasado y el origen de su apellido. Existen historias sobre, por lo menos, 10 antepasados distintos procedentes de diversos rincones del planeta, desde irlandeses hasta piratas de los mares del Sur, y durante una ¨¦poca en sus tarjetas de visita pon¨ªa "Julien d'Assange". Lo cierto es que urdi¨® un verdadero misterio alrededor de su persona, que nunca dej¨® de a?adir nuevos detalles a su pasado y que se alegraba cada vez que un periodista se hac¨ªa eco de ello. En cuanto me enter¨¦ de que ten¨ªa intenci¨®n de escribir su autobiograf¨ªa, mi primer pensamiento fue que el libro iba a tener que aparecer en la secci¨®n de ficci¨®n. Julian se creaba cada d¨ªa de nuevo, como si fuera un disco duro que se formateara una y otra vez. Deshacer y reiniciar. A lo mejor era simplemente que no sab¨ªa ni qui¨¦n era, ni de d¨®nde ven¨ªa. O a lo mejor hab¨ªa aprendido que siempre terminaba separ¨¢ndose de todo el mundo, ya fueran mujeres o amigos; entonces, si pod¨ªa revisar su personalidad y darle al reset, todo era mucho m¨¢s f¨¢cil. (...)
Y despu¨¦s, poco a poco, empez¨® a llegar el dinero. Hab¨ªamos declarado p¨²blicamente que ¨ªbamos a necesitar 200.000 d¨®lares para cubrir los costes de explotaci¨®n, e idealmente otros 400.000 d¨®lares para pagar los salarios. En febrero o marzo de 2010 hab¨ªamos reunido ya los primeros 200.000 d¨®lares, y estoy hablando tan solo de la cuenta de la WHS que hab¨ªamos abierto apenas en octubre de 2009. Hab¨ªa conocido a los responsables de la fundaci¨®n en el Chaos Computer Club. Wau Holland era uno de los padres fundadores de los clubs de hackers y la fundaci¨®n se dedicaba a la promoci¨®n de proyectos orientados a la libertad de informaci¨®n. Lo bueno de la fundaci¨®n era que tambi¨¦n se encargaba de garantizar que las donaciones se destinaran a causas oficiales. Todo aquel que nos hac¨ªa una donaci¨®n desde Alemania pod¨ªa desgrav¨¢rsela fiscalmente. Yo mismo organic¨¦ el encuentro con la fundaci¨®n y me encargu¨¦ de todo el papeleo. La mayor parte de las donaciones proced¨ªan de Alemania.
El v¨ªdeo titulado Asesinato colateral nos report¨® en apenas dos semanas 100.000 d¨®lares m¨¢s en donativos. En verano de 2010 ten¨ªamos ya en nuestra cuenta 600.000 d¨®lares y, seg¨²n he podido saber, en el momento ¨¢lgido, la fundaci¨®n hab¨ªa recogido m¨¢s de un mill¨®n de d¨®lares. Hasta septiembre, es decir, hasta el momento en el que abandon¨¦ el proyecto, hab¨ªamos gastado 75.000 d¨®lares en hardware y en costes de viaje. Durante los siguientes dos meses se retir¨® una cantidad varias veces superior a esa, seguramente tambi¨¦n porque, finalmente, se encontr¨® la forma de poder pagar salarios. (...)
La presi¨®n tuvo como resultado que cada vez cometi¨¦ramos m¨¢s fallos. Y que ya no pudi¨¦ramos cumplir con la inmensa responsabilidad que nos hab¨ªamos cargado a las espaldas. Julian se limitaba a repetir su frase preferida: "No pongas en duda al l¨ªder en tiempo de crisis".
Esta frase casi ten¨ªa un potencial c¨®mico. Julian Assange, el revelador de secretos en jefe y el cr¨ªtico militar m¨¢s mordaz en misi¨®n de paz global, se hab¨ªa acercado tambi¨¦n de palabra a los poderosos a los que pretend¨ªa combatir. Parec¨ªa hallar cada vez mayor satisfacci¨®n en el lenguaje t¨¦cnico extremadamente afilado y desalmado de los documentos, con sus absurdos acr¨®nimos y c¨®digos. Hac¨ªa mucho que calificaba a cualquier persona como "activo", concepto que se utiliza en el lenguaje empresarial para denominar el inventario, y en el ej¨¦rcito para referirse a los soldados que componen las tropas. La manera en que Julian utilizaba este t¨¦rmino tampoco era simp¨¢tica, sino que demostraba que para ¨¦l las personas de nuestro equipo eran simplemente carne de ca?¨®n.
Cuando posteriormente quiso echarme, aleg¨® lo siguiente: "Deslealtad, insubordinaci¨®n y desestabilizaci¨®n en tiempo de crisis", todos ellos conceptos del Espionage Act (Ley del Espionaje) de 1917. Las cl¨¢usulas de esta ley se derivaron de la entrada de Estados Unidos en la I Guerra Mundial. Se trataba de lenguaje militar dirigido a traidores. -
Dentro de WikiLeaks. Mi etapa en la web m¨¢s peligrosa del mundo, de Daniel Domscheit-Berg. Roca editorial. Precio: 15 euros. A la venta el 21 de marzo.
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